Crecen las campañas electorales en el país.
La coyuntura revoltosa, como proceso de
depuración centrífuga, hace que del núcleo social se desprendan multitud de
corpúsculos hirientes, propiamente anárquicos, que atizan el desbordamiento de
la masa popular.
Pero excluida la expresión violenta, sobran
razones para que a diario crezca la solidaridad con la protesta campesina. No es para menos, Colombia es un país
predominantemente agrícola, de baja industrialización y sin infraestructura tecnológica
que augure éxitos en promisorios mercados globales.
Ciertamente las mayorías nacionales conservan en
el alma sentimientos de gratitud y hermandad con las fuerzas agrarias, que en
pleno siglo XXI madrugan a uncir bueyes para labrar la tierra. Esa es la explicación para que los colombianos
estemos ofendidos por la indiferencia gubernamental frente a verídicos
problemas de nuestros campesinos pacíficos, laboriosos y eternamente pobres.
Erró el gobierno al maltratar la esencia nacional, humilde pero
orgullosamente representada en los cultivadores agrícolas. Todos en Colombia
venimos del campo y a él anhelamos regresar. Imperdonable que la élite
empoderada olvide sus orígenes y la imprescriptible deuda moral con el bienestar
de los de ruana.
Es lógico que la muchachada estudiantil salga
a las plazas a reclamar por lo mismo. En este país de bachilleres clásicos casi
todos largamos el ternero y fuimos corriendo a recibir la cátedra
universitaria, y muchos que hoy asisten a universidades de élite, sea por su
capacidad intelectual o la solvencia económica familiar, de la finca vienen y a
ella regresarán.
Lo repudiable es el vesánico ataque a los de
la misma condición.
Colombia no puede alimentar el odio y fomentar
el alzamiento del pueblo contra el pueblo. Si de algo podemos sentirnos
satisfechos es de la convivencia construida a partir del Frente Nacional, que
algunos censuran, pero que incuestionablemente marcó el alto al genocidio entre
hermanos.
Desde la prensa y la radio, desde los púlpitos
y las tribunas partidistas, desde la televisión y los recintos democráticos, es
necesario divulgar discursos que aglutinen a genuinos defensores de la sociedad
y los valores civiles, para que cese la barbarie
entre nosotros y se instaure en la patria un disenso civilizado y constructivo,
un diseño conjunto de propuestas
congruentes en pro del pueblo que ahora se destroza entre detonaciones y
garrotazos, ya no en territorios salvajes sino en los vientres de la cultura
urbana.
Nuestro partido debe ser Colombia, nuestra
causa debe ser la libertad dentro del orden constitucional, nuestro propósito
debe ser el entendimiento dentro de las naturales diferencias humanas, nuestro
orgullo debe ser legarle a la posteridad un país amable, trabajador, culto, y
respetuoso de los derechos ajenos.
El lenguaje de las próximas campañas
electorales debe ser el más refinadamente castizo para evitar las confusiones
que despiertan los instintos y adormecen la inteligencia. Las proclamas y las
consignas deben encuadrarse en el marco de las ideas y no en el maldito
laberinto de las calumnias y las provocaciones.
Los colombianos tenemos el derecho y
el deber de mostrarle al mundo que nacimos para construir una patria equitativa,
respetuosa del sentimiento popular y apegada a los principios democráticos.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 31.08.13