sábado, 24 de noviembre de 2012

Sumario



No es hora de llorar. El año se nos escapa como el viento entre los dedos. Homicidios, desplazamientos y fraudes  fueron los protagonistas mediáticos, y los mecanismos rápidos para acceder a riquezas insultantes. Colombia naufraga en su soberanía de papel.

Todos conspiran contra el Estado de Derecho y él conspira contra todos. Las denominadas minorías, al tratar de salirse con la suya, fraguan triquiñuelas para desmontar lo ético, lo natural y lo lógico, y  deliran despeinadas ante la voz tajante de la verdad incontrovertible.

Las altas esferas de la juridicidad, constituidas para defender la substancia y la forma, optan por desconocer el cauce histórico de la rectitud y prebendan a sus cuadros ante la mirada atónita del país que quiere soñar destinos superiores. La libertad de prensa y de opinión sufren el embate de togados prepotentes y del  mandatario faltón.

Se nos dice que somos algo más de lo que ciertamente somos y, por ese camino, se nos prometen paraísos de hielo brutalmente desleídos ante el rayo fulminante de la perversidad transnacional disfrazada de Temis.

Al margen de la guerra y al calor antillano, entre euforias de Bacardí y humarazos de tabaco habanero, a fuego lento se cocina la sumisión ante el verdugo, y se soporta el embate dialéctico que pretende legislar para revolucionar sin castigo.

El futuro se enmarca entre perdones descastados, amnistías humillantes, indultos inconcebibles y olvidos criminales. Todo un mar de impunidad, como para refrendar nostalgias del mar perdido.

La salud, la  justicia, la educación, la seguridad, emergen fantasmales, como estatuas de sal, tras la desobediencia de los privilegiados frente al imperativo categórico  del bien común.

Por entre los lapsos de cordura  aflora la insania mental de una patria que fue grande y continental, sumergida ahora en la indefinición de sus limitadas esperanzas subregionales.

El distanciamiento de castas empoderadas, su desconocimiento de las verdades que torturan la entraña del proletariado judicial famélico e ignorado, propician el estancamiento de una justicia que, sin ser modelo, por lo menos da pasos lentos para contener el atronador imperio de la criminalidad incrustada en el ser nacional.

El cese fue la única salida no violenta que tuvieron a mano los obreros de la jurisprudencia, para reclamar con razón el salario que justamente corresponde a quienes, lejos del ampuloso aparato central, se internan en los esteros y transitan las trochas milenarias de cordilleras y planicies para que las leyes ignotas mantengan vigencia y cumplan la función de restablecer equilibrios.

La Colombia de hoy no puede ser la del mañana. Las campanas de la dignidad repican con el arrebatamiento propio de un pueblo infinitamente superior a sus dirigentes.

Coletilla: Con alma y corazón dispuestos para enfrentar las bravuconadas de quienes pretenden arrinconarnos, anticipadamente se les da a los apreciados lectores de esta columna el abrazo fraterno de navidad y año nuevo, con infinita fe de encontrar, al regreso, tanto el espacio periodístico como la solidaridad de quienes han fortalecido nuestra insistencia para divulgar la importancia de mirar al derecho, como reza el lema de  http://donquijotepuntocom.blogspot.com/

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 24.11.12

martes, 13 de noviembre de 2012

No va más



Parece que a los diálogos de Cuba no se llegó mediante la concertación seria de una agenda limpia, que propicie su franco agotamiento sin obstáculos ni patrañas.

Los iniciales desajustes para  que los delegados coincidieran en Oslo,  la exótica petición para que el prisionero Simón Trinidad participe físicamente, la inclusión tardía aunque no sorpresiva de la extraditable holandesa, la  distancia sideral  entre el discurso programático del doctor Humberto de La Calle y la arenga revoltosa de Márquez, más la avispada pretensión  de que a los guerrilleros, todos con procesos y condenas criminales vigentes, se les levantaran las ordenes de captura de manera  general e incondicional,  nos indican que muchos aspectos esenciales del trámite quedaron sueltos, a manera de comodines que la cuadrilla tirará sobre el mantel conforme al ritmo que su juego requiera.

Se agrega a ello la dilación de cuatro días para  abordar el primer tema, el de la tierra, afirmando la necesidad de abrirle espacios a cierta participación ciudadana.

Para decir lo menos, resulta inusual semejante indeterminación metódica en un conversatorio con tanto significado  político, porque en el previo acuerdo del método se jugaba el futuro del diálogo. No digamos que de la paz, puesto que aún es temprano para hablar de tan altruista resultado.

Si así pinta la cosa, no pinta bien, y no sería raro que a los acuerdos inicialmente bosquejados, que sólo eso serán hasta cuando todo quede acordado, se les quiera modificar en posteriores bosquejos de acuerdo sobre temas subsiguientes, y allí entraríamos, entrarían los confundidos negociadores, en una tirantez de nunca acabar, de esas que históricamente sólo se solucionaban con dictatoriales encerronas, pero que el señor Santos sólo podrá resolver parándose de la mesa.

Difícil y lamentable situación la del mandatario colombiano, que tanto predicó sobre el momento oportuno y las condiciones ideales para exhibir el mágico artilugio, su llave de la paz, que, como por artes de magia, ahora guarda un coronel venezolano.

Queda demostrado aquí el tradicional peligro de las malas compañías y las peores amistades.

El presidente de Colombia está entrampado en Cuba, en manos de quienes no debió caer, extraviado en el laberinto de sus egoísmos, sometido a las presiones de un vecindario nada confiable, con toda la carne puesta sobre un horno crematorio de donde difícilmente podrá rescatar presa buena.

Claro que los colombianos le deseamos suerte, es nuestra propia suerte la que se arriesga en esta ruleta rusa. Claro que soñamos con la paz de la que tantos hablan pero que ninguno conoce, aunque lejos están las realizaciones del deseo.

La improvisación demostrada, así nos digan que la charla se hizo extensa, nos pone en  posición de desventaja ante unos tahúres mañosos, desconsiderados y vesánicos, para quienes la cuenta del tiempo no existe, a quienes nadie espera en casa, y que sólo anhelan hacer saltar la banca para recoger toda la apuesta.

Ese destino nacional nuestro, por muchos imaginado prometedor y esplendoroso, quedó expuesto a la  compulsión enfermiza de un jugador que resolvió apostarlo todo  en una sola entrada.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán 13.11.12

jueves, 1 de noviembre de 2012

¿Propósitos de paz?



