domingo, 3 de noviembre de 2013

A escarbar la matadura




Fuera preferible no tener que mencionar la inmundicia en que nadamos. Cuánta felicidad, cuánta verdadera paz habría  si el molino noticioso no perturbara la ya perturbada rutina del descompuesto acontecer.

 Pero la realidad es otra y  por los siglos de los siglos viene atada a terribles procesos de descomposición. La fetidez es el signo de nuestra humana especie.

 No se recupera el país de un brote sucio sin que decenas de otros más sucios afloren en su piel.  La sarna nos invade y nos corroe, las pústulas pululan sin que el organismo nacional reaccione en su defensa.

 Sufrimos una infección generalizada y no entendemos que debemos combatirla, nos sabemos invadidos por tumores malignos pero nos resistimos a extraerlos. Sentimos,  y  eso es lo triste, que la esencia de nuestro ser institucional cohabita con la más avezada de todas las prostitutas, pero nos ponemos el gorro para no ver,  y nos taponamos las  orejas para no percibir el impúdico ajetreo,  y nos cubrimos las narices para no captar los inequívocos efluvios de la pestilente coyunda.

Con modorra elefantina se le bate incensario al gobernante para perfumar el ambiente y tratar de disimular los miasmas exhalados por este cuerpo territorial enfermo.

 La corrupción anida en todas partes sin que nadie la rechace y la persiga.

 Los fondos públicos se deslíen en el fango de la contratación indolente, los blancos paquidermos  del desfalco se desmoronan a la intemperie como flamantes monumentos al cinismo y la desfachatez, a pocos les preocupa el buen destino de los recursos oficiales, y los mismos personajes  que se los apropian, los que los desvían, los que hacen de ellos una caja chica para agigantar la cauda electoral, son los que ahora vienen a predicarnos pulcritud y transparencia.

Sepulcros blanqueados como los denomina el texto bíblico, hipócritas repletos de inmundicia, jarrones de aparente refulgencia que por dentro van llenos de codicia y rapiña.

Eso son muchos de los que ahora se exhiben en el bazar de aspirantes al Congreso Nacional,  los que de su dentición canina  hacen una valla publicitaria  para captar clientela  y conquistar respaldos que los consoliden en turbios saqueos e ilícitos enriquecimientos.

Si las regiones se autocriticaran ante los espejos de la verdad,  si los oficiantes del peculado fueran desenmascarados ante la audiencia popular, si los que se arrogan la vocería de la sociedad se tomaran el trabajo de aminorar la cetrería de sus faenas y la inequidad de sus apetencias, otra sería nuestra realidad y mejor nuestro futuro.

Pero para ello es necesario que la masa rasa, el vulgo hastiado de chirrincho y tamal, y quienes nos ufanamos de amar esta patria, juntos nos  demos a la tarea de conformar una cruzada moral, una brigada  ética  para  hurgar y apretar las llagas que nos laceran.

Si aprovechamos este tiempo para escarbar la gusanera nacional, aunque es posible que no acabemos con la matadura, por lo menos sentiremos el fresco alivio de tirar al fuego los gordos ácaros que más escocen. Eso es lo que necesitamos, una desparasitada general.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 03.11.13