¿Irremediablemente se deben aprobar caminos catastróficos?
... Este y los que se le parezcan son interrogantes que necesitan plantearse
los jóvenes colombianos de hoy.
El estrépito de ofensivos escándalos públicos a diario conocidos y de inmediato soslayados, deja ver que es
necesario reconstruir la desvencijada
estructura institucional, y que al interior de la sociedad hace falta buena
dosis de sensibilidad en pro del bienestar comunitario y un positivo
acercamiento a las disciplinas del espíritu.
Son inaplazables los ajustes éticos y es
urgente la proyección de sanas infraestructuras productivas que busquen integral
mejoramiento de las nuevas generaciones.
No debiera ser así pero lo es: el actual ciudadano
promedio ya no se inquieta por el acto irregular o abiertamente ilícito que se ejecuta
en los tenebrosos entramados de la administración pública. La cuota, el
subsidio, la tajada, la chanfaina o la escueta permisividad son materia prima
que sustenta y consolida insoportables niveles de corrupción estatal.
Por física pereza intelectual y muscular,
perversamente inoculadas desde las élites
y dócilmente cultivadas y amplificadas por la masa clientelar, se hunden
las gentes comunes en los lodazales de la ignorancia, y en la criminalidad como reprochable
mecanismo de figuración pública e ilegítima fuente de recursos dinerarios para
satisfacer exigencias consumistas.
Para colmo de males, entre tantos desaciertos gubernamentales
y desfachatadas componendas fraguadas para desarticular tanto el ordenamiento constitucional vigente como las
ancestrales nervaduras culturales, se aclimatan en estos tiempos dulzarrones aromas de displicencia frente a los retos jurídicos
y morales del mañana, y se alientan
mafiosas proclamas para desmoronar los anclajes de la dignidad
colectiva y la pura esencia de la histórica lucha nacional contra el crimen.
La labor de formación ciudadana, que fulguraba
en los centros docentes de diversos niveles, y la genuina información que
brillaba en paginas de diarios, frecuencias radiales y canales audiovisuales
entraron en franca disolución. Escuelas, colegios y universidades extraviaron
la carta de navegación que nos legaron los constructores de la república, y los
medios, como abreviadamente se denominan múltiples y modernas redes de información
masiva, prostituyeron el ejercicio de su misión social para sumirse en la imbecilidad adulatoria pródigamente remunerada.
El bochinche esquinero, la perorata cursi de
chamanes y cartománticos, la imagen morbosa y repugnante, y la arrolladora
promoción comercial de cachivaches inservibles, es lo único que anida en la retina de quienes
perseveran ante las pantallas chicas que, en otras épocas, llevaban a la
plácida intimidad de los hogares colombianos no sólo cultas opiniones sino la
actualidad de noticias cruciales.
Con toda su capacidad instalada, los
ejecutivos de radio, televisión y prensa merodean hoy en las oficinas públicas
para recibir el cheque que compra silencios, sin que ningún reparo les merezca
la estrafalaria cantilena gubernamental, indiscutible apología del delito, que
pretende elevar la producción y venta de narcóticos a nobilísima forma de lucha
para acceder al gobierno del Estado.
Sin detrimento del honor y del buen juicio,
¿refrendarán los jóvenes colombianos de hoy el absurdo borrón de los
prontuarios judiciales, propuesto por el presidente Santos, para elevar a la
categoría de próceres nacionales a los más repudiados criminales del hampa
criolla?
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 06.12.14