Duele hurgar la herida. Molesta recordar el error que conduce al horror. Perturba pensar en la irresponsabilidad civica,  e inédita insolidaridad social, del gobernante que abandona el mandato recibido del pueblo para entregarlo gratis al procaz enemigo de todas las horas.

Colombia no tenía en sus cuentas este tú a tú con la perversa horda solevada contra la institucionalidad. La historia reciente, tampoco la lontana, no registran trampa similar a la urdida por “Judas”, como atinadamente denominan en el ciberespacio al señor Juan Manuel Santos.

Ofende a la población pensante que un burócrata de carrera, a quien distintos expresidentes durante sus mandatos honraron como persona de confianza, una vez ungido como mandatario nacional acudiera al desventurado recurso de ejecutar una agenda extraña para los electores que lo encumbraron, y absolutamente inconveniente para el momento que vivía el país, cuando el pueblo triunfó pero perdió las posiciones victoriosamente conquistadas en el conflicto plantado por el terrorismo puro.

Duele, perturba, molesta y ofende porque, durante más de un siglo, nuestros antepasados y nosotros, en medio de todas sus guerras y de todos nuestros traumas, creímos de veras que la democracia se personificaba en nuestros gobernantes, excluida la breve noche de dictadura del General Rojas, que rápidamente fue derrocado por verdaderos prohombres de la civilidad, de todas las tendencias y partidos políticos, hermanados para eliminar la brutalidad que silenciaba la prensa libre, clausuraba los entes constitucionales establecidos para el debate político, entronizaba el nepotismo al interior del palacio gubernamental, y saqueaba las arcas públicas.

Estamos ahora a las puertas de la tiranía. El señor Presidente se molesta con los periodistas y  hace silenciar sus espacios de opinión, los oficinistas del poder disfrazan la realidad nacional, algunos medios no mencionan protuberantes acontecimientos violentos que menguan la imagen del ejecutivo, y que resaltan la connatural hipocresía  exhibida por esa asociación transnacional, enriquecida en el mercado de narcóticos, que ahora se apresta a sustituir las normas que nos rigen por otras de su particular satisfacción.

Nos encontramos en  terreno movedizo que puede desquiciar la juridicidad, y trocar la organización legal en vulgar andamiaje para prebendar antisociales. La negociación personal que el mandatario nacional ha ido adelantando con “Timoshenko” y su combo, al mejor estilo samperista, a espaldas de la ciudadanía, puede ser la defenestración irreversible de un orden constitucional forjado a ritmo de sacrificios dolorosos, y edificado sobre disciplinas espartanas, que permitieron mantener a raya la siniestra embestida de proyectos anárquicos, siempre impertinentes, y decididamente ajenos a nuestro ser nacional.

La sociedad colombiana debe apersonarse del haber patrio y actuar sin dobleces ni claudicaciones en la conquista de una solución digna, que conduzca a la paz, pero que salvaguarde  los valores culturales, proteja el sistema  punitivo,  y respete incuestionablemente el preámbulo del ordenamiento constitucional y los principios fundamentales del Estado.

La alevosía de la contraparte, su total irrespeto a la vida y a la integridad de la población civil, la atrocidad de los métodos utilizados para arrasar la infancia, como acaba de suceder en Pradera, reflejan los peligros que afrontamos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 01.11.12

viernes, 19 de octubre de 2012

Contrapunto



Hasta que llegó el día señalado, la fecha clave para empezar a construir ese algo que muchos anhelamos pero que el terrorismo y las diversas delincuencias nos niegan.

La naturaleza humana, ingenua al máximo, genera desesperadas esperanzas, crea nichos de ilusión, imagina imposibles palacios de cristal, y  sueña frágiles estructuras de hielo que pronto se diluyen bajo  tenues resplandores de soles  primaverales.

La fanfarria montaraz de insanos depredadores irrumpió irreverente en los estrados escogidos para incubar la paz, y alteró el banderazo inicial de esa lid que, entrelazada en palabras pulcras, esperábamos nos encaminara hacia promisorios espacios para la verdad, la  justicia y la reparación.

No fue  raro que así sucediera. Nada bueno podía esperarse de victimarios que se proclaman víctimas, de obligados reparadores que pretenden exigirnos reparación, de cínicos petardistas que quieren ignorar la aplastante magnitud de sus perversidades y latrocinios.

Lacerantes experiencias del pasado demandaban otra actitud de nuestra parte, pero, incautos unos y condescendientes otros, de nuevo fuimos asaltados en nuestra buena fe, y aquí quedamos en esta angustia pendular sobre la infinita profundidad del vacío.

No es una ofensa simple la que nos infiere el enemigo. Contra todos los vientos hemos navegado para consolidar la democracia, la libertad y el orden. Con sangre y lágrimas hemos pagado el precio de nuestra vocación republicana, la muerte y el exilio fueron el destino fatal de muchos de los nuestros.

Pero hoy, cuando nos creíamos liberados de la violenta adversidad que nos plantearon los promotores de la lucha de clases, desde la gélida Oslo se nos amenaza con reiniciar la brutal combinación de todos los medios de lucha para desestabilizar el Estado  que nos agrupa y nos protege.

El destartalado discurso que nos sindica de sometimientos al imperialismo, el llamado a desmantelar nuestras fuerzas armadas regulares, los repudiables señalamientos personales a respetables líderes políticos y a tenaces emprendedores de la industria nacional, la irresponsable convocatoria a las clases populares para que se alcen contra las instituciones,  contra la sociedad que trabaja  y que se esfuerza para consolidar la vida familiar y la sana actividad  pública, constituyen  alerta temprana que debemos atender con prontitud para impedir el derrumbamiento de nuestro ser nacional.

A quienes conspiran contra Colombia y contra su integridad constitucional les hacemos saber que somos un pueblo erguido y digno. Pertenecemos a una comunidad que tiene definidas sus metas de valor y conoce el alcance de sus conquistas libertarias. No necesitamos falsos voceros que confunden sus mezquinas ambiciones delincuenciales con nuestras limpias aspiraciones de fortalecimiento cultural y entidad patriótica. Somos fieles al sentimiento de soberanía que nos legaron los verdaderos artífices de la independencia nacional, y  estamos dispuestos a defender esa herencia que nos acerca al crecimiento espiritual, al progreso económico, al desarrollo sostenible y a la convivencia civilizada que, en esta globalización postmoderna, caracterizan a los pueblos que interactúan y cooperan en armonía.

