Se nos dice lo que siempre nos han dicho, que
vamos a tener un nuevo país, y ante semejante promesa recuerdo la hermosa
definición de fe, aquella que hace mucho aprendimos en el catecismo del padre
Gaspar Astete, me santiguo como el mismo librito lo enseñaba, y optimista me
propongo aguardar en paz hasta cuando el milagro se produzca.
Pero en ese momento, el de leer las noticias,
mirar las gráficas de los diarios, tomar el café mañanero y empezar a esperar,
en ese mismo instante se me derrite la fe y se diluye entre mis manos la esperanza.
¿Cómo esperar milagros, y hacerlo en paz, cuando este país, caliente y
terrorífico como el propio infierno, nada sabe de paz y niega los espacios para
el optimismo?
Odio destilan en periódicos y revistas los
textos de opinión, de sangre se tiñen las primeras páginas, llanto y dolor
aparecen en los rostros fotografiados, crímenes, miseria, desolación y espanto
anegan esta tierra en que la misma historia se quiere repetir, y ciertamente se
repite.
Infames asesinos recorren la geografía
nacional para dejar en campos y ciudades la desastrosa huella de sus balas; indolentes
depredadores del medio ambiente perseveran con sus cultivos ilegítimos a la
visible vera de los caminos; mineros mecanizados horadan atronadores las
entrañas de las cordilleras cercanas para buscar en ellas el metal que corrompe
y envilece; electoreros demagogos y tramposos enlucen sus tiendas de campaña
para volverse a postular o postular a sus compinches; el paisaje de hoy vuelve
a ser el de ayer, da la vuelta la noria, gira el piñón pero no la rueda, y el
pedalista estático desgasta el musculo sin alcanzar la meta.
¿De qué vale decir que todo va a cambiar
cuando los encargados de cambiar en nada cambian?
Y tristemente los encargados somos todos.
Las difusas y variantes denominaciones del mal
cabalgan a lomos de una realidad que se maquilla y se disfraza. En los esteros
de la costa caucana, y en todos los de la costa del Pacífico, habitan y
extorsionan a sus anchas los delegados de los extorsionistas en receso; en las sendas
vecinales salen al paso los eternos portadores de tradicionales amenazas;
fluyen en el ambiente las mismas reivindicaciones terrígenas, ideadas,
auspiciadas y ordenadas por idénticos caciques insaciables que todo quieren
pero nada dan; emergen en más amplios espacios innovados sistemas y refinados
procedimientos para que las víctimas oculten el sufrimiento y satisfagan en silencio
brutales exigencias de quienes ahora relevan a los anteriores verdugos.
Para nada sirven las promesas de cambio en un
Estado inmoral y licencioso, diseñado a la perversa medida de arrogantes y
presumidos capataces que defraudan a sus adormecidos peones en la misma medida
y de la misma manera que los intocables patrones defraudan a los capataces.
Con argumentos deducibles de nefastos atropellos
que ocurren en el vecindario, debemos reclamar respeto al orden constitucional,
demandar el cumplimiento de la teórica separación de poderes, y rechazar
enfermizas injerencias de la rama judicial en discordias políticas no zanjadas
y peligrosamente sensibles en esta hora crítica.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 08.02.15