Si se le pide a un padre de familia que permita a su hijo salir a la
esquina para compartir con los vecinos del barrio y con visitantes
de otros barrios, muy seguramente no se interesará por identificar y conocer
esos vecinos del barrio y esos visitantes, pero el niño saldrá.
Si le preguntamos a un chico que explique las razones por las cuales
comparte con jóvenes vulgares que merodean por los caseríos y departe con
personas desconocidas, muy seguramente argumentará que su papá se lo permite y
¡ya! como suelen decir los chicos y nos lanzará el humo en los ojos.
¿Saben los padres de familia con quiénes se reúnen sus chicos
en la esquina, en la cancha o en el parque del barrio?
La sociedad nuestra, la de hoy, suele ser disparatada en sus
comportamientos, negligente frente a sus obligaciones y permisiva, muy
permisiva, cuando se requiere que sea selectiva y restrictiva.
¿Restrictiva? Sí ¡restrictiva!
Ahora nos ha dado por ser laxos, indiferentes e irresponsables para no
tener que afrontar la crítica menuda de los parientes "cultos", de
los vecinos "exitosos" y de los consejeros "gratuitos" que,
a no dudarlo, nos catalogarán anticuados, anacrónicos, desorientados y hasta
retrógrados cuando intentemos mantener con nosotros, bajo nuestra mirada y
nuestros cuidados a esos pequeños gigantes que son los chicos de ahora.
Pues mucho cuidado con esos pequeños gigantes. Les hemos permitido volar
mas allá de la capacidad de sus alas, les hemos otorgado, teóricamente, una
capacidad de vuelo que no tienen, los hemos lanzado a las tinieblas exteriores
a que escruten, con sus ojos de niños, un mundo no apto para menores.
La capacidad humana para dañar es infinita. El derroche de maldad es
incontenible. El afán de marcar zonas controladas por el crimen organizado y de
ampliar permanentemente los territorios marcados, tanto en los campos como en
las ciudades, es algo que desbordó la malicia de la gente buena y tiene
arrinconada la propia fuerza del Estado llamada a combatir la delincuencia.
Familias distinguidas, reconocidamente sanas, de aquilatadas
virtudes, de bondadosas costumbres, dignas del cariño y el respeto de sus
conciudadanos, lloran amargamente los desmanes, las indelicadezas, las
fechorías, los crímenes agotados por sus niños consentidos y hasta la propia
muerte de esos menores que un día salieron a reunirse con unos
desconocidos para no regresar jamás.
A esos padres que eludieron el compromiso de educar, de formar, de vigilar,
de aconsejar y de restringir, los sustituyeron los eternos emisarios del hampa,
que nunca dejarán de reclutar adolecentes para enseñarles a irrespetar, a
delinquir, a robar, a traficar, a disparar y a matar.
Mientras sigamos desentendidos de los movimientos de nuestros hijos y
mientras sigamos creyendo que el orden, el control y la disciplina traumatizan,
estaremos sacrificando nuestros hijos en las hogueras del mal.
Inocentada: A quienes se les ocurre leer mis ocurrencias y al periódico que
las publica deseo mejores días en el año que llega. Además confieso que este
texto no es de ahora pero parece que lo fuera.
Miguel Antonio Velasco Cuevas