Algunos comentaristas se especializan en
presumir y aparentar su condición de pacíficos y tolerantes, pero tan vanos y postizos resultan sus teatrales esfuerzos, que irremisiblemente terminan
incursos en los mismos o peores gestos y comportamientos agresivos que pretenden
reprobar.
La reciente andanada de matoneo nacional originada
en el trino de la Representante María Fernanda Cabal, frente a la odontológica pose
de Ángela Giraldo, una apuesta contratista gubernamental que imprudentes
cámaras fotográficas registraron durante su feliz arribo a la Habana, ha dado
suficiente materia prima, tanto para censurar la trama implementada por el
gobierno durante la escogencia de víctimas que asistieron al inocuo encuentro
con sus victimarios, como para masacrar virtualmente a la autora del trino.
Aparte de la indebida manipulación oficial, y de las espontáneas expresiones anímicas de los
viajeros que morbosamente sirvieron para alimentar la polémica, lo que más sorprende son
los rudos terminachos utilizados para
calificar a la señora Cabal y repudiar su trino, puesto que dentro de semejante
debate no resultan tan pacíficos, inofensivos ni altruistas como debieran
serlo, cuando justamente se escriben y pronuncian por supuestos defensores de
la sana convivencia.
Reescribir los feos insultos proferidos contra
la legisladora sería lo mismo que volverla a insultar, victimizarla de nuevo
como suelen decir los especialistas en matoneo, y sumarse así al grupo de quienes han recurrido a injuriosa
palabrería para criticar lo que consideran injurioso.
Queda el tema a disposición de los expertos en
violencia y acoso virtual, para que como estudiosos de la perturbada psique
colectiva, expliquen las razones por las cuales se reclaman títulos de pacífica
tolerancia, mientras verbalmente se tritura a la contraparte.
Similar tarea se debe adelantar frente al
pintoresco Andrés Sepúlveda, quien merece detallada valoración psiquiátrica,
porque no muestran mucho equilibrio mental las estrambóticas habilidades con que se adereza al responder el
cuestionario de la Revista Semana, precisamente cuando la Fiscalía se dispone a
premiarlo con forzada aplicación del principio de oportunidad.
El fantasmagórico personaje podrá confundir a
unos pocos, pero seguramente no tiene tantas
alas, ni tanto caletre como para ser capaz de gestionar, al unísono, todas las maniobras
que, según sus dichos, le habrían encomendado ciertos sectores políticos en
conjunto, algunas individualidades de la vida política en particular, y respetabilísimas instituciones nacionales
que, a ojos vistas, ni requieren ni encargan tan bajos servicios.
Se resquebraja la versión de Sepúlveda cuando
él mismo se presenta como estratega y conocedor de la parte militar, la parte
política y la parte de inteligencia pergeñadas para reventar las conversaciones
habaneras.
Y cuando sostiene que tenía acceso directo a
los organismos de inteligencia del Estado, que era receptor de información que
le suministraba la Dirección Nacional de Inteligencia, y que además hizo intercambios de información con esa entidad,
deja al descubierto una enfermiza megalomanía que lo hace considerarse absolutamente
competente para oficiar como asesor de todos en todo. James Bond le quedó
chiquito.
La algarabía armada en torno a estos suceso muestra
la necesidad de someter el alma nacional a riguroso exorcismo para sacarle el
instinto autodestructivo que la corroe.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 30.08.14