Paradójico que en Popayán, tierra de
caballistas y cuna de libertades, se estigmatice un evento de ancestral raigambre
popular, atado a limpias tradiciones festivas nacionales, y vinculado como
ninguno a la lúdica universal.
Lamentable que se vilipendie el prestigio
social de un gremio históricamente clave en la actividad agroindustrial, genuinamente
sano, y positivamente respetado; desconcertante
que grupos de nueva generación, con despectiva
terminología, pretendan criminalizar el antiquísimo placer de cabalgar.
La imponente anatomía del caballo, hermosa en
sí misma; y el dominio racional que el hombre ejerce sobre leales ejemplares,
fuertes y briosos en su temperamento, armónicos
en sus movimientos, altivos y alegres en su esencia; resultan zaheridos por peregrinas
suposiciones de ciertas cofradías citadinas que prefieren mecánicas relaciones con
insensibles estructuras metálicas, a milenarias complicidades establecidas
entre el habilidoso sapiens y majestuosos elementos del mundo animal.
A través de siglos, los caballos llevaron
sobre sus lomos a seres de acción, que infatigablemente recorrieron caminos, no
sólo para descubrir y conquistar territorios ignotos, sino para difundir culturas, establecer emporios
comerciales, y fundar ciudades a largo y ancho del planeta tierra. Y liquidadas
grandiosas epopeyas, no pocas de amor, los equinos subsisten inmersos en la actividad productiva de las naciones,
como dócil medio de transporte, poderosos generadores de fuerza, y preciados
compañeros en virtuosas y profanas andanzas.
El Cauca en general, y Popayán en particular, han
escrito páginas memorables en el mundo equino. No se pueden olvidar tenaces emprendimientos
de afamados criadores como Manuel Antonio Muñoz y Milo Sarria, que se lucieron
en exposiciones agropecuarias con
ejemplares orgullosamente recordados por aficionados y gentes del oficio. No en
vano el paso fino colombiano, y los otros andares, el trote, el galope y la
trocha, permanentemente dan pie a divertidas tertulias en donde se discute y se
concluye que de caballos poco o nada se sabe.
La Asociación de Criadores de Caballos del
Cauca, a la que estuve vinculado como propietario de reproductores y yeguas de
cría, debiera asumir serio compromiso de revivir ese antiguo e inofensivo
deleite de cabalgar en las calles de la capital y de los pueblos caucanos, con
decidida finalidad de rescatar la noble imagen de señorío y ejemplar
comportamiento ciudadano que
caracterizan al buen caballista.
Sin necesidad de incursionar en la zona
histórica de Popayán, sin bloquear la ciudad ni estropear sus parques, es factible
realizar vistoso recorrido que contradiga y desmienta la pérfida especie de que
las cabalgatas son exhibiciones de mal gusto, dominadas por chabacanos
comportamientos de ricachones marginales y de improvisadas amazonas grotescamente
dotadas por artes de cirujano.
Aquí sí que pervive verdadera estirpe de
caballistas que saben lo que dicen, aman lo que hacen y valoran lo que tienen. Inmejorables
conocedores del caballo como patrimonio amable de sociedades respetuosas, que
pueden demostrar hidalgos procederes en la doma, conducción y exhibición de
ejemplares equinos.
Las autoridades, las instituciones, los gestores
culturales, y la ciudadanía deben propiciar el responsable regreso de caballos
y jinetes a los festejos populares. Los amantes de la cabalgata sabemos que esa
tradición no puede morir.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 07.01.16