Definitivamente se requiere ser
amigo de torpe protagonismo para propiciar pueblerinos escándalos como los del magistrado,
su señora y su hijo.
Si fuera cualquier magistrado el
asunto no tendría mayor relevancia, como no la tiene en Colombia el asesinato de
un ciudadano de a pié, por ejemplo.
Pero el tema que nos inquieta toca
los portales, y hasta la mínima decencia de la Corte Suprema de Justicia, aunque muchos pensarán que ese
magistrado es perfecto reflejo de la condición
popular y nada más.
Lo cierto es que magistrado, señora
e hijo, sin justificación que les asista, incurrieron en grotesca conducta de
desacato a la autoridad policial, que es una de las tantas autoridades que en
Colombia diariamente se subvaloran e irrespetan, y una de las que todo magistrado debe defender, tanto o más que su
propio orgullo de magistrado.
Es bien sabido que en estas repúblicas
bananeras la dignidad de algunos altos funcionarios sólo sirve para indignar a humildes
ciudadanos de abajo, y pocas veces para dignificar las encumbradas
instituciones, tan bananeras éstas como las mismas latitudes en que operan. Y también
suele saberse que no hay nada más indigno que la espuria designación de colados
entre las altas dignidades.
El sentido común, si es tan común
como se dice, no debiera inducir a los hijos de los magistrados de las altas cortes, ni a los de
ningún integrante de los poderes públicos, a incurrir en tan bochornosos comportamientos callejeros,
aunque ya fue entrecomillado por don Miguel de Cervantes: "Si de dos
partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son
iguales".
Culminamos la pasada semana con el acre
sabor, o si se quiere con el sinsabor, de notificarnos para cuántas lascivas actividades
sirve la amplia camioneta blindada que le tenemos asignada al señor presidente
de la corte suprema de justicia, mientras a inmensa cantidad de municipios no
les damos una miserable ambulancia para salvarle le vida a un campesino herido por mortíferas balas de las hordas
criminales, que no por la mundana saeta de cupido como lo fue el rijoso retoño del
magistrado.
Si en Colombia defendiéramos la
equidad, que es lo que las Cortes deben defender, muy probablemente no nos
enredaríamos en estas oquedades y bajezas en las que cuenta más la efímera importancia
del letrado que el necesario cumplimiento del deber por parte del policía, y en
las que se demuestra con presteza cuán distantes vivimos de la verdad, y qué
tan ajena nos resulta la justicia.
Si el ético sentido de
responsabilidad fuera una de las características de los hombres públicos, si la
pura sensibilidad social rondara por los despachos de quienes tienen la misión
de preservar nuestra igualdad ante la ley y ante los otros ciudadanos, si el
respeto a los derechos elementales del ente colectivo tuviera una mínima
significación frente al arbitrario ejercicio de las prerrogativas individuales,
es casi seguro que no tropezaríamos con noticias tan pasionales como la del
hijo del magistrado, ni tan arrogantes como la de la señora, ni tan desatinadas
como la del propio magistrado.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 01.11.14