domingo, 28 de agosto de 2016

Introito al "habemus pacem"




 Usa la izquierda internacional el vocablo paz como anzuelo envenenado para engarzar incautos.

 Por entre enmarañados compromisos, que son muchísimos contradictorios y  confusos, sobre el denominado acuerdo final se cierne la aterradora sombra del engaño.

 Colombia no puede olvidar que todas las dictaduras son fatal consecuencia de artimañas estructuradas con maquiavélica maestría para precipitar los pueblos desde las llamas a las brazas.

 Bajo exhaustiva vigilancia policiaca, verdadera parafernalia de inteligencia regia que contrarreste y diluya cualquier disidencia, se criminalizarán y perseguirán conductas que amenacen la implementación de los acuerdos y todo aquello que allí se llame construcción de paz.

 Con semejantes mecanismos de tortura, históricas propuestas universales teóricamente atractivas, como la falaz dictadura del proletariado, mutaron a brutales tiranías y se convirtieron en forzada implantación de aparatos estatales totalitarios que desposeyeron, esclavizaron y masacraron opositores. Esa pesadilla homogeneizante,  fracasada y desmantelada en otros continentes, es la que  hace camino en nuestro país.

 Venezuela no es ejemplo distante, es la más cercana y dolorosa prueba de las satrapías que se suceden cuando la sociedad embelesada con paradisiacas voces de pajaritos ayuda a criar los cuervos que le sacarán los ojos.

 Treinta y dos páginas de letra menuda en el diario de los Santos, que unos pocos alfabetos deglutirán y una minoría ilustrada digerirá, son el portal de ingreso a salvaje aventura sin retorno.

 Hay en esos acuerdos escandalosa multiplicación de cargos burocráticos y desconcertante duplicación de funciones estatales, que difícilmente servirán para afinar voluntades y concretar precisos objetivos altruistas de beneficio común, pero serán instrumentos idóneos para arrinconar  de manera sistemática la iniciativa particular.

 Crecerán las arcas estatales alimentadas a caudales por asfixiante incremento de tributos individuales, y ese será el punto de partida para arruinar la masa y engordar el frio establecimiento troglodita. Allí comenzará la pauperización del pueblo, la sucesiva extirpación de la propiedad privada, y el inclemente enriquecimiento ilícito de los Ortega, los Chávez, los Kirchner, y los Lula autóctonamente colombianos.

 Se creyó que después de Escobar vendría la calma, y no ha venido, porque las bandas emergentes esperaron mañosamente su turno para acceder al poder, y allí las tenemos desfilando disfrazadas de blanco  sobre un escenario global que no apaga sus luces, ni las piensa apagar.

 Cienmil hectáreas mal contadas de plantaciones coqueras, sin amapolas y marihuanas en afanoso trámite de legalización,  no son pan comido para aclimatar mínimos de convivencia ciudadana civilizada que se puedan asimilar a paz estable y duradera.

 Ningún espectador distraído se tragará el cuento -sapo estupefaciente según dicen los expertos-  de tener controlado el incendio narcoterrorista, cuando el material combustible, a ciencia y paciencia de los bomberos, se expandió sin barreras desde el Orinoco al Mataje y desde el Atrato al Amazonas.

 Sin analizar ciegas advertencias sobre tela que queda por cortar e imposibilidad de paz sin amnistía, clamores por libertad  de “Trinidad”, y ofrecimientos de romper el papel cuando el gobierno incumpla, espero que Dios salve esta tierra de los  latinajos de “Márquez”, del jubileo de Santos, y del incandescente incensario de “Timochenko”.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 28.08.16

sábado, 20 de agosto de 2016

Oro para todos




 Era yo niño cuando vi a Jaime Aparicio avanzar hacia el Pascual Guerrero con la llama olímpica, y supe del notable desempeño, en Melbourne, de Álvaro Gómez, creo así se llamaba nadador forjado en la alberca del Santa Librada bajo rigurosa égida de don Pablo Manrique, y  en las piscinas olímpicas vi saltar a Juanito Botella, y diariamente me engolosinaba observando descomunales motocicletas Harley que don Antonio Bueno reparaba en afamado taller cercano al viejo Colegio Fray Damián, pero sobre todo oyendo comentarios deportivos de ases del motociclismo vallecaucano, entre ellos un señor Garzón, no recuerdo su nombre,  que me dejaba sentar sobre el sillín de su máquina y me permitía tocar, nunca mover, manubrios y manómetros de semejante monstruo rugiente. Allí en estática posición del inocente que se sueña rompiendo cronómetros hice propósitos para surgir como deportista, pero nunca pasé de picaditos futboleros en Cien palos, y de sabatinas jugarretas de baloncesto en la Toto Hernández, que luego terminaban en largas ingestas de Polar, a mi paso por la cucuteña Francisco de Paula Santander.

