sábado, 7 de diciembre de 2013

Tierradentro de luto


                                                                                 

 Duele. Duele porque es una población de gentes buenas, honestas y trabajadoras.

 Duele porque es el Cauca, el departamento de nuestros ancestros y nuestras querencias, y porque es la repetición incesante de masacres sabidas, cantadas y anunciadas que el gobierno central ignora y menosprecia.

 Duele porque es Colombia escarnecida por la ferocidad de sus verdugos.

 La geografía caucana se ahoga en sangre de inocentes mientras Juan Manuel Santos y  los salvajes herederos de Tirofijo le mienten al país.

 El inhumano recurso de la dinamita, el aleve propósito homicida, la insensibilidad, la horrorosa insensibilidad de los asesinos que quieren gobernar a Colombia a fuerza de estallidos y mutilaciones son la noticia diaria, pero Santos ni oye, ni ve, ni entiende.

 A quienes conocen el Cauca y tienen ligera noción de la pobreza y las injusticias que han generado los tenebrosos grupos guerrilleros, no les cabe en la cabeza el embuste de un Timochenko terrorista  que abandone las armas y el narcotráfico para dedicarse a  vivir en paz con el pueblo colombiano.

 Las dilatadas conversaciones del gobierno con los violentos constituyen monumental  fracaso que las poblaciones amenazadas repudian.

 Esos históricos  corredores que la chusma brutal ha transitado desde cuando Tirofijo fusiló a unas religiosas indefensas, en las goteras de la cabecera municipal de Inzá, no tendrán sosiego mientras el ejecutivo mantenga suspendidas las acciones de combate.

 Los habitantes de Inzá lo saben. El único freno a las tropelías de los violentos es la acción decidida de la fuerza pública. Un ejército acuartelado no gana batallas ni pacifica territorios.

 Allí se han vivido todas las atrocidades y los despropósitos de la violencia ejercida por los secuaces de Márquez y Santrich. Tiempos hubo en que la población permaneció sitiada. A los ciudadanos honorables los secuestraban en la carretera a Popayán y los fusilaban en las orillas de los caminos; había retenes irregulares que impedían el tráfico vehicular nocturno; los deudos de las victimas fatales tenían que pagar peajes para llegar con los cadáveres hasta los cementerios; los facinerosos bombardeaban la plaza, como hoy, y destruían la infraestructura pública; los comerciantes y finqueros que no querían abandonar sus tradicionales actividades, temerosos y desprotegidos tenían que subir hasta las abruptas estribaciones del  Símbola y el Páez, donde Cano y el Oso mantenían sus campamentos, a pagar humillantes vacunas, y a convertirse en forzosos portadores de mensajes extorsivos para el resto de sus conciudadanos.

 A todas esas desventuras les hizo alto el gobierno de Uribe, es conveniente recordarlo, pero las liviandades del actual mandatario le repusieron el oxigeno a facinerosos remontados que, con la ayuda de milicianos indígenas, que también los hay, se dan  a la tarea de recuperar  espacios para sus andanzas criminales.

 El Cauca sigue siendo un polvorín sin que nadie se duela por tan nefasto destino. La clase dirigente disimula las fechorías para mantener vigentes las prebendas burocráticas y almibaradas contrataciones oficiales.

 La población civil, inerme pero digna, necesita mantener el vigor de sus convicciones republicanas para cerrarle el paso a las vergonzosas componendas de La Habana.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 07.12.13