domingo, 27 de septiembre de 2015

Valores en fuga





 De ellos se habla con falsa suficiencia. Se intuyen pero no se palpan.

 Supuestos eruditos pontifican en diversos espacios sobre la compleja índole de esas entidades intangibles, ideas abstractas, conceptos raros que residen en remotos y laberínticos espacios de la conciencia humana.

 Inútilmente se intenta cuantificarlos, y con inagotable terminología cibernética como que quisiera mermárseles su dimensión espiritual.

 Son principios inscritos en la historia desde cuando el sapiens es sapiens, porque desde entonces signan sus hemisferios cerebrales y dinamizan su músculo cardiaco.

 Diríase que por etéreos  sólo encuentran espacio en almas hipersensibles, aunque todos creemos sentir que hacen parte de nuestro ser, que en él viven, y que de nuestras bondades y virtudes se alimentan. Vanidosos que somos.

 Es verdad que se encuentran definidos y en muchos casos con voluminoso acento, pero a la hora de la verdad, en el preciso instante de mostrarlos y lucirlos, o de rescatarlos y defenderlos, exhausta se desmorona la estructura en que intentamos soportarlos.

 En la psique profunda de los románticos, si es que esta categoría subsiste tras tantos siglos de rígido materialismo, podrían encontrarse fantasmales vestigios de esos valores que alguna vez signaron e inspiraron las artes literarias, musicales y pictóricas.

 No se habla de algo innominado, al contrario, se trata de entes reflejados en trillados vocablos, que a eso han quedado reducidos como efímeros avisos de vitrina dentro de la  civilización universal.

 Libertad, dignidad y paz, tres gigantes que nuestro siglo redujo y aniquiló, magníficas construcciones del ser social que en épocas presentes no alcanzan la estatura lograda en antiguas culturas. Enormes pilares de la humanidad dinamitados y mancillados por el egoísmo, la deslealtad, los desmedidos afanes de poder y la siniestra sed de lucro.

 Sobre las ruinas del espíritu nos empecinamos en levantar monumentos a la prepotencia, la arrogancia y la barbarie. Absortos, encandilados por los brillos del aparato publicitario nos precipitamos al fracaso.

 Raudos marchamos hacia la disolución de lo esencial. No queremos entender  el mal que  nos causamos y somos incapaces de rediseñar la senda absurda que otros nos marcan, torpes y presuntuosos proclamamos la supervivencia de fundamentales derechos que las dictaduras cercenaron.

 Por indolentes y sumisos nos van a juzgar las generaciones venideras, infortunadamente  cuando ya estén prescritas las posibilidades y los plazos que el corto ciclo vital nos otorgó para dejar algún rastro de valía y coherencia.

 Timoratos inclinamos la cerviz para que nos aten al yugo y nos flagelen.

 Vamos por allí mendigando lo que no se debe mendigar y concedemos lo que no puede concederse.  Atragantados de falsas promesas pretermitimos el reclamo necesario y dejamos que de lo inalienable se haga cualquier cosa, porque confiamos en quienes no es razonable confiar, y nos entregamos al sopor de la indiferencia.

 A las puertas del derrumbamiento institucional permitimos el ablandamiento de las normas y nos complacemos ante la ausencia de rigor doctrinal. Llegamos al punto máximo de discapacidad para exigir la justicia que se nos niega, la reparación que se nos debe, y la verdad que nos ocultan. Murieron los ideales.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 27.09.15