domingo, 8 de febrero de 2015

Tiempo de sensatez




 Se nos dice lo que siempre nos han dicho, que vamos a tener un nuevo país, y ante semejante promesa recuerdo la hermosa definición de fe, aquella que hace mucho aprendimos en el catecismo del padre Gaspar Astete, me santiguo como el mismo librito lo enseñaba, y optimista me propongo aguardar en paz hasta cuando el milagro se produzca.

 Pero en ese momento, el de leer las noticias, mirar las gráficas de los diarios, tomar el café mañanero y empezar a esperar, en ese mismo instante se me derrite la fe y se diluye entre mis manos la esperanza. ¿Cómo esperar milagros, y hacerlo en paz, cuando este país, caliente y terrorífico como el propio infierno, nada sabe de paz y niega los espacios para el optimismo?

 Odio destilan en periódicos y revistas los textos de opinión, de sangre se tiñen las primeras páginas, llanto y dolor aparecen en los rostros fotografiados, crímenes, miseria, desolación y espanto anegan esta tierra en que la misma historia se quiere repetir, y ciertamente se repite.

 Infames asesinos recorren la geografía nacional para dejar en campos y ciudades la desastrosa huella de sus balas; indolentes depredadores del medio ambiente perseveran con sus cultivos ilegítimos a la visible vera de los caminos; mineros mecanizados horadan atronadores las entrañas de las cordilleras cercanas para buscar en ellas el metal que corrompe y envilece; electoreros demagogos y tramposos enlucen sus tiendas de campaña para volverse a postular o postular a sus compinches; el paisaje de hoy vuelve a ser el de ayer, da la vuelta la noria, gira el piñón pero no la rueda, y el pedalista estático desgasta el musculo sin alcanzar la meta.

 ¿De qué vale decir que todo va a cambiar cuando los encargados de cambiar en nada cambian?

 Y tristemente los encargados somos todos.

 Las difusas y variantes denominaciones del mal cabalgan a lomos de una realidad que se maquilla y se disfraza. En los esteros de la costa caucana, y en todos los de la costa del Pacífico, habitan y extorsionan a sus anchas los delegados de los extorsionistas en receso; en las sendas vecinales salen al paso los eternos portadores de tradicionales amenazas; fluyen en el ambiente las mismas reivindicaciones terrígenas, ideadas, auspiciadas y ordenadas por idénticos caciques insaciables que todo quieren pero nada dan; emergen en más amplios espacios innovados sistemas y refinados procedimientos para que las víctimas oculten el sufrimiento y satisfagan en silencio brutales exigencias de quienes ahora relevan a los anteriores verdugos.

 Para nada sirven las promesas de cambio en un Estado inmoral y licencioso, diseñado a la perversa medida de arrogantes y presumidos capataces que defraudan a sus adormecidos peones en la misma medida y de la misma manera que los intocables patrones defraudan a los capataces.

 Con argumentos deducibles de nefastos atropellos que ocurren en el vecindario, debemos reclamar respeto al orden constitucional, demandar el cumplimiento de la teórica separación de poderes, y rechazar enfermizas injerencias de la rama judicial en discordias políticas no zanjadas y peligrosamente sensibles en esta hora crítica.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 08.02.15