Duele. Duele porque es una población de gentes
buenas, honestas y trabajadoras.
Duele porque es el Cauca, el departamento de
nuestros ancestros y nuestras querencias, y porque es la repetición incesante
de masacres sabidas, cantadas y anunciadas que el gobierno central ignora y
menosprecia.
Duele porque es Colombia escarnecida por la
ferocidad de sus verdugos.
La geografía caucana se ahoga en sangre de
inocentes mientras Juan Manuel Santos y
los salvajes herederos de Tirofijo le mienten al país.
El inhumano recurso de la dinamita, el aleve
propósito homicida, la insensibilidad, la horrorosa insensibilidad de los
asesinos que quieren gobernar a Colombia a fuerza de estallidos y mutilaciones
son la noticia diaria, pero Santos ni oye, ni ve, ni entiende.
A quienes conocen el Cauca y tienen ligera
noción de la pobreza y las injusticias que han generado los tenebrosos grupos
guerrilleros, no les cabe en la cabeza el embuste de un Timochenko terrorista que abandone las armas y el narcotráfico para
dedicarse a vivir en paz con el pueblo
colombiano.
Las dilatadas conversaciones del gobierno con
los violentos constituyen monumental fracaso que las poblaciones amenazadas repudian.
Esos históricos corredores que la chusma brutal ha transitado
desde cuando Tirofijo fusiló a unas religiosas indefensas, en las goteras de la
cabecera municipal de Inzá, no tendrán sosiego mientras el ejecutivo mantenga
suspendidas las acciones de combate.
Los habitantes de Inzá lo saben. El único
freno a las tropelías de los violentos es la acción decidida de la fuerza
pública. Un ejército acuartelado no gana batallas ni pacifica territorios.
Allí se han vivido todas las atrocidades y los
despropósitos de la violencia ejercida por los secuaces de Márquez y Santrich.
Tiempos hubo en que la población permaneció sitiada. A los ciudadanos
honorables los secuestraban en la carretera a Popayán y los fusilaban en las
orillas de los caminos; había retenes irregulares que impedían el tráfico vehicular
nocturno; los deudos de las victimas fatales tenían que pagar peajes para
llegar con los cadáveres hasta los cementerios; los facinerosos bombardeaban la
plaza, como hoy, y destruían la infraestructura pública; los comerciantes y finqueros
que no querían abandonar sus tradicionales actividades, temerosos y desprotegidos
tenían que subir hasta las abruptas estribaciones del Símbola y el Páez, donde Cano y el Oso mantenían
sus campamentos, a pagar humillantes vacunas, y a convertirse en forzosos portadores
de mensajes extorsivos para el resto de sus conciudadanos.
A todas esas desventuras les hizo alto el
gobierno de Uribe, es conveniente recordarlo, pero las liviandades del actual
mandatario le repusieron el oxigeno a facinerosos remontados que, con la ayuda
de milicianos indígenas, que también los hay, se dan a la tarea de recuperar espacios para sus andanzas criminales.
El Cauca sigue siendo un polvorín sin que
nadie se duela por tan nefasto destino. La clase dirigente disimula las
fechorías para mantener vigentes las prebendas burocráticas y almibaradas
contrataciones oficiales.
La población civil, inerme pero digna, necesita
mantener el vigor de sus convicciones republicanas para cerrarle el paso a las vergonzosas
componendas de La Habana.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 07.12.13