Es normal que en un debate electoral se
defiendan con pasión las ideas, los programas, y hasta los gustos. Ningún ser
humano busca ni quiere que lo gobiernen con métodos y procedimientos que le
incomodan, Es una tendencia universal, de cualquier elector, luchar por el
triunfo. Pero no por eso se debe acudir al sectario esquema de descalificar y
discriminar a quienes no comparten la reelección y prefieren el cambio de gobernante.
Ahora impera la moda de condicionar
ideológicamente a los subordinados y a todos
aquellos dependientes que ostentan una enseña distinta. Algunos capataces de
las nuevas cuadrillas electoreras van por los pasillos oficiales como aquellos
locos que con jeringa en mano suelen inyectarle sustancias desconocidas al
primero que pase.
La conversación cordial, el intercambio de
opiniones, el ejercicio dialéctico de sopesar el alcance y las conveniencias o
inconveniencias de un programa de gobierno, que fueron nobles costumbres
políticas para el acercamiento y la alianza, se reemplazaron por conminaciones
despóticas. No hay propósitos de justicia, equidad y reparación, quieren
imponernos un modelo de sumisa impunidad.
Los pérfidos usos del proselitismo partidista
ya no se encuadran en la discusión crítica, ni en la campechana pero respetable
costumbre de invitar al otro a votar por alguien. Hoy se exigen respaldos insultantes mientras se
negocia en condiciones humillantes.
El estilo de los instalados en el poder es
intimidar a los adversarios, al aire lanzan amenazas de despido o de supresión
de garantías contra los que piensan, sueñan y actúan de manera diferente, contra los que necesitan el cargo oficial, el salario, el auxilio o el subsidio.
Que los políticos de profesión, los que saborean las verdaderas
mieles del poder se monten zancadillas, se digan y se contradigan para distraer
la galería y generar oleajes de opinión, puede ser estrategia dudosamente aceptable
entre ellos y para ellos, para candidatos que ajustan cuentas en la oratoria de
plazas públicas y finalmente en las urnas, pero no debe ser mecanismo permitido
para amedrentar desde la cúspide a humildes empleados electores, a quienes ampara
el inalienable derecho constitucional a obtener y conservar trabajo y salario dignos.
Nada más incendiario y peligroso que ese malévolo
acto de preavisar al que se ubica en
otra orilla, y específicamente al que expresa preferencias políticas contrapuestas
a las del que tiene la potestad de desmejorarlo, destituirlo o quitarle un
beneficio.
Es propicia esta reflexión porque, agotado el
trámite de la primera vuelta en las elecciones presidenciales, se expande la
noticia de que algunos burócratas
prepotentes, aterrados por la escasez de sufragios para asegurar el
continuismo, buscan desesperadamente, hasta debajo de los escritorios
oficiales, los votos que les eviten una segunda derrota, aunque para ello tengan
que decretarles hambre y miseria a quienes no participan del afán reeleccionista.
La Procuraduría General de la Nación y la
Defensoría del Pueblo deben investigar semejante conducta que no es buen augurio
de pacífico entendimiento, y sí pésimo anticipo de dañinas discordias.
Celebración: Emocionan los triunfos
del pueblo, Nairo y Rigo, uno, dos, verdaderos patriotas, vivos ejemplos de
humildad y disciplina.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 31.05.14