sábado, 6 de diciembre de 2014

Interrogantes




 ¿Irremediablemente se deben aprobar caminos catastróficos? ... Este y los que se le parezcan son interrogantes que necesitan plantearse los jóvenes colombianos de hoy.

 El estrépito de ofensivos escándalos públicos  a diario conocidos y  de inmediato soslayados, deja ver que es necesario reconstruir la desvencijada  estructura institucional, y que al interior de la sociedad hace falta buena dosis de sensibilidad en pro del bienestar comunitario y un positivo acercamiento a las disciplinas del espíritu.

 Son inaplazables los ajustes éticos y es urgente la proyección de sanas infraestructuras productivas que busquen integral mejoramiento de las nuevas generaciones.

 No debiera ser así pero lo es: el actual ciudadano promedio ya no se inquieta por el acto irregular o abiertamente ilícito que se ejecuta en los tenebrosos entramados de la administración pública. La cuota, el subsidio, la tajada, la chanfaina o la escueta permisividad son materia prima que sustenta y consolida insoportables niveles de corrupción estatal.

 Por física pereza intelectual y muscular, perversamente inoculadas desde las élites  y dócilmente cultivadas y  amplificadas por la masa clientelar, se hunden las gentes comunes en los lodazales de la ignorancia,  y en la criminalidad como reprochable mecanismo de figuración pública e ilegítima fuente de recursos dinerarios para satisfacer exigencias consumistas.

 Para colmo de males, entre tantos desaciertos gubernamentales  y desfachatadas componendas   fraguadas para desarticular tanto  el ordenamiento constitucional vigente como las ancestrales nervaduras culturales, se aclimatan  en estos tiempos dulzarrones  aromas de displicencia frente a los retos jurídicos y morales del mañana,  y se alientan mafiosas proclamas para desmoronar los anclajes  de  la dignidad colectiva y la pura esencia de la histórica lucha nacional contra el crimen.

 La labor de formación ciudadana, que fulguraba en los centros docentes de diversos niveles, y la genuina información que brillaba en paginas de diarios, frecuencias radiales y canales audiovisuales entraron en franca disolución. Escuelas, colegios y universidades extraviaron la carta de navegación que nos legaron los constructores de la república, y los medios, como abreviadamente se denominan múltiples y modernas redes de información masiva, prostituyeron el ejercicio de su misión social para sumirse en la  imbecilidad adulatoria pródigamente remunerada.

 El bochinche esquinero, la perorata cursi de chamanes y cartománticos, la imagen morbosa y repugnante, y la arrolladora promoción comercial de cachivaches inservibles, es lo  único que anida en la retina de quienes perseveran ante las pantallas chicas que, en otras épocas, llevaban a la plácida intimidad de los hogares colombianos no sólo cultas opiniones sino la actualidad de noticias cruciales.

 Con toda su capacidad instalada, los ejecutivos de radio, televisión y prensa merodean hoy en las oficinas públicas para recibir el cheque que compra silencios, sin que ningún reparo les merezca la estrafalaria cantilena gubernamental, indiscutible apología del delito, que pretende elevar la producción y venta de narcóticos a nobilísima forma de lucha para acceder al gobierno del Estado.

 Sin detrimento del honor y del buen juicio, ¿refrendarán los jóvenes colombianos de hoy el absurdo borrón de los prontuarios judiciales, propuesto por el presidente Santos, para elevar a la categoría de próceres nacionales a los más repudiados criminales del hampa criolla?

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 06.12.14