Verdaderamente melancólicos los resultados de las consultas partidistas efectuadas el pasado domingo en Colombia.
Es tiempo de pensar en enmiendas constitucionales que hagan justicia a los necesitados y pongan barrera definitiva a tanto despilfarro presupuestal, que es una de las peores vergüenzas en este país golpeado por catástrofes naturales y corruptos desenfrenos administrativos.
Además esas consultas se tornan repudiables porque, al contrario de consolidar procesos de participación democrática, sólo sirven para afianzar y reforzar cacicazgos.
El mínimo de sentido social y responsabilidad política que les pueda quedar a las organizaciones partidistas nacionales, reclama, como acto urgente, imponer el estilo de resolver las tensiones internas mediante asambleas abiertas exclusivamente a la participación de sus propios militantes.
El mecanismo actual, que agencia la intromisión de personas ajenas a la propia militancia de los partidos, por democrático que parezca y quieran presentarlo, no pasa de constituir perverso engranaje electorero, manipulador de opinión, que conduce a eludir el necesario debate doctrinario al interior de las colectividades.
Esas consultas que se hicieron el domingo, sin fuerza electoral, vacías de contenido, famélicas, y ruinosas por añadidura, se constituyen en el camino más expedito para machacar los ideales y aspiraciones de quienes no comparten intereses con maquinarias artificiosamente consolidadas.
Esas consultas no son limpias, no reflejan el sentimiento y la aspiración electoral de la militancia partidista, y menguan las estructuras ideológicas del aparato político.
Si pensamos en partidos serios y los queremos dinámicos, si aspiramos a tener y pertenecer a colectividades con vocación de honestidad, como para derrotar la corrupción y eliminar las costosas triquiñuelas de la contratación pública, si anhelamos caminos de solidaridad, desarrollo social y progreso efectivo de las comunidades marginadas, si tenemos interés de luchar por nuestro pueblos, por nuestras gentes, por nuestra sociedad total; necesitamos enfilar la gesta política hacia procesos de selección transparente, en los que no haya espacio para vulgares componendas, como esas que buscan turnar clientela en cargos donde se manejan contratos y se controlan presupuestos.
Los resultados de Popayán llaman a la reflexión seria y convocan a desechar la suficiencia, porque esa mayoría que hizo la escogencia del candidato conservador a la alcaldía de Popayán, no representa sino un ínfimo porcentaje de potenciales electores.
En tales condiciones, con los guarismos alcanzados en la consulta, simplemente se garantiza la participación del conservatismo con candidato único, pero quedan enredadas las posibilidades de triunfo electoral en las elecciones de octubre.
Elemental ejercicio matemático, desarrollado sobre el informe global de abstención, emitido por la Registraduría Nacional, que es nuestro organismo legal de conteo y verificación electoral, nos hace concluir que una abstención del 97%, aparte de preocupar en cualquier democracia medianamente estable, prende las alarmas de partidos y movimientos políticos que únicamente movilizan el insignificante 3% de sus electores.
Mucho anda mal en la democracia colombiana, pero las consultas internas de los partidos, tal como están, son el más inquietante de los elementos perturbadores.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 30.05.11