Las posiciones de poder omnímodo corrompen, y la adulación abre grietas nefastas en los
niveles superiores del mando, por ello resultan
necesarias las colaboraciones armónicas pero equilibradas que eliminen tensiones permanentes entre las ramas del poder público.
Los encumbrados atropellan cuando
no se les recuerda que hacen parte del cuerpo social. Es indispensable que los
organismos de control permanezcan vigilantes y atiendan oportunamente las alarmas, sin olvidar que la mala
interpretación de las garantías
procesales puede transformarse en connivencia con el crimen.
Es reprobable que los integrantes de un mismo nivel administrativo oculten sus propias fallas, y muchas veces los estrechos vínculos de
amistad, la solidaridad entre colegas, o los pequeños intereses de mando, terminen como auspicio de conductas delictivas
reiteradas que causan deterioro
social y detrimento patrimonial a las arcas oficiales.
La ignorancia, la chabacanería, y la incultura de muchos mandos medios, indebidamente empoderados por gobernantes
y administradores complacientes, generan condiciones propicias para la ilicitud en la ejecución y control de las políticas
públicas.
La complacencia de la sociedad
frente a las conductas impropias de los gobernantes casi que vino a equiparar la habilidad para dirigir con la
maña para engañar. Ha hecho carrera la
aceptación de lo torcido y lo perverso.
Las noticias de los últimos
tiempos, el atropello permanente a la
bondad y buena fe de los ciudadanos corrientes, el crecimiento desmedido de las conductas delincuenciales
individuales al interior de la institucionalidad,
y el marcado ablandamiento de la honorabilidad en el desempeño público amplían la brecha hacia un Estado inviable.
Hoy, cuando tiene mejor acogida
el bribón que el probo, y a nadie interesa el deterioro de la corrección, es
necesario que cada colombiano haga su propia reflexión y se comprometa a recuperar los espacios de la
pulcritud.
De nada sirve que Colombia clasifique
entre las colectividades más felices del mundo, poco importa que el paisaje y
las bondades del clima hagan de esta patria un rincón apropiado para los goces
y deleites terrenales, inane resulta la privilegiada ubicación geográfica y
estratégica en un mundo de incesantes negocios intercontinentales, y para poco vienen a servir la inmensidad de
las selvas, la imponencia de las cordilleras, el caudal impetuoso de los ríos,
la feracidad de los campos, la variedad
de la flora y de la fauna, o la
envidiable longitud de nuestras costas sobre dos mares, si esos dones que la naturaleza nos prodiga,
si esos bienes que Dios ha puesto en nuestras manos sólo sirven para que malos ciudadanos y arrogantes
detractores del ideal social se constituyan en baldón para ese lejano Estado de
Derecho que, con sacrificio de siglos y
orgullo de pueblo libre, hemos tratado de constituir.
La respetabilidad de las instituciones y la
convivencia civilizada sólo se logran si las altas investiduras y la dignidad del
Estado se dejan a cargo de quienes comprendan y practiquen los universales
principios del bien común. Mientras estemos
expuestos al individualismo rampante y criminal de los que buscan la cúspide
para lucrarse y defraudar superiores intereses colectivos, seguiremos condenados a la
violencia.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 18.06.12