Esos contrasentidos de la vida común, que ni son
de aquí ni son de allá y están en todas partes, nos hacen comprender que concertar
voluntades no es tan fácil como algunos quisieran, que en ocasiones es muy difícil
estar de acuerdo hasta con uno mismo, y mucho más ponerse así con otros
bastante diferentes.
Gina no está de acuerdo con ella misma ni con
su propio nombre de pila, y Santos, en la confusión, salió a decir que está de acuerdo
con ella pero no con la cartilla del Ministerio de Educación, y los padres de
familia … ¡ni de vainas! se van a poner
de acuerdo con la ministra, ni con Santos, ni con el adoctrinamiento de Gina. Esto
como para destacar elemental ejemplo de la complejidad que encierra poner de acuerdo
a cuatro gatos variopintos.
Las disfunciones biológicas multiplicadas en
los tiempos que corren, y los desconcertantes resultados de ambivalentes directrices
continuamente difundidas por tantas fundaciones descarriadas y funcionarios
confundidos, permiten concluir que para el cabal ejercicio de derechos y
obligaciones mucha calistenia filosófica nos hace falta, y que necesitamos acercarnos
más tanto a la mayéutica socrática como al peripato aristotélico.
El debate amplio y continuado, la
interrogación mayéutica permanente para poder desbrozar la verdad en asuntos de
interés público que vayan a dilucidarse con o sin participación del
constituyente primario, y el darles
tantas peripatéticas vueltas como sean necesarias, mucho patín y mucho trajín para
curarlos de dudas y extirparles los micos y los sapos, es práctica aconsejable en
cualquier democracia, incluso en las bananeras.
De ahí que maraville la sofística mansedumbre
con que el gobierno intenta imponer lo que considera verdad y bien, sin darse
cuenta que al encorsetar precisas y oportunas sugerencias del creciente bloque opositor
obstruye y perturba la posibilidad de encontrar entre todos –gobierno y
oposición- una amplia verdad, esa que los juristas denominan verdadera, y un
más refinado bien, un legítimo consenso colectivo en el que a nadie le resulten
gratis excarcelaciones y curules exprés.
No por uribismo ni ordoñismo, ni por santismo
ni vargasllerismo, sino por puro colombianismo es muchísimo mejor permitir que
los votantes diferencien entre acuerdos, plebiscito, y paz, que distingan entre
negociación, mecanismo de refrendación, y paz como bien superior utópicamente transable.
Mejor le irá a Colombia si a la gente le evitan
el engaño. Decirle la verdad a un pueblo pensante no requiere melosa
desorientación de tantos contratos publicitarios. Del planteamiento sincero y
despercudido sobre las reales intensiones del plebiscito y sus ocultos ambiciosos
alcances pueden surgir mejores y más limpias posibilidades de convivencia pura
y simple.
Vergonzosa trampa sería convocar a ciudadanos intencionalmente
desinformados para que, en falsa creencia de aprobar una paz duradera, refrenden
acuerdos inexistentes. Porque en eso anda ahora el gobierno, gestando la ruinosa
operación suicida de llamar a plebiscito sin que los acuerdos estén acordados
ni firmados por las partes.
Obviamente no todos los ciudadanos estamos dispuestos
a bendecir lo que el régimen bendiga, ni porque lo intente con apuntalamiento
de la tiara papal.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
14.08.16