miércoles, 1 de febrero de 2012

Enredados


Es  compleja y de difícil comprensión la problemática socio política colombiana, en cuyo panorama sobresalen habilidosos negociantes que con sus apetitos, individualismos y particulares conveniencias, se juegan a fondo por el control de la contratación estatal y el manejo general del aparato administrativo, aunque para concretar sus ambiciones dejen en la estera a la Nación.

Tal parece que los  intereses colectivos ya no cuentan. Para los depredadores de las arcas oficiales da  lo mismo comenzar y  proseguir la construcción de un túnel que ordenar la suspensión de la obra;  respetar la destinación de predios adquiridos para construir una vía prioritaria que convertirlos en lotes multipropósito; entregarle los espacios de televisión al periodismo responsable o a la academia que ponerlos al servicio de la anarquía; investigar y sancionar a funcionarios deshonestos que permitirles el uso y abuso de sus pequeñas parcelas de poder.

Ahora es normal que nocivos personajes de la vida pública, de esos que debieran estar en prisión o cabalmente impedidos para gestionar asuntos de Estado, sigan orondos y campantes en los despachos oficiales, o marquen pautas oscuras y enrarecidas sendas  a los testaferros que allí los representan.

La nefanda radiografía del Estado no es nueva ni parece producir angustia, y eso es lo que convoca a la reflexión, porque si no está bien que el diagnóstico siga siendo malo y de pronóstico reservado, mucho peor es que al paciente se le nieguen los antibióticos.

Una sociedad desinteresada y muda, que no se sorprende frente al desorden ni se interesa por combatirlo, es una sociedad enferma.

No es serio decirle al país que una obra en plena ejecución, como acaba de suceder con el Túnel de Oriente, que reduciría el tiempo de viaje entre Medellín y el Aeropuerto de Rionegro, ha sido suspendida mientras se verifica si su culminación no genera daños ambientales; tampoco es serio  desestimar el impacto urbanístico  y de movilidad, que sufriría Bogotá, si se modifica radicalmente el proyecto vial de la Autopista Longitudinal del Occidente, durante tantos años esperada.

A ciertos mandatarios regionales les hace falta desentrañar el legítimo sentido de pertenencia que los colombianos tienen frente a importantes obras públicas nacionales, aunque estas se adelanten  en reducidos espacios de las comarcas que ellos gobiernan.

Fundamentalmente deben entender los efectos generales de las condenas indemnizatorias, que  por fallas o errores de la Administración, o por caprichos de los elegidos, pagan todos los electores.

Aunque algunos ciudadanos se conforman con pensar que el Estado puede repetir contra los operadores administrativos causantes del error, la falla  o la condena, en la vida real es imposible que un particular, el funcionario o ex funcionario promotor del estropicio, responda con su patrimonio por  detrimentos económicos gigantescos en donde los puros costos de la suspensión, para el caso Medellín, se tasan en miles de millones de pesos al día.

Lo que  se necesita es seriedad y pulcritud en el manejo de la cosa pública, sobre todo ahora cuando las demandas contra el Estado, por 1.000 billones de pesos, lo tienen al borde de la quiebra.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán 29.01.12