 Creo que mi alma infantil recibió iniciales noticias de marcas y medallas olímpicas durante la realización de los VII Juegos Atléticos Nacionales mientras con mis padres y hermano presenciábamos competencias de distintas disciplinas. También allí, en la Sultana del Valle, salíamos a las esquinas de la quinta, o de la quince, para presenciar llegadas o largadas,  el circuito ciclístico que transitaba por la circunvalar y por la orilla del río, y los espectaculares embalajes finales en la contrareloj Calí-Palmira, de grandes competidores que fueron don Ramón de Marinilla, el tigrillo de Pereira, el zipa Forero, el potrillo de don Matías, y todos esos inmortales del caballito de acero como repetía la voz inmaculada del campeón  Carlos Arturo Rueda.

 Con alegría recuerdo que mi maestro, don Luis Caicedo, un negro refinado que me enseñó las primeras letras en la Escuela Anexa de varones, nos instaba a practicar deportes y quizá por eso corríamos veloces por el centro de Cali, en las horas del medio día, para alcanzar a  almorzar en la casa y regresar con tiempo suficiente a sentarnos en el andén de la Normal Superior, en la carrera octava, a escuchar la  Cabalgata deportiva Gillette que atronaba en los radios de los almacenes de telas y zapatos que circundaban esa zona escolar, eso mientras abrían las puertas de la escuela, porque después todo era pedagogía y didáctica hasta las cinco de la tarde.

 Refrescan mis nostalgias los resonantes triunfos de Mariana Pajón, la dama hermosa de perfecta carrera deportiva; Katerine Ibargüen, la sonriente reina del salto triple; Yuri Alvear, Oscar Figueroa, Yuberjen Martínez, Carlos Alberto Ramírez  y  Luis Javier Mosquera, indiscutibles campeones del verdadero orgullo nacional. A ellos la gloria del pódium y respetuosa venia ante sus fortalezas físicas y morales, su excelencia deportiva y su valía de ciudadanos íntegros.

 Aplauso de oro para la paisana Ingrit Valencia, salida de moralenses orillas de Salvajina, que por instantes nos ayudó a olvidar las eternas desgracias del Cauca.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 20.08.16

domingo, 14 de agosto de 2016

Verdad primero que amnistía




 Esos contrasentidos de la vida común, que ni son de aquí ni son de allá y están en todas partes, nos hacen comprender que concertar voluntades no es tan fácil como algunos quisieran, que en ocasiones es muy difícil estar de acuerdo hasta con uno mismo, y mucho más ponerse así con otros bastante diferentes.

 Gina no está de acuerdo con ella misma ni con su propio nombre de pila, y Santos, en la confusión, salió a decir que está de acuerdo con ella pero no con la cartilla del Ministerio de Educación, y los padres de familia …  ¡ni de vainas! se van a poner de acuerdo con la ministra, ni con Santos, ni con el adoctrinamiento de Gina. Esto como para destacar elemental ejemplo de la complejidad que encierra poner de acuerdo a cuatro gatos variopintos.

 Las disfunciones biológicas multiplicadas en los tiempos que corren, y los desconcertantes resultados de ambivalentes directrices continuamente difundidas por tantas fundaciones descarriadas y funcionarios confundidos, permiten concluir que para el cabal ejercicio de derechos y obligaciones mucha calistenia filosófica nos hace falta, y que necesitamos acercarnos más tanto a la mayéutica socrática como  al peripato aristotélico.

 El debate amplio y continuado, la interrogación mayéutica permanente para poder desbrozar la verdad en asuntos de interés público que vayan a dilucidarse con o sin participación del constituyente primario,  y el darles tantas peripatéticas vueltas como sean necesarias, mucho patín y mucho trajín para curarlos de dudas y extirparles los micos y los sapos, es práctica aconsejable en cualquier democracia, incluso en las bananeras.

 De ahí que maraville la sofística mansedumbre con que el gobierno intenta imponer lo que considera verdad y bien, sin darse cuenta que al encorsetar precisas y oportunas sugerencias del creciente bloque opositor obstruye y perturba la posibilidad de encontrar entre todos –gobierno y oposición- una amplia verdad, esa que los juristas denominan verdadera, y un más refinado bien, un legítimo consenso colectivo en el que a nadie le resulten gratis excarcelaciones y curules exprés.

 No por uribismo ni ordoñismo, ni por santismo ni vargasllerismo, sino por puro colombianismo es muchísimo mejor permitir que los votantes diferencien entre acuerdos, plebiscito, y paz, que distingan entre negociación, mecanismo de refrendación, y paz como  bien superior utópicamente transable.

 Mejor le irá a Colombia si a la gente le evitan el engaño. Decirle la verdad a un pueblo pensante no requiere melosa desorientación de tantos contratos publicitarios. Del planteamiento sincero y despercudido sobre las reales intensiones del plebiscito y sus ocultos ambiciosos alcances pueden surgir mejores y más limpias posibilidades de convivencia pura y simple.

 Vergonzosa trampa sería convocar a ciudadanos intencionalmente desinformados para que, en falsa creencia de aprobar una paz duradera, refrenden acuerdos inexistentes. Porque en eso anda ahora el gobierno, gestando la ruinosa operación suicida de llamar a plebiscito sin que los acuerdos estén acordados ni firmados por las partes.

 Obviamente no todos los ciudadanos estamos dispuestos a bendecir lo que el régimen bendiga, ni porque lo intente con apuntalamiento de la tiara papal.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14.08.16