Rechazamos la prolongación del enfrentamiento fratricida bosquejado por siniestros portavoces  de populismos anacrónicos que ahora campean en esta región continental, donde afloran caudillismos tardíos que nada tienen para enseñarnos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 19.10.12

lunes, 8 de octubre de 2012

Consummatum est



Hermanados por la historia, acrisolados en el mismo sueño libertario, anclados en un mismo continente y abrazados geográficamente a lo largo de una extensa frontera que supera los dos mil  doscientos kilómetros, es indiscutible que a los colombianos nos afecta lo que en Venezuela  pueda  suceder.

Bolívar, con cita de Rousseau,  advertía a la sociedad venezolana,  al dirigirse al Congreso de Angostura, que   “La libertad es un alimento suculento pero de difícil digestión.”

Las motivaciones anímicas, raciales, emocionales y sociológicas, que impulsaron a las mayorías electorales para mantener el mismo régimen que muchos latinoamericanos repudiamos, son respetables y propias del caudillismo afincado en Venezuela desde los tiempos del  dictador  Juan Vicente Gómez.

Generalmente se dice que cada pueblo labra su propio destino y  es libre para darse el gobierno que se merece. Eso ha hecho el venezolano, ha concurrido en masa a las urnas y ha decidido lo suyo.

De hecho, queda en posición de influir en una parte bien sensible  de nuestros intereses.

El coronel gobernante, ampuloso en lo físico y en lo psíquico, saborea sobrado su victoria interna  del pasado domingo, y se apresta a intervenir largamente en la política continental.

Las preocupaciones de ahora, las del pueblo colombiano claro está, se centran en la capacidad maléficamente manipuladora de un vecino empoderado que, con la misma facilidad que reparte besos y abrazos,  pone pleitos y lanza amenazas bélicas imposibles de ignorar.

Las amistades del mandatario, particularmente con chinos e iraníes, no pueden permitir  la placidez del sueño a ninguno de los gobernantes de la región. Un loco armado es un peligro en cualquier parte del planeta, y es doble peligro si se encuentra  bien armado.

Las intenciones expansionistas suelen concretarse con detonaciones realmente  nocivas, que empujan fronteras y alimentan egos, sin que a los responsables de esas campañas geoestratégicas les duela una uña entre la devastación que causan.

Colombia, más precisamente el  Presidente de Colombia, se apresta a dialogar con unos personajes que no son de fiar, y que se mueven con facilidad en los entramados de la diplomacia venezolana.  Los dos países tienen un litigio pendiente que puede comprometer importantes riquezas subterráneas y submarinas junto a la Península de la Guajira.  Los patrones  del narcotráfico han encontrado auxilio y reposo en suelo venezolano cuando se les ha perseguido en Colombia, y buena parte del combustible necesario para procesar drogas en territorios colombianos  fronterizos procede del vecino país.  Aparte del material bélico, municiones y fusiles, “caucheras” como los denominaron en los correos delincuenciales descubiertos en los computadores guerrilleros, pertenecieron algún tiempo al  arsenal patriota, antes de remitirse, como señal de amistad y complacencia, a los campamentos  ilegales en suelo colombiano.

Se respetan, pero no se festejan  los acontecimientos  que pueden desencadenar  migraña  en esta tierra colombiana. Ningún vecino cuerdo puede estar tranquilo cuando  el talibán de la esquina, con pistola en mano, se planta en su antejardín,  a estrecharle la mano  y pampearle la  espalda para expresar  complacencias por la llegada de un año nuevo  que a Venezuela se le multiplicó por seis.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 08.10.12

martes, 25 de septiembre de 2012

El abrazo del oso

 
 
Es tan sensible la paz, tan frágil ella y tan etérea, que a fuerza de abrazarla porque se la quiere, resulta fácil ahuyentarla porque se la maltrata.

Tanto y tantos manosean la paz, que asistimos ahora al absurdo sainete de unos pacificadores revolcándose en la violencia; una convivencia  bañada en sangre; una negociación sustentada en la mentira; y un desorden público institucionalizado, llámese marco legal para la paz, que sólo satisface  a quienes dinamitaron el Estado de Derecho.

A  gentes sencillas y humildes, a bonachones que por allí deambulan, a los conformes irredentos y  a  muchos ciudadanos ejemplares; a los de buena armazón moral pero endeble estructura ideológica; les vendieron una utopía plagada de vicios,  y con esa utopía como estandarte, mientras agitan el pendón blandengue de la paz, van propinando  golpes arteros con el oculto garrote de la impunidad.

En los últimos días nos convocan a esperanzada prudencia que más se asimila a conminación para callar.

Se molestan algunos porque otros no creemos, se incomodan muchos porque algunos dudamos, vociferan los de allá porque los de acá reclamamos, y hasta insultan los de más allá porque los de más acá opinamos en contrario.

Lo palpable es que el país se ofende ante la chusma que atropella con sus violencias, ante esos que ahora se proclaman víctimas; al ser nacional lo amenaza una mesnada parlanchina que pretende reparaciones en lugar de hacerlas; lo asedia una turba que quiere curules en lugar de celdas;  y lo engañan unos dialogantes perversos que mudan los vocablos de la tipología penal por palabras inanes, para defender, como si fueran conductas legítimas, graves ofensas  inferidas a los secuestrados, a los torturados, a los mutilados, a los forzosamente reclutados, a los asesinados  y a los desaparecidos.

Hay que mermarle de parte y parte. De parte de la guerrilla toca mermarle a la mendacidad, de parte del gobierno toca mermarle al ventorrillo de ilusiones y a la promoción de sueños.

Los seres humanos por naturaleza soñamos con la paz. Amañados estuvimos en la plácida ternura del útero materno hasta cuando nos extraditaron a esta luz que hoy es tiniebla. Desde entonces, itinerantes ilusos, integramos la quimérica vanguardia del retorno, sin sospechar siquiera que el retorno no existe.

A nosotros nos gusta la paz, claro está, la paz verdadera, la paz interior.  Y tratamos de llevarla en nosotros aunque se torne esquiva.  Y celebramos que nuestros conciudadanos, gente que piensa como  el común de las gentes, vivan su propia paz intensamente, porque la paz pública, la paz social, se percibe distante.

Dudamos de ese abrazo con que nos amenazan Timochenko y los suyos, porque nos puede estrangular, porque carece de justicia y de verdad.  Desconfiamos de esas manos ensangrentadas que nos tienden los terroristas, porque, en el mejor de los casos, lo que buscan es una transacción comercial, con ausencia de valor espiritual, para eludir la sanción que tienen merecida.

Eso sí, seguimos refugiados en el Estado de Derecho, para que nos garantice, como debe ser, nuestra vida, honra y bienes.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 24.09.12

sábado, 8 de septiembre de 2012

Creer o no creer, he ahí el conflicto



Creer en el camino escogido es la mejor manera de llegar algún día a cualquier parte.

