domingo, 3 de abril de 2016

Harari, lecciones para el futuro




 Millones de años después de la gran explosión, con el alzamiento del homo sapiens en algún lugar del continente africano, comenzaron a gestarse las leyes positivas, una interminable sucesión de mandas multiformes y variopintas, sesgadas además, que se imponen por fuerza de la razón o del acero, por cuya virtud y para su vigencia casi todo vale.

 La inagotable cajita de sorpresas que ofrece el leguleyo mundo, paradójicamente impide que florezcan  duraderos esquemas de convivencia. Vamos por allí, a tientas, en hechura de caminos nada seguros. Cinco o diez siglos de acatamiento a ordenes  establecidos no son ninguna garantía de que estatutos legales, descubrimientos científicos, y acelerados avances tecnológicos, continúen tan humanísticamente bonachones como hasta ahora parece, ni de que el genero humano madrugue mañana a disfrutar de la relativa paz con que hoy piensa ir a dormir.

 El conocimiento de la historia, del pasado como dicen, puede contribuir a optimizar el futuro de la humanidad, pero también a sumirla en el fracaso. Depende todo del talante de  quienes ilustradamente conquisten el poder, y de la utilización que ellos hagan del principio de autoridad.

 En tiempos de profundas dudas y dolorosas frustraciones, de altruistas  esperanzas pero de inconfesables ambiciones, vale la pena dejarse llevar de la mano por quienes tienen  la virtud de olfatear el rastro de lejanos y recientes sucesos y, por lo mismo, agudeza mental y rectitud de conciencia necesarias para mostrarnos el bosquejo de cosas  que pueden acontecer en el cercano porvenir, o que ya ocurren sin que nos demos cuenta.

 No siempre estará el palo para cucharas, ni porque se le busque la comba, y la prudencia aconseja cautelas porque de trampas y espejismos no estamos curados.

 Mediante esplendoroso relato de lo que fuimos y somos; con verdadera sapiencia que sólo confiere el análisis serio y sosegado de la realidad, con magistral creatividad y maravillosas explosiones de buen humor, sin que falten las salidas sarcásticas ni escalofriantes premoniciones que ojalá nunca se cumplan; por los vericuetos de la evolución genética y la investigación científica, de hallazgos antropológicos y de complejas proyecciones macroeconómicas, pero por sobre todo con la claridad analítica que el don de filosofar les otorga a quienes se aventuran en las cumbres del conocimiento, Yubal Noah Harari, un joven historiador a quien ya cité en reciente comentario, dice y advierte lo que seguramente nos espera.

 Indigna admitir que a fuerza de realidades imaginadas, de cuentos chinos, de relatos fantásticos, las pequeñas élites de todos los tiempos logran imponer asfixiantes cargas tributarias a millones de súbditos, y que la mayoría de redes de cooperación existentes en el mundo, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, están establecidas más para oprimir y explotar que para ayudar y dignificar a comunidades desprotegidas y necesitadas.

 El crudo verbo de Harari puede resultar irreverente, pero nos anima a los ajustes espirituales que la contemporaneidad requiere, y a nutrirnos intelectualmente para afrontar las batallas que la estandarización del ser y el imperio global nos proponen. Unos dioses insatisfechos e irresponsables, concluye, están al asecho.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 03.04.16