domingo, 28 de julio de 2013

Humillante repliegue




 Hubo en Colombia en la primera década del siglo XXI unos ciertos fulgores de orden  y tranquilidad, fundamentados en la política seria, laboriosa y coherente del doctor Álvaro Uribe Vélez,  gobernante que con temperamental firmeza solucionaba elementales urgencias de comunidades históricamente abandonadas, o combatía brutales embestidas del narcoterrorismo  y rechazaba mandobles de un vecindario confabulado con la criminalidad internacional.

 Fue  clara temporada de optimismo y tiempo de florecimiento empresarial, época  de verídica seguridad en muchas carreteras y  regiones antiguamente castigadas por la violencia y la anarquía, breve espacio de esperanza para la convivencia nacional.

 Pero llegó el relevo y fenecieron las ilusiones. En pocas semanas esas inocultables conquistas sucumbieron entre una mezcolanza de desgobierno y  complicidad con el enemigo, el orden público retrocedió y la vida cotidiana resultó entorpecida por el resurgimiento de grotescas alteraciones que el presidente Santos ha consentido.

 Al ritmo de unos diálogos mañosos regresaron los incendiarios a los caminos, y dinamiteros profesionales conculcan derechos inalienables de poblaciones pacíficas que  estupefactas y acobardadas sufren el reblandecimiento de las instituciones.

 Las gentes del agro, sencillamente porque carecen de esa perniciosa capacidad dañina desplegada por sus verdugos,  entre el temor y la resignación soló aciertan a refugiarse en sus parcelas a esperar las ordenes conminatorias, las boletas extorsivas o el plomazo letal.

 En los campos del departamento del Cauca es así,  como en los del país entero,  allí las victimas silentes, sin protección estatal, soportan atropellos contra sus convicciones personales y valores ancestrales.

 Es bajo la  presión ejercida por los nuevos ricos de la coca y el oro que esos campesinos participan en costosas movilizaciones, y exponen su integridad en la vanguardia de unas batallas campales aupadas por los patrones del crimen.

 La crisis de autoridad del Presidente de la República y sus ministros ha permitido que los delincuentes mantengan posiciones violentamente conquistadas, en extensos territorios rurales, donde mandan como amos e implantan modernas variantes de esclavitud.

 Entre tanto, con ínfulas de legisladores, los cínicos autores intelectuales de tantos desenfrenos engolosinan los tímpanos de la alta burocracia estatal, ajena siempre a las  adversidades del pueblo,  y deliberadamente prolongan esas charlas  que a nada bueno conducen mientras tácticamente se escudan en ellas para intensificar la confrontación.

 Los  aleves asesinato de soldados y policías, el expolio permanente a pequeños tenderos y transportadores, los bombazos a puentes y oleoductos, el incalificable ofrecimiento de armas y pertrechos a la turba alzada en la estratégica frontera venezolana, la exigencia de atomizar la integridad territorial colombiana mediante la proliferación de zonas de reserva campesina, el interés expreso de conservar sus cultivos ilícitos, las denominadas limpiezas de sapos, o más concretamente la eliminación física de  campesinos que se oponen al cultivo de marihuana, coca y amapola, el reclutamiento forzado de menores,  más la amenaza permanente de aniquilar con armas no convencionales las áreas urbanas donde acampa la fuerza pública, son la pócima mortífera que diariamente nos bebemos por cuenta de un gobernante embustero que se robó el mandato para volvernos a poner a merced de los violentos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, julio 25 de 2013