Es percepción acertada que algo falla en el
sostenimiento de la seguridad nacional, muy
fortalecida con Uribe Vélez y harto debilitada con Santos.
En la figura presidencial de
Santos apareció desleído el anterior Ministro de Defensa protagónico y
audaz, que en bloque con el Presidente de La República y
con las Fuerzas Militares de Colombia arrinconaban al narcoterrorismo y sus facciones delincuenciales.
En las postrimerías del gobierno
anterior, lo que quedaba de guerrillas, los menguados frentes y los despavoridos
cabecillas, batallaban más por los
respaldos diplomáticos en el exterior que
por conquistar el poder mediante la lucha armada.
La escogencia del Almirante Edgar
Augusto Cely y del burócrata Rodrigo Rivera como nuevos adalides de la lucha contra esa guerrilla
marrullera y mafiosa, ya casi extinta
para esa época, cayó como baldado de agua fría sobre una sociedad
perpleja que acudió a las urnas para conferir un mandato duro a un candidato duro, que supuestamente doblegaría a los maltrechos
antisociales.
Como el atildado Almirante y el metódico político
son más refinados aristócratas que combativos
guerreros, con ellos perdimos tiempo.
Por otro lado la actitud
arrodillada de la Canciller ante la dinastía de los Castro y ante el eje chavista, indicaba que alguna componenda había en cocción.
Al fin y al cabo, entre tantos cabecillas
de las distintas organizaciones irregularmente armadas que controlan la
minería, la agricultura, y la economía ilegales en Colombia, no es raro que algunos
con algo de cerebro aspiren a salvar sus
riquezas, conservar su libertad y
conquistar prerrogativas políticas, y en eso estaban nuestros dirigentes, diseñándoles su marco legal para la paz, cuando secuestraron al periodista
extranjero mientras cubría operativo militar contra el narcotráfico.
Más deprimente no puede ser el
cuadro. El Presidente empeñado en calificar como desaparecido al secuestrado,
la Canciller dándole las gracias al Tribunal de La Haya por el poquito de
soberanía que nos quieran reconocer sobre mares y territorios que siempre han sido nuestros, y
el Ministro de defensa, como razonero del Presidente, tildando de enemigo a Uribe Vélez, bajo cuyo mandato quedaron agónicos
los verdaderos enemigos de la democracia y de la
sociedad colombianas.
Y entre semejante maremágnum aparece en las pantallas la
radiante figura juvenil del
narcoterrorismo para afirmar que Romeo Langlois es su prisionero de guerra.
Al señor Presidente Juan Manuel
Santos le corresponde ahora mostrar las
cartas tapadas que oculta en su urna de cristal, decodificar
el enmohecido artilugio de su llave para la paz, abandonar las populistas alocuciones de las
últimas semanas, para ponerse al frente de una realidad nacional que no soporta
más enredos ni tantas oscuridades.
Lo ideal es llamar las cosas por
su nombre. El señor Presidente de la República debe exigir la liberación inmediata
del periodista secuestrado y organizar,
además, el operativo de rescate, porque hacerle eco a la canallesca
denominación de prisionero de guerra y esperar bondadosas promesas de los
secuestradores, es como contribuir a violar
su libertad individual ya mancillada, el libre ejercicio de su profesión y las libertades
de prensa e información.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, abril de 2012