El personaje que nos gobierna ha repetido en variados
tonos que la paz está de un cacho.
También ha sostenido que la paz se logra porque
esos tipos, con los que conversa, dizque no pueden hacer nada distinto a
someterse.
Con tales apreciaciones, y con otras
igualmente traídas de los pelos, ha conseguido eternizar el plazo que inicialmente
fijó en pocos meses para acordar una paz estable y duradera. Esa es su dadivosa
contribución para que los negociadores narcoterroristas se tomen el parrandero recreo
que la sociedad colombiana censura y que los supuestos enemigos de la paz miramos
con absoluta desconfianza.
A estas alturas del lánguido coloquio ya no se
puede pensar en nada distinto a una grotesca mamada de gallo por parte de unos delincuentes
que le pampean las posaderas al gobernante.
Los acontecimientos de la semana pasada, violencia
indígena contra la fuerza pública en Corinto, en los que el Estado democrático
de derecho queda al desnudo, sin democracia y sin derecho, evidencian que el grupo
terrorista, afincado en Cuba y en Venezuela, no conjuga el verbo acordar en el
mismo tiempo en que lo conjuga Santos.
Se hace realidad lo siempre dicho: a los
violentos nada los apura, en cambio sí aprovechan hasta el último minuto para
amedrentar a las poblaciones vulnerables, las de la Costa del Pacífico y las de
las cordilleras aledañas en Cauca y Nariño, y a los empresarios agrícolas del
Valle geográfico del Cauca, pero también para narcotraficar, y para rearmarse y
consolidarse en territorios ahora excluidos de operativos militares oficiales.
Es que el problema va para largo, si no es
así, que nos expliquen entonces por qué razón los bandidos insisten en no pagar
un sólo día de cárcel, exigencia absolutamente descartable frente al Estatuto
de Roma; y por qué persisten en convocar una Asamblea Constituyente, cuando no
se está negociando, supuestamente, ningún cambio en la estructura política,
económica y social del Estado; y por qué continúan reclutando milicianos niños
y adultos; extorsionando y secuestrado, e infiltrando organizaciones indígenas
para sembrar el caos en la carretera panamericana y reclamar tierras
debidamente explotadas por la industria azucarera.
Los caucanos tenemos claro que la tal reivindicación
de territorios ancestrales es una de las tantas formas de lucha que el marxismo
tradicionalmente alimenta y reinventa. Si el verdadero interés de los narcoterroristas
fuera suscribir un acuerdo de paz no animarían dichas reclamaciones que en las
condiciones del Cauca, sobre propiedad de la tierra, no encuentran
justificación. Está plenamente demostrado que los indígenas son los mayores
terratenientes del Departamento, con el agravante de tener abandonadas enormes extensiones que, en manos
de sus antiguos propietarios blancos y mestizos, fueron convenientemente
explotadas y razonablemente productivas.
Al paso que vamos, si nos van a dejar a merced
de los indígenas, se hará realidad la promesa del paredón con que amenazó el
senador Benedetti a quienes no compartimos el método castro-chavista para la
finalización del conflicto.
Así las cosas, no parece que la paz esté de un
cacho, está en un cacho brother.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 28.02.15