sábado, 1 de febrero de 2014

Conservatismo por sus fueros



 Hace carrera la mala costumbre de poner en duda los hechos notorios.

 El pérfido ejemplo viene desde las altas esferas del poder, y por eso pudo decirse que el tal paro agrario no existía, o que las aeronaves militares tiroteadas se cayeron solas, o que los archivos magnéticos de Sucumbíos no constituyen prueba, o cosas de esas que enrarecen el ambiente con  miserables tufaradas de engaño.

 El alcalde capitalino siguió tan pervertida senda, o la retomó, y al amparo de procedimientos leguleyos que no justifican  las conductas causantes de sanción, se alzó contra la Constitución como si se rigiera por leyes distintas a las que nos sometemos los demás.

 El acobardamiento frente al grotesco acontecer administrativo, el vulgar menosprecio de las consecuencias que hechos indebidos generan al interior de las instituciones, la rara subvaloración de lesivos efectos legales y sociales por causa de la indisciplina nacional, son novísimas maneras de abrir portillos para el desacato, mañosa estrategia de lucha para precipitarnos al abismo.

 Ya nadie quiere atender razones legítimas ni reconocer evidencias.

 Tal vez por eso despistados dirigentes conservadores pretenden desconocer la autoridad moral de las bases electorales que mayoritariamente rechazaron la intención de comprometer al partido en una aventura reeleccionista suicida,  que  sepultaría para siempre la vocación de poder históricamente defendida y demostrada por la colectividad azul.

 Curioso, o quizá grave, que empenachados usufructuarios de prebendas obtenidas por la confianza depositada en ellos, terminen defendiendo proyectos políticos que no se ajustan al ideario conservador.

 La defensa de la justicia es piedra angular del talante conservador. En el altar del orden se fortalece la sociedad, en los rigores de la honestidad crece la economía,  en el crisol de la dignidad se consolidan los valores humanos,  en el respeto a principios democráticos se cimenta la cultura. En el cultivo del espíritu florece y se ensancha el caudal doctrinario del ser conservador.

 En torno a esos postulados se desarrolla toda una filosofía política, una búsqueda superior de condiciones humanas que solidifiquen la participación comunitaria, se estructura una manera de pensar y de actuar que lucha por concretar ideales  anclados en  la concepción cristiana del bien común.

 La necesidad de eliminar exclusiones, de combatir privilegios, hace que las determinaciones partidistas se tomen en convenciones estatutariamente diseñadas para que se oiga y se atienda el querer popular, y no para que se impongan intereses personales.

 Al partido, a sus militantes, les venían cercenado el derecho a opinar y a disentir. Las grandes responsabilidades ideológicas se habían relegado conforme al capricho de unos dirigentes incapaces de defender el legado doctrinario de los fundadores y de los grandes mentores del partido, con el agravante de autoproclamarse inmaculados interpretes de convicciones que no profesan y de sentimientos que no cultivan.

 Al buen estilo de las tradiciones conservadoras, dentro del cabal ejercicio de autonomía,  en la más significativa  concreción del postulado de libertad, la convención nacional conservadora derrotó a quienes equivocaron el rumbo y confundieron las metas espirituales del partido con una recolección de golosinas en la  piñata reeleccionista.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 01. 02. 14