lunes, 11 de julio de 2011

Lo coyuntural.


Nos dice el alto gobierno que tendremos batallón de alta montaña en las cumbres caucanas de la Cordillera Central, desde  donde ancestralmente siembran terror los guerrilleros de las Farc. Que el alto mando militar atenderá desde Popayán, durante una semana, el feroz ataque ordenado por Cano contra la población civil. Que comandos especializados del ejército reforzarán la fuerza pública en el Cauca.

Con estos y similares anuncios oficiales nos engolosinan esta semana de julio,  cuando desde hace muchos meses venimos reclamando presencia  combativa de las  Fuerzas Armadas en reconocidos sectores estratégicos convertidos en  escondrijos de delincuentes.

Durante décadas amplios territorios de montaña  han funcionado como base operacional de delincuentes organizados que cultivan amapola, coca y marihuana.

A todo lo largo y ancho del Cauca los traficantes de narcóticos matan inocentes campesinos, pequeños comerciantes, humildes líderes sociales que no se dejan encasillar en los formatos de las llamadas milicias, de vieja data asentadas en cabeceras municipales para controlarlas a sus anchas y conforme a sus métodos.

En todo el Cauca se oye el clamor de civiles inermes pidiendo protección estatal y acción judicial contra una actividad criminal que la población rural soporta con espanto, ante su física incapacidad para combatirla.

Lo sucedido en el Cauca no es nada nuevo, ni es el punto culminante de bárbaras acciones que Cano y sus capos seguirán ejecutando en el suroccidente colombiano.

El Presidente Santos incurre en fatal equivocación si piensa que ingenuos mensajes radiales, invitando a la desmovilización, traerán paz a este martirizado Macizo cordillerano y a las zonas bajas, cruzadas de esteros, en la selvática Costa del Pacífico caucano.

Por allí no es la cosa. Gentes conocedoras de la difícil topografía caucana, que por fuerza del rebusque para el sustento de sus familias, andan y desandan los caminos del monte, saben y comentan que los cultivos ilícitos están en auge, que los reclutamientos de menores son el diario acontecer, que en algunas zonas alejadas la prostitución, el comercio de armas, y las transacciones de droga dominan el panorama social, como si nadie tuviera conciencia de la degradación en que se hunden grandes núcleos juveniles campesinos.

Colombia necesita destetarse de pequeñas soluciones coyunturales. Los paños de agua tibia alivian dolencias superficiales, pero las infecciones profundas requieren intervenciones radicales.

El Estado no puede seguir sometido al capricho de agremiaciones fantasmas, oscuros grupos de presión y truculentas acciones defensivas de sectores políticos que se oponen a la fumigación y erradicación manual de cultivos ilícitos, altamente  tecnificados, irremediablemente  destinados al procesamiento de narcóticos.

Fracasados ensayos con resguardos indígenas y asociaciones campesinas, que prometen e incumplen sustitución gradual de plantaciones ilegales por cultivos lícitos, deben desecharse con rigor, porque el incumplimiento descarado de dichos tratos sólo conduce al prospero enganche de raspachines, que más tarde ascienden a cabecillas de bandas que seguirán traficando, extorsionando y matando.

La fiebre no está en las sábanas, Señor Presidente Santos, para nosotros es bueno que construyan batallones, y que los ministros nos visiten, y que haya más fuerza pública en el departamento, pero lo que necesitamos es combatir y  arrasar los cultivos que generan  prosperidad económica a  las organizaciones violentas.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán 11.07.11