viernes, 22 de abril de 2011

Juventudes criminales.

La funesta expresión violenta de menores que irrespetaron valores, tradiciones, sentimientos históricos y religiosos de pueblos acrisolados en la fe, y que dolosamente ofendieron una enseña de la Cultura  Universal conmemorativa de la Pasión y Muerte de Cristo, es cruel y horrorosa advertencia del mal que nos corroe.

Nunca, ni siquiera en difíciles momentos de la contienda fratricida que mancilló campos y ciudades de nuestra amada Colombia, se tuvo noticia de tan aleve atentado contra creencias  y fe cristianas.

Popayán no sale del asombro.

Espectadores que en recogimiento admiraban el  pomposo desfile sacro, con el  profundo significado moral,  histórico y ceremonial  que para nosotros tiene la celebración de la Semana Santa, de pronto, se vieron inmersos en inexplicable desbordamiento de personas que gritaban y corrían sin rumbo definido.

Delincuentes de corta edad, bárbaros ellos y quienes los comandan, de esos que tanto daño hacen y que nadie castiga, irrumpieron armados por las calles del centro histórico de Popayán, atacando e hiriendo a quienes no lograron esquivarlos.

Ha llegado el momento de poner talanqueras a la delincuencia juvenil.

Respetables congresistas que se ufanan de proteger niñez, adolescencia y juventud  en riesgo, deben redireccionar su gestión legislativa y sus ambiciones electoreras para buscar cauces correccionales que nos liberen de esas hordas callejeras mal llamadas tribus urbanas.

El mal está allí, en la connivencia con el crimen y la barbarie, en la deformación de la verdad nacional, en la exagerada justificación que suele darse al sentido de rebeldía, propio de las franjas poblacionales juveniles que  apenas asoman a los espacios de una libertad  socialmente responsable.

No es loable continuar por la senda permisiva de reeducación extramural, máxime cuando, en muchísimos casos  los padres o parientes a quienes se confía el cuidado de menores delincuentes son instigadores y determinadores de fechorías que sus pupilos ejecutan.


Quizo Dios que lo sucedido en Popayán no resultara más grave, aunque suficientemente grave resulta que el objetivo, la meta, el propósito criminal que impulsaba a esos cuchilleros imberbes, era pasar a la historia por asesinar a sangre fría a un Síndico o a un Carguero, al que le tocara, sin importar que a hombros  de estos vaya  el honroso encargo de hacer que Popayán sea  un destino religioso cada día más grande, digno y respetable, entre todos los muchos destinos religiosos que el mundo contemporáneo exhibe como fruto del amor universal que Cristo predicó.

Si queremos una Colombia en paz, desarticulemos desde ya las asociaciones criminales juveniles.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 22.04.11