Se altera ahora el panorama político
nacional en un clima de tormentas artificiales, que ya se calmarán cuando las
mismas viejas estructuras de poder consoliden sus posiciones de mando y control
de feudos.
Pensar en revocatorias y proximidad
de elecciones, confrontar anuncios de campañas
pasadas con actuales resultados administrativos,
vislumbrar que camarillas partidistas comienzan a desperezarse en defensa de intereses
particulares, verificar que la oferta es
igual porque sólo hay cambios nominales pero no sustanciales, y constatar que
los políticos de hoy sólo son la sucesión familiar de los de ayer es una pesadilla.
Estamos en julio y nada pasa, o pasan
muchas cosas pero no las que debieran pasar.
El estado cataléptico del régimen impide soluciones oportunas porque, obviamente, no tiene reflejos previsivos.
Mientras tanto la tierra gira y los
plazos se agotan; se reducen seriamente las
promesas de paz, las transformaciones epidérmicas
del discurso oficial no apuran a los conjurados, el orden público en zonas de tradición
crítica se deteriora profundamente ante la mirada impasible de la burocracia
bogotana, las disfunciones orgánicas del
establecimiento impiden concretar reformas
esperadas que terminan en vulgares pantomimas.
Con el sol a las espaldas y
evidentes falencias musculares el esqueleto se anquilosa y se deforma, hasta el
mapa físico colombiano ya muestra otro perfil y se alista para futuras
amputaciones. Tiempos y circunstancias atentan contra el espíritu y el cuerpo
de la nación.
Las antiguas fórmulas sacramentales no funcionaron pero la conciencia del ejecutivo no lo percibe. Todos
los aquietamientos son así: silenciosos,
inútiles, improductivos, destructivos, letales.
Ni mamos, ni brujos, ni tahúres mostraron
resultados. El recurso era la acción. Pero
en tierra de parapléjicos, en paraíso de
sosiegos, inercias, ablandamientos y silencios, en un sanatorio donde los
curanderos cocinan los menjunjes en la misma retorta que almacenan arsénico
¿qué se puede esperar?
Larga será la espera y trágico el
desenlace. Hay júbilo en las oscuras trastiendas de los de allá, y rostros
aletargados en las de acá.
Desarticulado el armatoste constitucional
que nos regía, embadurnada la nervadura representativa
que sustentaba nuestras pretensiones
republicanas, entrampado nuestro ser nacional en los vericuetos
de una judicatura mañosa, somos como el enfermo desahuciado que se atiene a las posibilidades de un milagro.
Bajo los efectos de una palabrería
sedante, subyugados por la monserga desquiciada, más monólogo que diálogo, de
unos filibusteros anacrónicos que recuperan fuerzas para arreciar sus ataques,
dormitamos al rumor de seducciones que envician
y enajenan, y permanecemos desvencijados aguardando el final, un incierto final
que nadie intuye porque ya nadie entiende.
¿Para dónde va el país, hacia dónde
lo conducen los caprichosos empoderados de ahora, en qué estado quedará la
tesorería nacional tras la orgía publicitaria que modela encuestas para mostrar
cifras reñidas con las sensaciones humanas, cómo pagaremos los ciudadanos rasos
el desbordamiento presupuestal con que se irriga el comité de aplausos, cuándo
culminará esa velada elitista a la que el pueblo no entra pero paga el consumo?
… estas y muchas inquietudes similares fundamentan la angustia de ciudadanos
incautos que compramos el remedio equivocado.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, julio de 2013