sábado, 30 de enero de 2016

Complacencia




 Ahora cuando se logra comprar menos con más, entendemos que con resignación todo se alcanza. Sabemos que algo grandioso sucederá cuando se agoten los ahorros, y que la verdadera felicidad está en las satisfacciones del espíritu, mas no en la glotona plenitud de los estómagos.

 Inmersos en hermosas reflexiones sobre las verdades esenciales de la vida, decidimos no utilizar el carro ni para diligencias hogareñas, nos divertimos hasta el cansancio mientras caminamos bajo el sol resplandeciente, y abandonamos la malsana costumbre de ir a comer helados en el centro comercial. Hasta el año pasado nos bañábamos con agua tibia, pero desde los arranques del presente estamos valerosamente comprometidos con el chorro helado. Nos sentimos felices de contribuir al enfriamiento global.

 En las noches no encendemos los bombillos del patio ni del corredor callejero, porque  alegremente consideramos suficientes los reflejos que llegan de los patios vecinos, y los románticos resplandores de la farola de la esquina.

 Desde el año pasado suspendimos los enfermizos almuerzos mensuales en restaurantes a la carta, y a la gorra leemos noticias cuando agarramos güifí en el supermercado del barrio.  Nos estamos dando el placer de releer la edificante literatura que adquirimos en la época escolar, y eso nos ayuda a pasar derecho frente a la librería Nacional, cuando vamos a Cali, a dónde ya ni vamos, porque comprobamos que lo ahorrado en peajes nos alcanza para disfrutar las ventajas de ir a misa en la buseta urbana.

 Antes comprábamos arroz para las torcazas, pero cuando notamos lo hermosas que se ven cuando comen donde el vecino, las dejamos que se ausentaran mansamente.  Allá también adornan y alegran el paisaje. Sin egoísmos compartimos la naturaleza con nuestros semejantes.

 Con mi mujer celebramos las bondades de no encerar los pisos del rancho para evitar resbalones que a nuestra edad pueden resultar traumáticos, y por caminos semejantes descubrimos que el jabón de la cocina también se puede suprimir adoptando apetitosa dieta vegetariana, ahora no engrasamos los platos ni las arterias. Aprendimos a desayunar con guayabas cosechadas en los arbolitos del parque, almorzamos con agua de piña en el armatoste callejero de Campanario y para mejorar el sueño suspendimos el dañino café con queso que engullíamos al atardecer.

 La serenidad nos enseñó que eso de andar comprando ropa todos los años no es aconsejable para las disciplinas del alma, y en ese nuestro proyecto de austeridad satisfechos celebramos el segundo aniversario sin estrenar ni un pañuelo.

 Tan admirables costumbres nos ha hecho menos petulantes y  mucho más sensibles frente a injustificadas críticas que la oposición suele hacerle a este gobierno de la prosperidad. Hemos alcanzado notables progresos en concentración mental y meditación trascendental, mermamos kilos y recuperamos excelente velocidad de marcha. Descubrimos que no sólo del cuento pueden vivir los vivos sino, sino de toda actitud que conduzca hacia la paz de los muertos.

 Reconfortados por la dicha de ser auténticos, humildes esperamos el tránsito a los espacios siderales y damos testimonio de gratitud a quienes, sin acosos, lograron iluminarnos con la pedagogía del sometimiento.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 30.01.16