domingo, 1 de junio de 2014

Intimida la cúspide



 Es normal que en un debate electoral se defiendan con pasión las ideas, los programas, y hasta los gustos. Ningún ser humano busca ni quiere que lo gobiernen con métodos y procedimientos que le incomodan, Es una tendencia universal, de cualquier elector, luchar por el triunfo. Pero no por eso se debe acudir al sectario esquema de descalificar y discriminar a quienes no comparten la reelección y prefieren el cambio de gobernante.

 Ahora impera la moda de condicionar ideológicamente a los subordinados  y a todos aquellos dependientes que ostentan una enseña distinta. Algunos capataces de las nuevas cuadrillas electoreras van por los pasillos oficiales como aquellos locos que con jeringa en mano suelen inyectarle sustancias desconocidas al primero que pase.

 La conversación cordial, el intercambio de opiniones, el ejercicio dialéctico de sopesar el alcance y las conveniencias o inconveniencias de un programa de gobierno, que fueron nobles costumbres políticas para el acercamiento y la alianza, se reemplazaron por conminaciones despóticas. No hay propósitos de justicia, equidad y reparación, quieren imponernos un modelo de sumisa impunidad.

 Los pérfidos usos del proselitismo partidista ya no se encuadran en la discusión crítica, ni en la campechana pero respetable costumbre de invitar al otro a votar por alguien. Hoy se  exigen respaldos insultantes mientras se negocia en condiciones humillantes.

 El estilo de los instalados en el poder es intimidar a los adversarios, al aire lanzan amenazas de despido o de supresión de garantías contra los que piensan, sueñan y actúan de manera diferente,  contra los que necesitan el cargo oficial,  el salario, el auxilio o el subsidio.

 Que los políticos  de profesión, los que saborean las verdaderas mieles del poder se monten zancadillas, se digan y se contradigan para distraer la galería y generar oleajes de opinión, puede ser estrategia dudosamente aceptable entre ellos y para ellos, para candidatos que ajustan cuentas en la oratoria de plazas públicas y finalmente en las urnas, pero no debe ser mecanismo permitido para amedrentar desde la cúspide a  humildes empleados electores, a quienes ampara el inalienable derecho constitucional a obtener y conservar  trabajo y salario dignos.

 Nada más incendiario y peligroso que ese malévolo acto de preavisar  al que se ubica en otra orilla, y específicamente al que expresa preferencias políticas contrapuestas a las del que tiene la potestad de desmejorarlo, destituirlo o quitarle un beneficio.

 Es propicia esta reflexión porque, agotado el trámite de la primera vuelta en las elecciones presidenciales, se expande la noticia de que  algunos burócratas prepotentes, aterrados por la escasez de sufragios para asegurar el continuismo, buscan desesperadamente, hasta debajo de los escritorios oficiales, los votos que les eviten una segunda derrota, aunque para ello tengan que decretarles hambre y miseria a quienes no participan del afán reeleccionista.

 La Procuraduría General de la Nación y la Defensoría del Pueblo deben investigar semejante conducta que no es buen augurio de pacífico entendimiento, y sí pésimo anticipo de dañinas discordias.

Celebración: Emocionan los triunfos del pueblo, Nairo y Rigo, uno, dos, verdaderos patriotas, vivos ejemplos de humildad y disciplina.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 31.05.14