domingo, 6 de mayo de 2012

El prisionero Langlois


Es  percepción acertada que algo falla en el sostenimiento de la seguridad nacional,  muy  fortalecida  con Uribe Vélez  y harto debilitada con Santos.

En la figura presidencial de Santos  apareció desleído  el anterior Ministro de Defensa protagónico y audaz,  que  en bloque con el Presidente de La República y con las Fuerzas Militares de Colombia  arrinconaban al narcoterrorismo  y sus facciones  delincuenciales.

En las postrimerías del gobierno anterior, lo que quedaba de guerrillas,  los menguados frentes y los despavoridos cabecillas,  batallaban más por los respaldos diplomáticos en el exterior  que por conquistar  el poder  mediante la lucha armada.

La escogencia del Almirante Edgar Augusto Cely  y del burócrata Rodrigo  Rivera como nuevos  adalides de la lucha contra esa guerrilla marrullera y mafiosa,  ya casi extinta para esa época,  cayó  como baldado de agua fría sobre una sociedad perpleja que acudió a las urnas para conferir  un mandato duro a un candidato duro, que  supuestamente doblegaría a los maltrechos antisociales.  

Como  el atildado Almirante y el metódico político son más refinados  aristócratas que combativos guerreros,  con ellos perdimos tiempo.

Por otro lado la actitud arrodillada de la Canciller ante la dinastía de los Castro y  ante el eje chavista, indicaba que alguna  componenda había en cocción.

Al fin y al cabo, entre tantos cabecillas de las distintas organizaciones irregularmente armadas que controlan la minería, la agricultura, y la economía ilegales en Colombia, no es raro que algunos con algo de cerebro aspiren  a salvar sus riquezas,  conservar su libertad y conquistar prerrogativas políticas, y en  eso estaban nuestros dirigentes,  diseñándoles  su marco legal para la paz, cuando   secuestraron  al  periodista extranjero mientras cubría operativo militar contra el narcotráfico.

Más deprimente no puede ser el cuadro. El Presidente empeñado en calificar como desaparecido al secuestrado, la Canciller dándole las gracias al Tribunal de La Haya por el poquito de soberanía que nos quieran reconocer sobre mares  y territorios que siempre han sido nuestros, y el Ministro de defensa, como razonero del Presidente, tildando de enemigo a  Uribe Vélez, bajo cuyo mandato quedaron agónicos  los  verdaderos enemigos de la democracia y de la sociedad colombianas.

Y entre semejante maremágnum  aparece en las pantallas   la radiante figura juvenil  del narcoterrorismo para afirmar que Romeo Langlois es su prisionero de guerra.

Al señor Presidente Juan Manuel Santos le corresponde  ahora mostrar las cartas  tapadas  que oculta en su urna de cristal, decodificar el enmohecido artilugio de su llave para la paz,  abandonar las populistas alocuciones de las últimas semanas, para ponerse al frente de una realidad nacional que no soporta más enredos ni tantas oscuridades.  

Lo ideal es llamar las cosas por su nombre. El señor Presidente de la República debe exigir la liberación inmediata del periodista secuestrado y  organizar, además, el operativo de rescate, porque hacerle eco a la canallesca denominación de prisionero de guerra y esperar bondadosas promesas de los secuestradores, es como contribuir  a violar su libertad individual  ya mancillada,  el libre ejercicio de su profesión y  las  libertades  de prensa e información.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, abril de 2012