Pero… ¿en qué caminos creer  y cuáles avisos atender, cuando los recorridos y vistos han  sido  ilusión?

El gobierno dice creerles a distinguidos señores que no han tenido tratos con la delincuencia, con el tráfico  de estupefacientes, con la extorsión y el secuestro, ni con pavorosos atentados dinamiteros agotados contra civiles inermes y la infraestructura productiva.

Al margen nos induce a creer que el gobierno no intervino para reformar la  educación, la salud o la justicia, en esos estrepitosos fallidos intentos atribuidos a simiescos inquilinos del Capitolio y oficinas ministeriales.

Entender la dinámica social de estos paraísos tropicales no es sencillo, menos con esa típica semántica  rebuscada para describir óptimos resultados políticos que, los profanos, no logramos diferenciar de simples representaciones teatrales.

Para asimilar este aquí, en donde siempre hemos estado y así como lo hemos vivido,  no bastan las dolorosas experiencias del pasado, sino que toca cursar maestría  en comprensión  de mensajes encriptados, que suelen desdecir lo realmente sabido y proponen entender una cosa distinta de la enunciada y sucedida.

En la indescifrable dimensión de los actuales componedores, las implícitas delicias de la paz van explícitas en los goces  de la guerra.  

Nada fácil  la tienen los analistas, politólogos, y estudiosos del complejo  entramado de negociación,  y de un par de sus connotados acompañantes que se proclaman forjadores  de la paz continental.

Sospechamos que esos intríngulis no nos deben trasnochar,  porque para eso reposan en cabezas doctas y manos hábiles, y que el pueblo debe limitarse a creer.

Aunque, hilando despacio, cabe preguntarse si la publicitada negociación es con el Estado colombiano o con  Estados Unidos de Norteamérica, porque, entre las cosas alcanzadas a oír, se menciona como negociador a un prelado que no depende de las catedrales nuestras, donde no  dudarían en darle permiso para salir a evangelizar durante el día, con el compromiso de regresar en la noche a  dormir  en su basílica. Pero como depende del estricto esquema de aseguramiento gringo, no nos explicamos qué puedan pensar allá  sobre semejante licencia al respetable retenedor de tres contratistas de esa nacionalidad, y peor si la prédica se va a ejercer en inmediaciones de Guantánamo.

Otra cosa que merece cavilarse es de qué manera se pueden resolver nuestros centenarios problemas sociales, durante una breve charla de pocos meses, que es la premisa de otro de los prelados, dizque para que, también en  ese corto lapso, se resuelva la secta a que pertenece.

Y  ¿cómo carajos traducir ahora, a vocablos actuales, ese enmohecido vocabulario tirofijuno  que, los perseverantes depredadores de la tranquilidad pública, reciclan para calificarse como orfebres del entendimiento durante su sanguinario recorrido criminal?

Por lo pronto debemos saber, dicho por él, que el galeno encargado de mantener saludable durante tan largos años a “don Manuel”, también nos amenaza con tener saludables milicianos “… los suficientes para adelantar este proceso o la confrontación con el gobierno.”   

Dios nos asista.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, septiembre de 2012

domingo, 26 de agosto de 2012

Alarma



Algunos oficios requieren buenas dosis de tolerancia, no porque la investidura la imponga, sino porque aquella es maestra y señera de la convivencia.

Ciertos codiciados altos cargos estatales, desde épocas inmemoriales adscritos al magisterio, vale decir encargados de la enseñanza  y circundados como por un hálito de sabiduría, se reservan para una alta gama social ejemplar que, conforme a los arcanos de la virtud y  los cartabones  de la excelencia, debieran integrarla  espíritus superiores.

Cumbres morales, cántaros de saber, modelos de disciplina, baluartes del conocimiento;  no sólo especialistas dentro del reducido espacio funcional en que prestaron su servicio, sino doctos en otras muchas cosas, ciencias, materias y circunstancias que rodean al común de los mortales;   suelen sobresalir entre quienes magníficamente han concurrido al perfeccionamiento de la democracia, a la consolidación de la paz, y al acrisolamiento permanente del más alto logro colectivo que lo es el imperio de la justicia.   

Innecesario y hasta necio resulta  enlistar valores incontrovertibles que deben adornar a los administradores de justicia, en quienes han de confluir multitud de dones y brillos no propios de quienes se quedaron sin formación cultural, sin academia, y sin la estructura intelectual inherente a la buena estirpe de los gobernantes.

Pero a Colombia, entre sus modernos infortunios, la amenaza el más atroz de los azotes: la arrogancia togada, con todas  las malas secuelas que ella engendra,  y que a la par conduce a los abismos de la tiranía y el despotismo.

Mala hora nos ha correspondido.  Lamentable que esos sean los vientos enfurecidos en nuestro degradado ambiente jurídico y político.

Tiempos hubo en que gozamos del respeto regional y universal por lo admirable de la Corte, que era una, y por la solvencia del Consejo de Estado.

En los tiempos de ahora, sumidos como estamos en la peor de las violencias, la de las instituciones que amenazan y persiguen, que diseñan estrategias de satrapía  para domeñar a los ciudadanos de su jurisdicción, es necesario reclamar la veeduría de impolutos organismos internacionales diseñados para preservar libertades y proteger derechos populares.

Al mundo entero lanzamos nuestra alarma fundada, para que se impida el atropello y se aborte el asalto al mejor preciado y más grande recurso de la libertad universal: el derecho elemental a decir y a comunicar lo que el alma siente.

Si en Colombia no se pueden comentar las decisiones de tantas Cortes, que ahora nos asedian a cambio de protegernos; si en Colombia no se puede expresar rechazo frente a las determinaciones jurisdiccionales que ofenden la sensibilidad pública; si en Colombia nos debemos inclinar reverentes frente al tinglado de burócratas engreídos y suficientes, con ínfulas de intocables, que más procuran  expandir y resguardar sus ventajas, que manifestarse en pro de los intereses colectivos; pues sencillamente hemos llegado al fondo de las desgracias sufridas durante el último medio siglo, y estamos expuestos al estrujamiento general por parte de una élite plástica, que olvidó los códigos legales y prefirió calzar botines, lucir relojes, y escanciar vinos imaginados en las factorías de la infamia.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, agosto 26 de 2012

miércoles, 15 de agosto de 2012

Solución sin trampantojos



Espero no engañarlos ni engañarme. Trataré de decir una verdad que coincida con lo que filosóficamente es la verdad,  y no una de esas verdades que siéndolo para mí no lo sea para ustedes, ni al contrario, una verdad que siéndolo para ustedes no lo sea para mí.

