El Cauca tiene suficientes elementos de juicio
para definir su rumbo. Aquí todos estamos en capacidad de establecer las
diferencias entre la amenaza terrorista y el imperio del orden.
Testigos somos de lo que significa caminar en
seguridad y sin restricciones, y lo que implica permanecer sitiados por los
actores de la violencia y el desorden.
Habitamos una región victimizada por mendaces
pregoneros de perversas transformaciones fundamentadas en el dolor. Orfandad y
miseria son la marca visible en campos asolados por el crimen.
Desde fértiles territorios que habitaron nuestros
campesinos, donde fueron eficientes agricultores y disfrutaron serena
convivencia sin fronteras invisibles, se les desplazó hacia esquivos espacios
urbanos donde sobreviven encasillados entre peligrosas demarcaciones que envilecen
sus derechos humanos.
La vocación agrícola departamental fue
pervertida por empresarios de tráficos ilegales que tendieron el anzuelo de
mejores rendimientos financieros, sin advertirle a las gentes laboriosas que al
final del recorrido estaban las rejas de la cárcel, el detrimento del grupo
familiar y la ruina económica y moral de la sociedad.
En todo esto tuvo activa participación el
grupo delincuencial que ahora, infiltrado en altas esferas de decisión
administrativa, aspira a controlar la contratación estatal, ampliar sus
espacios en el poder legislativo y modificar la Constitución en el intento de
borrar y perdonarse sus delitos.
Tenemos suficiente uso de razón para entender
que estamos obligados a rectificar los errores electorales del pasado, que no
podemos dejar la democracia participativa en los meros registros publicitarios,
y que es deber inaplazable concurrir a las urnas para encargarle la dirección
de la política departamental a un hombre que ha demostrado, con acciones limpias,
dedicación patriótica, hombría de bien, y emprendimientos sociales productivos,
no sólo que conoce el Cauca e interpreta el sentimiento progresista de los
caucanos, sino que tiene capacidad administrativa, solvencia moral para manejar
con pulcritud los dineros del Estado y, lo que más necesitamos, cabal sentido
del orden público institucional para afianzar el desarrollo empresarial y potenciar
ingresos lícitos para la economía de la región.
En ingenuo intento de buscarle tachas que no
tiene, en algunos corrillos se comenta que el general retirado Leonardo Alfonso
Barrero Gordillo no tiene experiencia política, con lamentable olvido de que esa es
una apreciación equivocada, porque la política es precisamente el arte
de gobernar, de dirigir, de organizar y ejecutar para beneficio de la sociedad,
y en esas lides sí que tiene conocimientos y experiencia el general. No por
otros méritos alcanzó la más alta posición a que puede aspirar un militar de
carrera en Colombia; su capacidad de mando y experiencia en la gestión de
asuntos públicos constituyen la razón fundamental para que fuera Comandante General
de las Fuerzas Militares,
A sus virtudes organizativas y de dirección se
suma extenso recorrido por los rincones del departamento, que le permite
afirmar, mejor que ningún otro candidato, que ha estrechado las manos
encallecidas de nuestros campesinos, que ha batallado junto a ellos por la paz,
y que sus dotes de estratega le dieron memorables triunfos a la legitimidad de
nuestras instituciones republicanas.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 18.10.15