Ahora cuando se logra comprar menos con más, entendemos
que con resignación todo se alcanza. Sabemos que algo grandioso sucederá cuando
se agoten los ahorros, y que la verdadera felicidad está en las satisfacciones
del espíritu, mas no en la glotona plenitud de los estómagos.
Inmersos en hermosas reflexiones sobre las
verdades esenciales de la vida, decidimos no utilizar el carro ni para diligencias
hogareñas, nos divertimos hasta el cansancio mientras caminamos bajo el sol
resplandeciente, y abandonamos la malsana costumbre de ir a comer helados en el
centro comercial. Hasta el año pasado nos bañábamos con agua tibia, pero desde
los arranques del presente estamos valerosamente comprometidos con el chorro helado.
Nos sentimos felices de contribuir al enfriamiento global.
En las noches no encendemos los bombillos del
patio ni del corredor callejero, porque alegremente
consideramos suficientes los reflejos que llegan de los patios vecinos, y los
románticos resplandores de la farola de la esquina.
Desde el año pasado suspendimos los enfermizos
almuerzos mensuales en restaurantes a la carta, y a la gorra leemos noticias cuando
agarramos güifí en el supermercado del barrio. Nos estamos dando el placer de releer la edificante
literatura que adquirimos en la época escolar, y eso nos ayuda a pasar derecho
frente a la librería Nacional, cuando vamos a Cali, a dónde ya ni vamos, porque
comprobamos que lo ahorrado en peajes nos alcanza para disfrutar las ventajas
de ir a misa en la buseta urbana.
Antes comprábamos arroz para las torcazas,
pero cuando notamos lo hermosas que se ven cuando comen donde el vecino, las
dejamos que se ausentaran mansamente. Allá también adornan y alegran el paisaje. Sin
egoísmos compartimos la naturaleza con nuestros semejantes.
Con mi mujer celebramos las bondades de no encerar
los pisos del rancho para evitar resbalones que a nuestra edad pueden resultar traumáticos,
y por caminos semejantes descubrimos que el jabón de la cocina también se puede
suprimir adoptando apetitosa dieta vegetariana, ahora no engrasamos los platos ni
las arterias. Aprendimos a desayunar con guayabas cosechadas en los arbolitos
del parque, almorzamos con agua de piña en el armatoste callejero de Campanario
y para mejorar el sueño suspendimos el dañino café con queso que engullíamos al
atardecer.
La serenidad nos enseñó que eso de andar
comprando ropa todos los años no es aconsejable para las disciplinas del alma,
y en ese nuestro proyecto de austeridad satisfechos celebramos el segundo
aniversario sin estrenar ni un pañuelo.
Tan admirables costumbres nos ha hecho menos
petulantes y mucho más sensibles frente
a injustificadas críticas que la oposición suele hacerle a este gobierno de la
prosperidad. Hemos alcanzado notables progresos en concentración mental y
meditación trascendental, mermamos kilos y recuperamos excelente velocidad de
marcha. Descubrimos que no sólo del cuento pueden vivir los vivos sino, sino de
toda actitud que conduzca hacia la paz de los muertos.
Reconfortados por la dicha de ser auténticos, humildes
esperamos el tránsito a los espacios siderales y damos testimonio de gratitud a
quienes, sin acosos, lograron iluminarnos con la pedagogía del sometimiento.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 30.01.16