El problema es Colombia. Los causantes del problema somos todos, y todos estamos obligados a solucionar el problema que entre todos hemos creado.

La discusión ha sido larga y traumática, sin que aparezca un mínimo de luz o un ápice de inteligencia capaz de frenar el insulto permanente, la calumnia grosera, el invento tendencioso, la agresión innecesaria, el interés creado y el eterno afán de confundir.

Lo que los unos decimos de los otros suele no ser lo que realmente debiéramos decir. Nosotros decimos de ellos y ellos dicen de nosotros sin pausa ni medida, y cada vez afilamos más los malos recursos dialécticos para volver a decirnos lo que siempre nos hemos dicho, y que necesitamos no seguirnos diciendo.

La mayoría de ellos insiste en decir que nosotros somos la extrema, no sabemos de qué, y necesariamente, por ese vertiginoso afán de seguirnos diciendo lo que no nos debemos decir, también nosotros terminamos diciéndoles que la extrema son ellos, vayan ustedes a saber de qué.

En distintos momentos de lucidez, de verdadera lucidez nacional, algunos fueron capaces de ponerse de acuerdo con otros para no volverse a decir lo que siempre se habían dicho, y lograron que las inmensas mayorías, eso que ellos a su debido tiempo optaron por llamar así, entendieran que mayoría eran todos, y todos como mayoría resolvieron darse un abrazo fraterno que, a la postre, se convirtió en entendimiento y después en paz.

Lamentablemente la paz es quebradiza, esquiva, huidiza, endeble, delicada y frágil. Lamentablemente la paz paró en manos de quienes no la podían cuidar, porque nacieron para no conocerla, así como  nosotros nacimos para no disfrutarla. Y en ese cúmulo de equivocaciones sucesivas, de ellos por no conocerla, y de nosotros por no entender que ellos eran incapaces de cuidarla, llegamos al punto de quiebre, a la solución indebida, al cruce de palabras vanas, pedantes y altisonantes, y resultamos disputándonos la paz tirando de ella por los extremos hasta romperla,  hasta  fracturarla de tal manera que no hemos podido recoger los destrozos.

Lo ideal sería que todos nosotros, la sociedad nacional colombiana, dentro del necesario respeto a la claridad de las ideas y a la proporción numérica de quienes las defiendan,  en gesto de aquilatada sensatez, sin dinamita, asistidos por el lenguaje franco, con las manos limpias y el corazón tranquilo, henchidos de fortaleza para no atropellarnos, provistos  de precisión y sensibilidad para no herirnos, plenos de sabiduría para no destruirnos, buscáramos estructurar en un consenso público sin  tapujos, al amparo de  incontrovertible ética legislativa y bondadoso esfuerzo conciliador,  una política social altruista, una contratación administrativa sin bandidaje, una magistratura sin componendas, unos controles públicos  sin atajos, que nos  dejen rehacer el camino de la paz duradera.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, agosto de 2012

martes, 7 de agosto de 2012

Los efectos del engaño

 
Cumplidos dos años de gobierno del Presidente Santos, prenden motores los grupos interesados en sucederlo.
En las democracias es así, ocurrida la posesión de un nuevo mandatario comienzan las reestructuraciones y acomodamientos enfilados a recuperar el poder perdido, o a conquistar el que no se ha tenido. Así se relevan roscas y camarillas.
Los meses quemados en implantar nuevos esquemas y estrategias de lucha, contra  problemas endémicos, fueron escasos para mostrar otra imagen nacional. Se agotaron los trayectos de ascenso, y viene el descenso cada vez más corto y vertiginoso.
Pasar bien a la historia, ingresar al club de los mejores, obtener medalla de  excelencia no es fácil, e indefectiblemente la valoración se hace anticipada.
Ya  quisieran gobernantes y seguidores que se califiquen sus ejecutorias sobre periodos vencidos, sobre mandatos concluidos, pero no, los pueblos nunca esperan porque el futuro es ahora, y porque las soluciones ofrecidas y  deseadas debieran estar en plena florescencia.
Se sabe que en distintos aspectos, en temas cruciales, nos quedaremos con los crespos hechos y ya lo que fue, fue.
Marchitas las flores de la celebración queda el salón vacío, y los barrenderos empuñan sus escobas, no sólo para sacar la basura, sino para empujar a los borrachitos despistados que todavía no sospechan el final de la fiesta.
A Santos no le ha ido mal en las actuales circunstancias, frente a las enormes dificultades económicas y sociales que a diario oscurecen el panorama político, puede darse por satisfecho si pasa raspando con un tres escueto. El cinco aclamado pasó a  la historia hace muchos años, y el sobresaliente cuatro se hace esquivo y distante, sobre todo en tiempos de dudas.
Y eso fue lo que sembró Santos en el arranque, terribles dudas que rompieron esperanzas, dudas que crecieron a la sombra de un discurso ambiguo, en el que no se dijeron las cosas como debían decirse, obviamente porque no se hicieron como debían hacerse.
Cuando se tiene lucidez mental uno quiere que le digan las cosas al derecho y como son, sobre todo cuando la silueta del tapado es identificable bajo la capa con que se le cubre.
Desde ahora el entramado se modifica, los actores del sainete actual deben recoger sus bártulos, aplausos y rechiflas, y marcharse al camerino para darle pista a la nueva función.
Atentos estamos para que se nos diga con honradez cómo es el tejemaneje futuro del conflicto, ya mayores de edad que somos, y curtidos como estamos de vivir a la intemperie, sometidos a las más dolorosas pruebas de supervivencia y de humillación, necesitamos líderes sinceros que no nos engañen, que utilicen la palabra franca para cantarnos la verdad de sus aspiraciones e intereses, que nos muestren la baraja sin marcas, y que nos aseguren la correcta interpretación de nuestros anhelos. Esa es la música que nos gusta, la  real, la genuina, la de la claridad en el decir y en el obrar.
A Santos, si no nos hubiera mentido, le habría ido mejor. No hay tiempo de llorar.   
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, agosto 7 de 2012

jueves, 26 de julio de 2012

Colombia herida


Tener herramientas jurídicas y no  utilizarlas, sobre todo por parte de quienes tienen la obligación legal de hacerlo, es como pasearse por encima del código penal.

Colombia,  país de leyes, se mueve en la esfera de los que tienen herramientas y no las usan aunque tengan obligación jurídica de hacerlo. Es decir,  los funcionarios oficiales en Colombia no aplican los estatutos prohibitivos que fijan sanciones a quienes agotan el comportamiento prohibido.

