Millones de años después de la gran explosión,
con el alzamiento del homo sapiens en algún lugar del continente africano, comenzaron
a gestarse las leyes positivas, una interminable sucesión de mandas multiformes
y variopintas, sesgadas además, que se imponen por fuerza de la razón o del
acero, por cuya virtud y para su vigencia casi todo vale.
La inagotable cajita de sorpresas que ofrece el
leguleyo mundo, paradójicamente impide que florezcan duraderos esquemas de convivencia. Vamos por
allí, a tientas, en hechura de caminos nada seguros. Cinco o diez siglos de
acatamiento a ordenes establecidos no
son ninguna garantía de que estatutos legales, descubrimientos científicos, y acelerados
avances tecnológicos, continúen tan humanísticamente bonachones como hasta
ahora parece, ni de que el genero humano madrugue mañana a disfrutar de la relativa
paz con que hoy piensa ir a dormir.
El conocimiento de la historia, del pasado
como dicen, puede contribuir a optimizar el futuro de la humanidad, pero
también a sumirla en el fracaso. Depende todo del talante de quienes ilustradamente conquisten el poder, y
de la utilización que ellos hagan del principio de autoridad.
En tiempos de profundas dudas y dolorosas frustraciones,
de altruistas esperanzas pero de inconfesables
ambiciones, vale la pena dejarse llevar de la mano por quienes tienen la virtud de olfatear el rastro de lejanos y
recientes sucesos y, por lo mismo, agudeza mental y rectitud de conciencia
necesarias para mostrarnos el bosquejo de cosas que pueden acontecer en el cercano porvenir, o
que ya ocurren sin que nos demos cuenta.
No siempre estará el palo para cucharas, ni
porque se le busque la comba, y la prudencia aconseja cautelas porque de
trampas y espejismos no estamos curados.
Mediante esplendoroso relato de lo que fuimos
y somos; con verdadera sapiencia que sólo confiere el análisis serio y sosegado
de la realidad, con magistral creatividad y maravillosas explosiones de buen
humor, sin que falten las salidas sarcásticas ni escalofriantes premoniciones
que ojalá nunca se cumplan; por los vericuetos de la evolución genética y la investigación
científica, de hallazgos antropológicos y de complejas proyecciones
macroeconómicas, pero por sobre todo con la claridad analítica que el don de
filosofar les otorga a quienes se aventuran en las cumbres del conocimiento,
Yubal Noah Harari, un joven historiador a quien ya cité en reciente comentario,
dice y advierte lo que seguramente nos espera.
Indigna admitir que a fuerza de realidades
imaginadas, de cuentos chinos, de relatos fantásticos, las pequeñas élites de
todos los tiempos logran imponer asfixiantes cargas tributarias a millones de súbditos,
y que la mayoría de redes de cooperación existentes en el mundo, organizaciones
gubernamentales y no gubernamentales, están establecidas más para oprimir y
explotar que para ayudar y dignificar a comunidades desprotegidas y
necesitadas.
El crudo verbo de Harari puede resultar
irreverente, pero nos anima a los ajustes espirituales que la contemporaneidad
requiere, y a nutrirnos intelectualmente para afrontar las batallas que la
estandarización del ser y el imperio global nos proponen. Unos dioses insatisfechos
e irresponsables, concluye, están al asecho.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
03.04.16