martes, 19 de junio de 2012

El Estado inviable

 
Las posiciones  de poder omnímodo corrompen,  y la adulación abre grietas nefastas en los niveles superiores del mando,  por ello resultan necesarias las colaboraciones armónicas pero equilibradas que eliminen  tensiones permanentes entre las ramas del  poder público.

Los encumbrados atropellan cuando no se les recuerda que hacen parte del cuerpo social. Es indispensable que los organismos de control  permanezcan  vigilantes  y atiendan  oportunamente las alarmas, sin olvidar que la mala interpretación de las  garantías procesales puede transformarse en connivencia con el crimen.

Es  reprobable que los  integrantes de un mismo nivel  administrativo  oculten sus propias fallas,  y muchas veces los estrechos vínculos de amistad,  la solidaridad entre colegas,  o los pequeños intereses de mando,  terminen como auspicio de conductas delictivas reiteradas que causan  deterioro social  y detrimento patrimonial  a las arcas oficiales.

La ignorancia,  la chabacanería,  y la incultura de muchos mandos medios,  indebidamente empoderados por  gobernantes  y  administradores complacientes,  generan  condiciones propicias   para la ilicitud en  la ejecución y control de las políticas públicas.

La complacencia de la sociedad frente a las conductas impropias de los gobernantes casi que vino a  equiparar la habilidad para dirigir con la maña para engañar.  Ha hecho carrera la aceptación de lo torcido y lo perverso.

Las noticias de los últimos tiempos,  el atropello permanente a la bondad y buena fe de los  ciudadanos  corrientes, el  crecimiento desmedido de las conductas delincuenciales individuales  al interior de la institucionalidad, y el marcado ablandamiento de la honorabilidad en el desempeño público  amplían la brecha hacia un Estado inviable.

Hoy, cuando tiene mejor acogida el bribón que el probo, y a nadie interesa el deterioro de la corrección, es necesario que cada colombiano haga su propia reflexión y  se comprometa a recuperar los espacios de la pulcritud.

De nada sirve que Colombia clasifique entre las colectividades más felices del mundo, poco importa que el paisaje y las bondades del clima hagan de esta patria un rincón apropiado para los goces y deleites terrenales, inane resulta la privilegiada ubicación geográfica y estratégica en un mundo de incesantes negocios intercontinentales,  y para poco vienen a servir la inmensidad de las selvas, la imponencia de las cordilleras, el caudal impetuoso de los ríos, la feracidad de  los campos, la variedad de la flora y de la fauna,  o la envidiable longitud de nuestras costas sobre dos mares,  si esos dones que la naturaleza nos prodiga, si esos bienes que Dios ha puesto en nuestras manos sólo sirven  para que malos ciudadanos y arrogantes detractores del ideal social se constituyan en baldón para ese lejano Estado de Derecho que, con sacrificio de siglos y  orgullo de pueblo libre, hemos tratado de constituir.

La  respetabilidad de las instituciones y la convivencia civilizada sólo  se logran  si las altas investiduras y la dignidad del Estado se dejan a cargo de quienes  comprendan y practiquen los universales principios del bien común.  Mientras estemos expuestos al individualismo rampante y criminal de los que buscan la cúspide para lucrarse y defraudar  superiores  intereses colectivos, seguiremos condenados a la violencia.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 18.06.12