Así es en todo; el mototaxismo da mucha tela para cortar. En gran parte del territorio nacional, con ese medio irregular de transporte, se desbordan los reglamentos de tránsito  sin que nadie someta al gremio.

En regiones apartadas, esas de permanente ausencia estatal, el servicio se presta con motocicletas robadas, y en aquellos lugares donde los vehículos no son robados acontece que funcionan sin seguro obligatorio, en pésimas condiciones de seguridad mecánica, y utilizando insalubres cascos y chalecos que debieran pasar al horno crematorio por elementales razones de aseo.

Los dueños de compraventas automotrices sencillamente se apropiaron de los espacios públicos, sin que ninguna autoridad los requiera para que ejerzan su comercio al interior de locales debidamente dotados para ello. En algunos de esos establecimientos se lavan carros y se realizan reparaciones mecánicas en plena calle y andenes públicos, con alto riesgo para los peatones, quienes deben hacer peligrosas piruetas sobre la calzada vehicular para que no los atropellen los agresivos conductores de toda suerte de aparatos, que irresponsablemente se desplazan a velocidades  de vértigo.

Y ni qué hablar de los curadores urbanos; a cambio de propinas, o mediante el cobro ilegal de jugosas tajadas, autorizan la indebida construcción de toda suerte de cambuches y  cacetas para que allí funcionen negocios de dudosa legitimidad. Aparte de que algunas zonas residenciales, destinadas a vivienda unifamiliar, en que la mayoría de habitaciones tienen una o dos plantas, se ven asediadas con la  inverosímil construcción   de  aparatosas moles de apartamentos, desde cuyos pisos elevados se observa todo lo que suceda al interior de las viviendas bajas y, en verdaderos paños menores,  los atropellados propietarios de patios interiores, sagrados espacios familiares, quedan sometidos a la impúdica mirada de vecinos depravados que hasta los gravan en videos, o simplemente los observan a mansalva durante el diario ejercicios de humanas funciones vitales.

El propio Presidente de la República abrió plaza violando la Constitución Nacional, cuando cambió olímpicamente la terna para que los cómplices magistrados de la Corte pudieran elegir la Fiscal que querían. Y siguió violando la Constitución al implementar curioso mecanismo ilegítimo para reversar afrentosa reforma a la justicia por él mismo patrocinada.

Ante ese hiriente panorama de violaciones directas y de omisiones indolentes no resulta raro, aunque sí doloroso, que se haya permitido a indignos indígenas del Cauca sacar a empellones a dignos representantes de la fuerza pública de unos territorios que a todos los colombianos nos pertenecen.

Quiera Dios, y los operadores judiciales competentes, que la sancionada Piedad Córdoba no pase impune con sus nuevos graves comportamientos  contra el Estado y la Seguridad Nacional.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, julio de 2012

sábado, 14 de julio de 2012

El laberinto


Inexplicablemente  el Presidente Santos,  enredado en las veleidades del poder,  utiliza explosivas mezclas de arrogancia y ambición personal  para construirse  intrincado laberinto en el que ofrece sacrificios humanos,  como en la antigua Creta, para tratar de aplacar al Minotauro.

Muy mal asesorado y pésimamente  envalentonado,  el decadente  mandatario nacional pretendió mostrar un control  territorial que no tiene  y una audacia política retadora en la que el tiro le salió por la culata.

Temerario gesto suicida ese de venir  a realizar costoso Consejo de Ministros en  histórico polvorín que, desde las alturas de la Cordillera Central,  amenaza la tradicional dinámica agropecuaria del departamento del Cauca  y al emporio industrial Vallecaucano.

Toribío, Tacueyó, Jambaló y Mosoco,  álgidos escenarios geográficos encaramados en la mole andina que se  desgaja  del macizo de Almaguer,  y  que  abraza los departamentos del Cauca, Valle, Tolima y Huila,  no han sido domeñados por la institucionalidad.

Quien  haya ingresado a territorios ancestrales de Paeces y Pijaos  sabe perfectamente que allí  no existe  autoridad pública respetable, ni acatamiento sincero del ordenamiento legal.

En las orillas de los caminos florecen  plantaciones ilícitas pertenecientes  a  la delincuencia organizada,  que ninguna misión oficial reprime.  Así ha sido desde siempre, la marihuana de esa región es mundialmente reconocida por su excelente calidad,  la coca y la amapola se cultivan en  predios de resguardos  y en  parques naturales.  Eso no es nuevo  ni el Gobierno lo ignora, pero ha faltado decisión política para enfrentar el  comportamiento delictivo  y  mermar el combustible que atiza la  guerra de los narcóticos.

Aunque una buena parte del agreste territorio caucano se encuentra bajo el asedio de armados ilegales, sólo unas pocas actividades son ilícitas. Existen admirables muestras de que no todos los indígenas se dejan seducir por el crimen,  pero falta mucha convicción gubernamental para  arrebatarle milicianos a los emisarios del desorden,  que aspiran a delinquir sin el patrullaje de la fuerza pública y auspician el  desmantelamiento de las instalaciones militares oficiales.

Si el Presidente Santos deja de aspirar a un segundo mandato,  y  abandona la obsesión de que lo incorporen a la gran burocracia internacional,  y se compromete a respetar la Constitución y a los colombianos,  es factible que enmiende la deslucida plana y termine haciendo un gobierno que el pueblo recuerde con respeto,   pero si sigue sacrificando torpemente a los mejores hombres de las Fuerzas  Armadas,  como acaba de hacerlo en Jambaló,  es imposible que salga bien librado.

Los cadáveres del  teniente Andrés Serrano y el técnico Oscar Castillo, cuyos espíritus  vuelan alto,  pesarán en la conciencia del gobernante que para hacer inútil presencia en el teatro bélico expuso sus hombres al peligro de balas enemigas.

Sin reponer  un solo vidrio,  después del bombazo que hace un  año averió un  centenar de casas,  obró  irrazonablemente el mandatario, al ponerse a tiro de piedra ante la dolida comunidad de Toribío que  lo abucheó.

Si  Santos sigue así, ni el hilo de Ariadna ni las alas de Ícaro le servirán de ayuda para salir del oscuro  laberinto  en que se está encerrando.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, julio de 2012

sábado, 30 de junio de 2012

Los reyes del titubeo


Más que nunca quedó claro que la urna de cristal es sólo un utensilio distractor para que el mago saque las cartas, las palomas, los conejos y  los micos característicos del tinglado populachero.

