Fuera preferible no tener que
mencionar la inmundicia en que nadamos. Cuánta felicidad, cuánta verdadera paz
habría si el molino noticioso no
perturbara la ya perturbada rutina del descompuesto acontecer.
Pero la realidad es otra y por los siglos de los siglos viene atada a
terribles procesos de descomposición. La fetidez es el signo de nuestra humana
especie.
No se recupera el país de un brote sucio sin
que decenas de otros más sucios afloren en su piel. La sarna nos invade y nos corroe, las pústulas
pululan sin que el organismo nacional reaccione en su defensa.
Sufrimos una infección generalizada y no
entendemos que debemos combatirla, nos sabemos invadidos por tumores malignos
pero nos resistimos a extraerlos. Sentimos, y eso
es lo triste, que la esencia de nuestro ser institucional cohabita con la más
avezada de todas las prostitutas, pero nos ponemos el gorro para no ver, y nos taponamos las orejas para no percibir el impúdico ajetreo, y nos cubrimos las narices para no captar los
inequívocos efluvios de la pestilente coyunda.
Con modorra elefantina se le bate
incensario al gobernante para perfumar el ambiente y tratar de disimular los
miasmas exhalados por este cuerpo territorial enfermo.
La corrupción anida en todas partes sin que
nadie la rechace y la persiga.
Los fondos públicos se deslíen en el fango de
la contratación indolente, los blancos paquidermos del desfalco se desmoronan a la intemperie
como flamantes monumentos al cinismo y la desfachatez, a pocos les preocupa el
buen destino de los recursos oficiales, y los mismos personajes que se los apropian, los que los desvían, los
que hacen de ellos una caja chica para agigantar la cauda electoral, son los
que ahora vienen a predicarnos pulcritud y transparencia.
Sepulcros blanqueados como los
denomina el texto bíblico, hipócritas repletos de inmundicia, jarrones de
aparente refulgencia que por dentro van llenos de codicia y rapiña.
Eso son muchos de los que ahora se
exhiben en el bazar de aspirantes al Congreso Nacional, los que de su dentición canina hacen una valla publicitaria para captar clientela y conquistar respaldos que los consoliden en
turbios saqueos e ilícitos enriquecimientos.
Si las regiones se autocriticaran
ante los espejos de la verdad, si los
oficiantes del peculado fueran desenmascarados ante la audiencia popular, si
los que se arrogan la vocería de la sociedad se tomaran el trabajo de aminorar
la cetrería de sus faenas y la inequidad de sus apetencias, otra sería nuestra
realidad y mejor nuestro futuro.
Pero para ello es necesario que la
masa rasa, el vulgo hastiado de chirrincho y tamal, y quienes nos ufanamos de amar
esta patria, juntos nos demos a la tarea
de conformar una cruzada moral, una brigada
ética para hurgar y apretar las llagas que nos laceran.
Si aprovechamos este tiempo para
escarbar la gusanera nacional, aunque es posible que no acabemos con la
matadura, por lo menos sentiremos el fresco alivio de tirar al fuego los gordos
ácaros que más escocen. Eso es lo que necesitamos, una desparasitada general.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 03.11.13