El candidato a reelección estuvo en Popayán pero no en el Cauca.
Vino a tratar de recuperar clientela, a
mostrarse con el Cristo al hombro, como ya es costumbre hacerlo por aquellos
que quieren curul o solio, vino a pedir pichón como lo hace el pueblo raso, en
el pérfido empeño de aparentarse cercano a los desposeídos.
Pero se puso el barrote en donde no talla, al
frente de las orejas y no en el hombro, porque seguramente ya no aguanta el
peso del anda, ni el de sus propias culpas ante el enorme mal que ha causado al
Cauca.
Vino a decirnos que ahora sí nos va a dar algo
de lo que debió darnos durante este nefasto cuatrienio de ayunos y abstinencias
a que nos tiene condenados, pero no acostumbrados, porque con toda justicia el Cauca
lo medirá con la vara del olvido, la misma vara que él ha utilizado para burlarse de pequeños
cafeteros y ganaderos empobrecidos, de campesinos desplazados por los
narcocultivos, y de las víctimas de todas las edades y estratos sociales que
durante su irresponsable experimento habanero se han multiplicado,
fundamentalmente en la cordillera occidental y en la costa del Pacífico
caucano.
Todos éramos niños cuando el Incora construyó
Bonanza, en Guapi, y la carretera que comunicaba la cabecera municipal con esa granja, vía que supuestamente marcaba
el hito histórico de futuro enlace entre las fértiles terrazas continentales
que engendra el curso medio del río Micay con las prometedoras bahías profundas
de Timbiquí o del bajo Naya, por donde
el departamento se incorporaría al comercio de cabotaje regional, y
supuestamente a los mercados internacionales.
Cincuenta largos años han pasado y seguimos
allí, encallados en las promesas electoreras y los abandonos gubernamentales.
Hoy, cuando ya no existe granja y
cuando la corta carretera a Bonanza desapareció bajo el voraz apetito de la
manigua, nos vienen a ilusionar con esa carretera a un mar cada vez más lejano,
más violento, y más ajeno, tal como nos han hipnotizado con la variante del
Estanquillo, al sur de Timbío, o con la vía del Libertador que ya debiera
comunicarnos limpiamente con el Huila,
el Putumayo, el Caquetá y los llanos del Yarí.
Ni más faltaba que un departamento
históricamente azotado por guerras intestinas, violencias fratricidas y
narcoterrorismos consentidos por el alto gobierno piense en reelegir a su
verdugo.
El Cauca entero repudia la desfachatez del
gobernante que trata de mentirosos a los caucanos, a los que quiere mostrarles
una radiografía fantástica, un tanto macondiana, sobre lo que verdaderamente
sucede y se vive en estos territorios retomados por las fuerzas supérstites de
"Tirofijos" y "Timochenkos", a las que el gobierno central
no combate, y a las que les permite desplazarse por Inzá y Belalcázar
extorsionando a los contratistas de obras públicas, mientras reacomodan sus
cuadros y recuperan sus bases para volver a sembrar el terror en la totalidad
del departamento.
Estuvo Santos en la resquebrajada Popayán,
pero no salió a mirar las mataduras que duelen y sangran en el resto de la
geografía departamental.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 20.04.14