Repugnante espectáculo de poder decadente  presenció Colombia con la aprobación y posterior hundimiento de reforma malintencionada,  impulsada por el Ejecutivo para complacencia del  Legislativo y  la  morronga  voracidad de las Cortes.

Es probable que no exista noticia de tanta  desfachatez en el transcurso institucional desde 1991 hasta hoy.

Pero es bueno que haya sucedido lo que sucedió.

A las democracias  les resulta provechoso ejercitarse, entrenarse,   prepararse  ardua  y permanentemente para las contiendas políticas del futuro.

Lo que se avecina es difícil y exigente, y  los colombianos debemos estar atentos y prevenidos para evitar  que ocurran atropellos como el que casi se perpetra,  que afortunadamente no se concretó  por virtud de la presión popular libremente manifestada desde las columnas de opinión, las redes sociales, la academia,  y desde  supérstites  trincheras de algunos grupos del  pensamiento nacional  empeñados en mantenerse pulcros, íntegros  y  dignos.

Mal quedó el señor Presidente Santos,  que desgobierna a  impulsos de reversa,  y que hizo gala del  famoso  “sacaculismo”,  tan hábilmente esgrimido por algunos malos padres  para  achacar a la madre las malformaciones de la criatura que entre los dos procrearon.

Quedó mal  el señor Ministro Juan Carlos Esguerra,  quien tenía la responsabilidad jurídica y política de supervisar  la  correcta  redacción  de todos esos artículos, parágrafos e incisos,  que los conciliadores  dizque le leían mientras él los consideraba  irreprochables,  porque luego del adormilado acatamiento salió a  tacharlos como inconvenientes,  bajo  peregrino argumento de haber sido  ensamblados sin su participación  durante una forzada ausencia suya,  que parece no fue tan  forzada como el Ministro alega,  y porque  de todas maneras  se ensamblaron con la materia prima que el gobierno  suministró a los sagaces manufactureros del Capitolio.

Mal quedaron los congresistas que con su voto aprobaron el adefesio,  porque le mostraron todo el cobre al país, cuando bajo los velos de un ajuste a la administración de justicia, en cobarde actitud golpista intentaron reimplantar  la dañina inmunidad parlamentaria, hace años extirpada en beneficio de la salubridad republicana.

Pero lo que fundamentalmente desconcierta es la frialdad para mentir de los presidentes de  Cámara y Senado,  los señores Simón Gaviria y Juan Manuel Corzo,  el primero por decir que aprobó una reforma que no leyó, cuando de cabo a rabo intervino activamente en ella,   y el segundo por declararse ajeno al interés parlamentario de restaurar la inmunidad,  cuando el común de las gentes lo distingue precisamente por eso, por ser el principal impulsor de la idea que pretendía resucitar semejante cadáver.

Los reyes del titubeo,  que mintieron al pretender reformar  la Constitución y  al reversar el entuerto,  y que no encontrarán palabras para  explicar lo inexplicable, tienen  asegurada la rechifla de la opinión pública durante lo que resta del presente mandato, una sonora  demostración ya se escuchó durante la abortada intervención del primer mandatario en su visita al Campus Party.

Miguel  Antonio Velasco Cuevas

Popayán, junio de 2012

martes, 19 de junio de 2012

El Estado inviable

 
Las posiciones  de poder omnímodo corrompen,  y la adulación abre grietas nefastas en los niveles superiores del mando,  por ello resultan necesarias las colaboraciones armónicas pero equilibradas que eliminen  tensiones permanentes entre las ramas del  poder público.

Los encumbrados atropellan cuando no se les recuerda que hacen parte del cuerpo social. Es indispensable que los organismos de control  permanezcan  vigilantes  y atiendan  oportunamente las alarmas, sin olvidar que la mala interpretación de las  garantías procesales puede transformarse en connivencia con el crimen.

Es  reprobable que los  integrantes de un mismo nivel  administrativo  oculten sus propias fallas,  y muchas veces los estrechos vínculos de amistad,  la solidaridad entre colegas,  o los pequeños intereses de mando,  terminen como auspicio de conductas delictivas reiteradas que causan  deterioro social  y detrimento patrimonial  a las arcas oficiales.

La ignorancia,  la chabacanería,  y la incultura de muchos mandos medios,  indebidamente empoderados por  gobernantes  y  administradores complacientes,  generan  condiciones propicias   para la ilicitud en  la ejecución y control de las políticas públicas.

La complacencia de la sociedad frente a las conductas impropias de los gobernantes casi que vino a  equiparar la habilidad para dirigir con la maña para engañar.  Ha hecho carrera la aceptación de lo torcido y lo perverso.

Las noticias de los últimos tiempos,  el atropello permanente a la bondad y buena fe de los  ciudadanos  corrientes, el  crecimiento desmedido de las conductas delincuenciales individuales  al interior de la institucionalidad, y el marcado ablandamiento de la honorabilidad en el desempeño público  amplían la brecha hacia un Estado inviable.

Hoy, cuando tiene mejor acogida el bribón que el probo, y a nadie interesa el deterioro de la corrección, es necesario que cada colombiano haga su propia reflexión y  se comprometa a recuperar los espacios de la pulcritud.

De nada sirve que Colombia clasifique entre las colectividades más felices del mundo, poco importa que el paisaje y las bondades del clima hagan de esta patria un rincón apropiado para los goces y deleites terrenales, inane resulta la privilegiada ubicación geográfica y estratégica en un mundo de incesantes negocios intercontinentales,  y para poco vienen a servir la inmensidad de las selvas, la imponencia de las cordilleras, el caudal impetuoso de los ríos, la feracidad de  los campos, la variedad de la flora y de la fauna,  o la envidiable longitud de nuestras costas sobre dos mares,  si esos dones que la naturaleza nos prodiga, si esos bienes que Dios ha puesto en nuestras manos sólo sirven  para que malos ciudadanos y arrogantes detractores del ideal social se constituyan en baldón para ese lejano Estado de Derecho que, con sacrificio de siglos y  orgullo de pueblo libre, hemos tratado de constituir.

La  respetabilidad de las instituciones y la convivencia civilizada sólo  se logran  si las altas investiduras y la dignidad del Estado se dejan a cargo de quienes  comprendan y practiquen los universales principios del bien común.  Mientras estemos expuestos al individualismo rampante y criminal de los que buscan la cúspide para lucrarse y defraudar  superiores  intereses colectivos, seguiremos condenados a la violencia.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 18.06.12

martes, 5 de junio de 2012

El sometimiento del Estado


El sometimiento del Estado

El marco para la paz es otro de los artilugios existentes en la variada utilería de ilusionista,  que con destreza  maneja  Juan Manuel  Santos,  para  potenciar los destellos  de la circense urna de cristal.

