domingo, 14 de agosto de 2016

Verdad primero que amnistía




 Esos contrasentidos de la vida común, que ni son de aquí ni son de allá y están en todas partes, nos hacen comprender que concertar voluntades no es tan fácil como algunos quisieran, que en ocasiones es muy difícil estar de acuerdo hasta con uno mismo, y mucho más ponerse así con otros bastante diferentes.

 Gina no está de acuerdo con ella misma ni con su propio nombre de pila, y Santos, en la confusión, salió a decir que está de acuerdo con ella pero no con la cartilla del Ministerio de Educación, y los padres de familia …  ¡ni de vainas! se van a poner de acuerdo con la ministra, ni con Santos, ni con el adoctrinamiento de Gina. Esto como para destacar elemental ejemplo de la complejidad que encierra poner de acuerdo a cuatro gatos variopintos.

 Las disfunciones biológicas multiplicadas en los tiempos que corren, y los desconcertantes resultados de ambivalentes directrices continuamente difundidas por tantas fundaciones descarriadas y funcionarios confundidos, permiten concluir que para el cabal ejercicio de derechos y obligaciones mucha calistenia filosófica nos hace falta, y que necesitamos acercarnos más tanto a la mayéutica socrática como  al peripato aristotélico.

 El debate amplio y continuado, la interrogación mayéutica permanente para poder desbrozar la verdad en asuntos de interés público que vayan a dilucidarse con o sin participación del constituyente primario,  y el darles tantas peripatéticas vueltas como sean necesarias, mucho patín y mucho trajín para curarlos de dudas y extirparles los micos y los sapos, es práctica aconsejable en cualquier democracia, incluso en las bananeras.

 De ahí que maraville la sofística mansedumbre con que el gobierno intenta imponer lo que considera verdad y bien, sin darse cuenta que al encorsetar precisas y oportunas sugerencias del creciente bloque opositor obstruye y perturba la posibilidad de encontrar entre todos –gobierno y oposición- una amplia verdad, esa que los juristas denominan verdadera, y un más refinado bien, un legítimo consenso colectivo en el que a nadie le resulten gratis excarcelaciones y curules exprés.

 No por uribismo ni ordoñismo, ni por santismo ni vargasllerismo, sino por puro colombianismo es muchísimo mejor permitir que los votantes diferencien entre acuerdos, plebiscito, y paz, que distingan entre negociación, mecanismo de refrendación, y paz como  bien superior utópicamente transable.

 Mejor le irá a Colombia si a la gente le evitan el engaño. Decirle la verdad a un pueblo pensante no requiere melosa desorientación de tantos contratos publicitarios. Del planteamiento sincero y despercudido sobre las reales intensiones del plebiscito y sus ocultos ambiciosos alcances pueden surgir mejores y más limpias posibilidades de convivencia pura y simple.

 Vergonzosa trampa sería convocar a ciudadanos intencionalmente desinformados para que, en falsa creencia de aprobar una paz duradera, refrenden acuerdos inexistentes. Porque en eso anda ahora el gobierno, gestando la ruinosa operación suicida de llamar a plebiscito sin que los acuerdos estén acordados ni firmados por las partes.

 Obviamente no todos los ciudadanos estamos dispuestos a bendecir lo que el régimen bendiga, ni porque lo intente con apuntalamiento de la tiara papal.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14.08.16