martes, 3 de mayo de 2011

La rectitud.

Una sola nota discordante rompe los embelesos del concierto.

A fuerza de reprimendas aprendimos el concepto universal de rectitud. Eran los tiempos de padres severos e intransigentes que manejaban bien la zanahoria y el garrote, que no se acobardaban ante lágrimas de cocodrilo, ni retrocedían ante lo que interpretaban como el deber social de formar ciudadanos de valía.

Después se armó la podrida, como grita la milonga, y el panorama nacional tomó los aires de un bailongo en el que cada quien va por lo suyo aunque no sea suyo.

Dolor... tristeza... desconcierto... dura  fatalidad que amilana y destroza.

Los choros que nos estrujan no tienen derecho a pretender respaldos, solidaridades, votos, encargos ni dignidades.

La gayola los espera y a ella debemos conducirlos.

Nosotros, los que creemos en un mañana mejor, los que siempre estuvimos en la escuela del respeto, de la dignidad, del acatamiento a la norma, los que aprendimos el profundo significado de la corrección y el noble alcance de la solidaridad, quienes bebimos lecciones de humildad y caridad, los que desde niños aprendimos a caminar en el inagotable universo de la equidad y la justicia social, no podemos consentir ni promover los actos de cetrería que ciertos demagogos auspician desde sus directorios aclimatados para el saqueo.

La escandalosa partija de recursos propios del sector agrícola que pararon en bolsillos de la realeza criolla, de palmeros improvisados, de arroceros millonarios, de inescrupulosos depredadores del dinero común. La piratería desatada contra los fondos de la salud pública, que ahora incrementa la terrible agonía de los desposeídos y  en la que el Cauca escribió su capitulo especial. Los imperdonables carruseles en  la contratación de obras públicas, donde el control fiscal y la interventoría técnica se diluyen en los basureros de las empresas fachada. El asalto desvergonzado a los fondos constituidos para la protección del menor, de los presupuestos asignados para la defensa y conservación de fauna y flora, y de los dineros destinados a resarcir el dolor de las víctimas de la violencia, son golpes de vileza que los colombianos debemos castigar.

Este juego lo definimos nosotros, estamos en el punto de penalty, debemos poner la bola en el ángulo inalcanzable, necesitamos chutar con maestría y con ganas para marcar distancia y derrotar la triquiñuela, vamos a desmantelar la corrupción, queremos erradicar el peculado y el soborno.

Esta vez los bandidos de cuello blanco no podrán levantar los espurios  trofeos que  nuestra indiferencia les ha  permitido coleccionar en tramposos armazones  de pretendido liderazgo.

Ahora la nota discordante somos nosotros. Vamos a romperle el embeleso a los que nos creyeron sordos, a los que nos imaginaron mudos, a los que se apropiaron de la batuta ciudadana en su torcido convencimiento de alcanzar la meta última, el gran logro, la perfecta satisfacción.

De ahora en adelante les  marcaremos el paso, escogeremos la partitura, interpretaremos nuestra propia versión a nuestro gusto y conforme a nuestras exigencias, esta vez el concierto lo daremos nosotros.

Llegó el momento de votar por la honradez, de rehacer los caminos de la rectitud y de entregar a la nuevas generaciones, con verdadero orgullo de patriotas, la posta del crecimiento social, del desarrollo comunitario, del emprendimiento cívico, del bien común en toda su infinita significación teleológica, aunque con el sabor amargo de haber permitido que muchos de nuestros coetáneos la enlodaran.

El fuero interior de nuestras  conciencias reclama los cauces aprendidos y jamás olvidados.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 03.05.11