Inicialmente, cuando recurrió al cubilete de abalorios,  arrojo al escenario  una temible mano negra;  sin señalar quiénes serían sus operarios, aunque no puede olvidarse  que manos negras hay en todos los extremos de la complicada ecuación violenta utilizada por los detentadores del poder, tanto en países subyugados por tiranías políticas, filosóficas o religiosas, como en los democráticos y libertarios;  de todos modos el mefistofélico artefacto quedó allí, sobre las tablas, para hacerlo saltar cuando resulte necesario distraer a los espectadores.

Además se proclama poseedor de otro embeleco,  dice tener la llave de la paz, una entelequia que nadie puede ver porque la conserva en el fondo del bolsillo, o por esos lados,  para hacerla funcionar en el momento oportuno; quiera Dios que  esté fundida  en  algún noble metal,  porque sería grotesco que el óxido y otras impurezas del entorno  le corroan el bolsillo y hasta la llave al mago,  y a la hora de sacar no encuentre allí la sutileza prometida.

Y también usa retruécanos, no otra cosa hizo cuando adjudicó a la vaporosa ultraderecha  el atentado terrorista contra Fernando Londoño, en lugar de señalar a los verdaderos autores del crimen, todo para no incomodar a los amaestrados tiburones del amistoso  vecindario.

Y así cree mantener el engaño, pero si  nos detenemos a mira el sistema legal vigente, el  aplicable a esta realidad delincuencial,  encontramos que el  régimen  penal  colombiano tipifica las conductas delictivas,  y establece los procedimientos  idóneos para sancionar los  infractores, sin necesidad de reformar las normas existentes.

Es inconveniente la enmienda que otorgaría al Ejecutivo la facultad omnímoda de elegir a los actores criminales que deban ir a juicio, o seleccionar graciosamente a los que recibirán perdón por su trayectoria delincuencial.

Porque,  si fueren necesarios,  tanto la norma constitucional como la penal   consagran el indulto y  las amnistías, mecanismos legítimos de extinción de la acción y de la pena, perfectamente aplicables mientras se respeten los  tratados vigentes con la comunidad de naciones, y mientras  no se incurra en desbordamientos de política criminal  que provoquen la intervención de la Corte Penal Internacional.

Lo que se requiere es aplicar las reglas vigentes,  no hacerlo  es someter el Estado a las condiciones del enemigo.

Las brutales actuaciones de la delincuencia organizada, los ataques  a la población civil, los bombazos indiscriminados contra los pueblos, los hostigamientos a las estaciones policiales, el minado de cultivos ilícitos y de caminos públicos,  el reclutamiento forzado de niños campesinos,  el amedrentamiento general a la sociedad colombiana;  tal como ha ocurrido en Morales, Caloto, Toribío, y  El Tambo, aquí en el Cauca,  o como en La Gabarra y Maicao, o en La Montañita, donde los violentos atacaron policías que auxiliaban a una parturienta y mataron a la partera; son ilegítimos argumentos de fuerza que no pueden primar sobre la legitimidad del ordenamiento estatal.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, junio de 2012

martes, 22 de mayo de 2012

El arte de confundir

 
La mayor dificultad de las guerras es la solución. Razón tienen quienes piensan que hay que terminarlas, pero no de cualquier manera.

Los  costos de  la confrontación prolongada;  ruina, dolor y muerte;    quedan  indeleblemente  marcados en la piel de las víctimas, que  además sufren los embates del enredo estratégico.

El  honor y la dignidad son valores innegociables, aunque a ratos no se sabe en dónde tienen  o cómo entienden dichos valores algunos de los protagonistas.

Una confrontación contra la delincuencia organizada como la que vive Colombia,  que involucra  intereses políticos y económicos  diametralmente opuestos,  en aras de la convivencia  podría conducir a modificaciones constitucionales que favorezcan la implantación y mantenimiento del orden social,  pero nunca a otorgar concesiones que empoderen al  bandidaje en detrimento de la legalidad.

Hablar de restablecimiento del orden puede ser una inflexión verbal inadecuada  en medio del caos que ha vivido Colombia a lo largo de toda una generación,  porque actualmente es difícil encontrar ciudadanos  que hayan conocido la paz nacional, la normalidad jurídica, y el pleno ejercicio de las libertades públicas.

En  Colombia  la organización del Estado es una tarea pendiente.

Los efectos jurídicos de la promulgación de la Carta Constitucional  de 1.991,  tan  eufóricamente  alardeados  por los detractores de la vieja Constitución de 1886 están por verse.  Hasta ahora seguimos sin conocer la paz,  anhelado atributo moral  que,  una vez consagrado como derecho y deber constitucional,  quedó  convertido en simple aviso que nadie respeta.

Y ni hablar de esa parafernalia de unos derechos fundamentales, y otros  de tercera generación, constituidos en verdadera letra menuda,  que sólo ha servido para profundizar disputas harto  antidemocráticas y hasta inconstitucionales de las altas cortes entre ellas, y de ellas con el Legislativo y con el Ejecutivo.

El conflicto de ahora es distinto a todos los anteriores,   pero producto directo  de la degradación social por ellos originada, y de la incapacidad gubernamental  para conjurarlos. Tan confusa es la naturaleza de las sucesivas confrontaciones internas en Colombia que, como en una de las curiosas notas de Robert  Rypley, dos contradictores ideológicamente dispares, el expresidente Uribe y José Miguel Vivanco, ahora están de acuerdo en algo que mayoritariamente  sabemos los colombianos, menos el Presidente Santos con su bancada de Unidad Nacional,  y es que el marco legal para la paz abre las  puertas  a la impunidad.

Pero ahí no para el galimatías de la guerra; a nadie  se le puede ocurrir que el brutal atentado terrorista contra el doctor Fernando Londoño Hoyos, y contra las  libertades de prensa y de expresión, sea estratagema de la derecha política colombiana para sacar provecho del  desorden, como han dicho voceros del   ELN que piensa pescar en río revuelto.  Claro que  tampoco es juicioso lo que dice el Presidente Santos; que disque el desorden imperante es promovido por unos tiburones, que no identifica, interesados en hacerle perder el rumbo a la ya desorientada embarcación del gobierno.

Derecha e  izquierda, si verdaderamente quieren la paz,  deben renunciar al arte de confundir como medio de lucha política.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, mayo de 2012