En tierra de ciegos el tuerto es rey, ese
pareciera ser el sino trágico de esta Colombia mancillada por deshonestos deslices
del ejecutivo que, sin ruborizarse, le
da de mamar a una recua de congresistas que chupan sin avergonzarse. Pero los ciegos ya están
cansados.
La gran deuda del gobierno se genera en el
estruendoso fracaso de pomposas ofertas reformatorias que nunca llegaron a ser lo
que se dijo que serían, y que en buena medida se desvencijaron por ofender al
pueblo. La de la salud pone la tapa a las
frustradas de educación y justicia porque
vino a romper las sensibles barreras del
gasto público e hirió la capacidad de aguante ciudadano que no tolera perder por
decreto posterior una lucha jurídica
antes ganada por vía de sentencia.
Para poder reunir al congreso, así con
minúsculas por su minúsculo decoro, hubo necesidad de sentarlo a manteles, y
entonces sí, juiciosamente, se produjo el milagro de la comparecencia. Lamentable
que en este país de testaferros las cosas funcionen así, se presta la torcida colaboración
cuando la ilegítima contraprestación se ha satisfecho por anticipado.
Al Ministro de hacienda le pareció convincente
decir que la mermelada para los congresistas eliminó riesgos de cuantiosas condenas.
¿Desde cuándo al sahumador del régimen
lo angustia la cuantía del cheque? ¿Por
qué le falló ese resorte cuando firmó
sin reservas el jugoso cheque que
encontró sobre el escritorio aquella vez que lo hicieron Ministro de Transporte? ¿Este país adolorido por los engaños se
dejará embutir el grosero argumento de la cautela contra sentencias condenatorias?
Pues no es de creer que los colombianos, históricamente mamados de pagar los
platos rotos del despilfarro administrativo, tengan apetito para tragarse este
sapo.
Al pueblo colombiano esas supuestas demandas no lo podían asustar porque
el litigio ya estaba definido a su favor.
Una sentencia del Consejo de Estado era verdadero derecho adquirido por
los contribuyentes para no pagar altos costos de indecorosas primas
parlamentarias, pero los vampiros del
erario público, que saben torcer y chupar pescuezos, resolvieron desconocer ese
fallo mediante la expedición de un decreto.
Cuánto cinismo, cuánta desfachatez, cuánto
descaro signa a esos eternos chupasangre que incrementan sus voluminosos
ingresos con el cuento chino de que el decreto les restableció a ellos un derecho
adquirido que la sentencia les había desconocido. Esa es la más estrepitosa aplicación del la
ley del embudo. Se le niegan recursos económicos a la escuálida inversión
social para alimentar las agallas de una parálisis parlamentaria artificial.
Ya está bueno. Ya es hora de cobrar la deuda social insoluta que multimillonarios
elegidos tienen adquirida con sus empobrecidos electores.
Entre la barahúnda de aspirantes hay una inmensa
mayoría que espanta y apesta. Por eso es deber cívico convocar a todos los
electores aptos para repudiar a quienes los atropellan.
La solución no es marginarse, la solución es
participar y cerrarle el paso a la reelección de unas castas parásitas que a
fuerza de artimañas multiplican y estiran los pezones de esa ubre inagotable en
que tienen convertido el Presupuesto Nacional.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 10.10.13