Cuesta trabajo aceptar y justificar la publicitaria vocinglería del
terrorismo colombiano, manifestada ante notarios iberoamericanos congregados en Cuba, a los que se les comunica una rara voluntad de hacer la paz mientras se
intensifican los asaltos contra el pueblo.
Vale repetir que los ciudadanos corrientes anhelamos
la paz, la queremos, la necesitamos, pero no compartimos los arteros métodos de
quienes nos la quitaron durante buena parte del siglo pasado, y también nos la
niegan en el transcurso del presente mientras gritan que la quieren.
Tampoco aceptamos que los aduladores del
gobierno y de los terroristas insistan en proclamar las bondades de una
negociación que perdió el rumbo gracias a meliflua palabrería de quienes, en
representación de la sociedad inerme, estaban en el deber de enfilar el lenguaje y
las acciones hacia el cese unilateral de hostilidades.
A ese inicial propósito le dislocaron el
objetivo. Lo que se necesitaba era cesar las hostilidades contra la sociedad que ha sido y sigue siendo
víctima de la violencia guerrillera, y contener el ataque contra el Estado de
Derecho conformado por pluralidad de personas e instituciones que respetan su
Constitución y se acogen a su amparo.
El gobierno y sus negociadores, virtuales representantes
de la sociedad colombiana, no pueden continuar a manteles con los cabecillas de
una horda asesina que dispara sin clemencia contra todo lo que signifique
autoridad, institucionalidad, jerarquía y orden establecido.
La voluntad de paz se exterioriza con genuinos
gestos de paz, y la personalidad criminal se deduce del simple accionar
delictivo. Al gobierno no le queda bien ignorar el clamor ciudadano para que a
los alzados en armas se les notifique y se les haga sentir que los ilegales son
ellos.
Dorar la píldora, elogiar a los secuestradores
porque manifiesten intención de liberar al secuestrado mientras perversamente
prolongan el cautiverio, disimular el cinismo y mala fe de los delincuentes que
se disfrazan de respetuosos colaboradores y empecinados gestores de una
convivencia que no sienten, y reconocerles una generosidad que en los bandidos
no germina, es igual que autorizarlos para mantener la burla que le hacen al
pueblo y sus gobernantes.
No hace falta desempolvar lejanos recuerdos.
No acababa el Presidente Santos de complacerse por el anuncio de la hasta ahora
inconcreta liberación del General Alzate Mora, cuando un grupo de policías acantonados en la Isla
Gorgona fue victima de feroz agresión por parte de los mismos secuestradores
del alto oficial.
El brutal asalto a ese espacio natural
protegido para la conservación de las especies, santuario de ecologistas y de
amantes de la naturaleza, y el cobarde
asesinato de un uniformado que allí trabajaba son pruebas palpables de que se
le conceden demasiadas ventajas a los verdugos.
Engañan al Cauca y a
sus comunidades vulnerables quienes aplauden la presencia de Santos en este
departamento huérfano de ejecutorias y de sinceridad gubernamentales. No es primicia informativa, la martirizada
Costa del Pacífico está a merced de
criminales guerrilleros que con dineros sucios
alimentan cuentas de candidatos dispuestos a saquear y a facilitar el
saqueo de la riqueza pública.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 23.11.14