sábado, 1 de noviembre de 2014

Físico desacato




 Definitivamente se requiere ser amigo de torpe protagonismo para propiciar pueblerinos escándalos como los del magistrado, su señora y su hijo.

 Si fuera cualquier magistrado el asunto no tendría mayor relevancia, como no la tiene en Colombia el asesinato de un ciudadano de a pié, por ejemplo.

 Pero el tema que nos inquieta toca los portales, y hasta la mínima decencia de la Corte Suprema de  Justicia, aunque muchos pensarán que ese magistrado es perfecto  reflejo de la condición popular y nada más.

 Lo cierto es que magistrado, señora e hijo, sin justificación que les asista, incurrieron en grotesca conducta de desacato a la autoridad policial, que es una de las tantas autoridades que en Colombia diariamente se subvaloran e irrespetan, y una de las que todo  magistrado debe defender, tanto o más que su propio orgullo de magistrado.

 Es bien sabido que en estas repúblicas bananeras la dignidad de algunos altos funcionarios sólo sirve para indignar a humildes ciudadanos de abajo, y pocas veces para dignificar las encumbradas instituciones, tan bananeras éstas como las mismas latitudes en que operan. Y también suele saberse que no hay nada más indigno que la espuria designación de colados entre las altas dignidades.

 El sentido común, si es tan común como se dice, no debiera inducir a los hijos de los  magistrados de las altas cortes, ni a los de ningún integrante de los poderes públicos,  a incurrir en tan bochornosos comportamientos callejeros, aunque ya fue entrecomillado por don Miguel de Cervantes: "Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales".

 Culminamos la pasada semana con el acre sabor, o si se quiere con el sinsabor, de notificarnos para cuántas lascivas actividades sirve la amplia camioneta blindada que le tenemos asignada al señor presidente de la corte suprema de justicia, mientras a inmensa cantidad de municipios no les damos una miserable ambulancia para salvarle le vida a un campesino herido  por mortíferas balas de las hordas criminales, que no por la mundana saeta de cupido como lo fue el rijoso retoño del magistrado.

 Si en Colombia defendiéramos la equidad, que es lo que las Cortes deben defender, muy probablemente no nos enredaríamos en estas oquedades y bajezas en las que cuenta más la efímera importancia del letrado que el necesario cumplimiento del deber por parte del policía, y en las que se demuestra con presteza cuán distantes vivimos de la verdad, y qué tan ajena nos resulta la justicia.

 Si el ético sentido de responsabilidad fuera una de las características de los hombres públicos, si la pura sensibilidad social rondara por los despachos de quienes tienen la misión de preservar nuestra igualdad ante la ley y ante los otros ciudadanos, si el respeto a los derechos elementales del ente colectivo tuviera una mínima significación frente al arbitrario ejercicio de las prerrogativas individuales, es casi seguro que no tropezaríamos con noticias tan pasionales como la del hijo del magistrado, ni tan arrogantes como la de la señora, ni tan desatinadas como la del propio magistrado.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 01.11.14