Todo proceso electoral presenta interrogantes
que debe resolver el elector.
Quienes hacen proselitismo regularmente
prometen lo que no se les solicita, lo innecesario, lo fatuo, y sobre cadenas de montajes publicitarios diseñan
y resuelven el futuro de los demás.
La masa sedienta y ambiciosa, huérfana de
principios y valores, difusa y confusa marcha a la zaga de quien mejor pague
los votos. Y los profesionales del balcón acuden a sus más refinadas piruetas para
atraer y sumar.
Si nos preguntamos sobre la necesidad y
efectividad del sufragio, sobre el peso específico del voto popular, sobre la
incidencia de la voluntad ciudadana en la solución de profundos conflictos
nacionales y sobre la importancia que el
establecimiento reconoce a las inquietudes de los electores convocados a comicios,
ya tenemos suficientes razones para el desvelo.
Es probable que amanezcamos sin respuestas y que
la catarata de ocurrencias incremente exponencialmente el mar de dudas.
Históricamente, por lo menos en Colombia, el
discurso demagógico no cambia. Lo mismo da escuchar a la izquierda que a la
derecha. Todos por igual se comprometen a lo mismo, mejorar las condiciones vitales,
incrementar la inversión social, a elevar los índices de productividad, a
saldar la deuda social de las clases dominantes con los sectores oprimidos, a
impulsar las reformas indispensables para eliminar las desigualdades, a
empoderar a los débiles, y a todas las bellezas semánticas que nuestra riqueza
idiomática permite.
Pero los eternos asuntos fundamentales, las
angustias esenciales de personas y comunidades, las falencias funcionales del
sistema, las tropelías administrativas, las extravagancias de las élites en
todas las ramas del poder público, las perversiones en el manejo y destinación
del tesoro público, las investigaciones criminales que penden sobre la conducta
política de modorros paquidermos uncidos al régimen, pasan de agache.
La ausencia de valor civil para la denuncia, la
falta de carácter para el impulso de la averiguación, la carencia de integridad
moral para el ejercicio de las competencias y la debilidad para la imposición
del castigo se tornan innombrables en campaña electoral. Es como si un pacto
secreto demarcara los terrenos vedados en el debate.
A los capitanes de la reivindicación social se
les borra la información reciente y remota sobre las indelicadezas de sus más
cercanos colaboradores, a los promotores de las candidaturas se les olvidan los
latrocinios de sus candidatos, a los más oscuros exponentes de las
corporaciones se les cuelgan medallas, a los vampiros del erario se les otorgan
condecoraciones, a los depredadores de la riqueza nacional se les rinden
homenajes y a las amaestradas huestes partidistas se les dice que hay que salir
a defender la civilidad y las instituciones.
Sube el desconcierto ciudadano, crece el
descontento popular, se alborota el cuchicheo en los pasillos de la burocracia,
se hacen llamados a la reconciliación y al perdón, a la tolerancia y a la solidaridad, se trastorna el
significado de las palabras, se acomoda el perfil, se dora la píldora, se
disimula el descalabro, y se monta la traición.
Oscuro amanecer sigue a la noche.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 19. 01.14