Hace carrera la mala costumbre de poner en
duda los hechos notorios.
El pérfido ejemplo viene desde las altas esferas
del poder, y por eso pudo decirse que el tal paro agrario no existía, o que las
aeronaves militares tiroteadas se cayeron solas, o que los archivos magnéticos
de Sucumbíos no constituyen prueba, o cosas de esas que enrarecen el ambiente
con miserables tufaradas de engaño.
El alcalde capitalino siguió tan pervertida senda,
o la retomó, y al amparo de procedimientos leguleyos que no justifican las conductas causantes de sanción, se alzó
contra la Constitución como si se rigiera por leyes distintas a las que nos
sometemos los demás.
El acobardamiento frente al grotesco acontecer
administrativo, el vulgar menosprecio de las consecuencias que hechos indebidos
generan al interior de las instituciones, la rara subvaloración de lesivos efectos
legales y sociales por causa de la indisciplina nacional, son novísimas maneras
de abrir portillos para el desacato, mañosa estrategia de lucha para precipitarnos
al abismo.
Ya nadie quiere atender razones legítimas ni
reconocer evidencias.
Tal vez por eso despistados dirigentes
conservadores pretenden desconocer la autoridad moral de las bases electorales que
mayoritariamente rechazaron la intención de comprometer al partido en una
aventura reeleccionista suicida, que sepultaría para siempre la vocación de poder
históricamente defendida y demostrada por la colectividad azul.
Curioso, o quizá grave, que empenachados usufructuarios
de prebendas obtenidas por la confianza depositada en ellos, terminen defendiendo
proyectos políticos que no se ajustan al ideario conservador.
La defensa de la justicia es piedra angular
del talante conservador. En el altar del orden se fortalece la sociedad, en los
rigores de la honestidad crece la economía, en el crisol de la dignidad se consolidan los
valores humanos, en el respeto a
principios democráticos se cimenta la cultura. En el cultivo del espíritu florece
y se ensancha el caudal doctrinario del ser conservador.
En torno a esos postulados se desarrolla toda
una filosofía política, una búsqueda superior de condiciones humanas que
solidifiquen la participación comunitaria, se estructura una manera de pensar y
de actuar que lucha por concretar ideales
anclados en la concepción
cristiana del bien común.
La necesidad de eliminar exclusiones, de
combatir privilegios, hace que las determinaciones partidistas se tomen en
convenciones estatutariamente diseñadas para que se oiga y se atienda el querer
popular, y no para que se impongan intereses personales.
Al partido, a sus militantes, les venían
cercenado el derecho a opinar y a disentir. Las grandes responsabilidades
ideológicas se habían relegado conforme al capricho de unos dirigentes incapaces
de defender el legado doctrinario de los fundadores y de los grandes mentores
del partido, con el agravante de autoproclamarse inmaculados interpretes de
convicciones que no profesan y de sentimientos que no cultivan.
Al buen estilo de las tradiciones
conservadoras, dentro del cabal ejercicio de autonomía, en la más significativa concreción del postulado de libertad, la
convención nacional conservadora derrotó a quienes equivocaron el rumbo y
confundieron las metas espirituales del partido con una recolección de golosinas
en la piñata reeleccionista.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 01. 02. 14