Del estilo de política activa y escalonada, hecha
en el terreno para conseguir votos físicos mediante contacto con el pueblo, se pasó a los actos de autoridad y
disciplinas perrunas ejercidas por conductores que arman listas de aspirantes al
congreso a punta de bolígrafo.
En tiempos del predominio bipartidista, con
las debilidades y fortalezas que a las
colectividades tradicionales puedan atribuirse, se celebraban reuniones
amplias, cabalmente denominadas convenciones, a las que la militancia parroquial
acudía con sus jefes, que como tales se consideraba a quienes permanentemente
daban vida al ideario y mantenían encendida
la llama doctrinaria, para definir candidaturas e integrar planchas que luego se sometían al escrutinio
popular.
Eran épocas en que los dirigentes regionales asistían como
delegados de grupos poblacionales a reclamar inclusión en corporaciones de
todos los niveles, concejos, asambleas, cámara y senado, y la lograban.
Obviamente el proselitismo era permanente y a
lo largo de los años se hacía indispensable mantener comunicación con los
electores para poder conservar los derechos de liderazgo, o recuperarlos, o
para conquistarlos cuando no se tenían.
Por supuesto que las convenciones no eran
fáciles, y es cierto que se montaban algunas
tenazas para asfixiar a los de menor empuje, pero a ratos se daban golpes certeros
que lograban desarticular camarillas y desplazar a los parásitos de los
partidos que siempre los hubo y los hay.
La sofisticación de la política hizo que
algunos personajes ignotos, sin necesidad de sudar la camiseta, resultaran
metidos en esas listas sin saberse cómo ni por qué, y así se fue constituyendo una
cierta elite que resultó dirigiendo las políticas públicas sin untarse de
pueblo.
Es lo mismo que hoy sucede con las listas uribistas al
interior del más intrépido experimento plutocrático de todos los tiempos.
Marca la diferencia, eso sí, que no ocurre dentro
de los partidos tradicionales, sino en la médula de una organización carente de
locomotoras oficiales que le acopien votos.
No interesa en esta columna pronosticar
resultados electorales. Pero sí es el propósito destacar que nunca se había
visto, en toda la historia republicana, que un solo hombre público, ampliamente conocido y controversial,
se jugara su potencial electoral en beneficio de ilustres desconocidos a los
que el pueblo nada les debe y que son figuras mas vale distantes de las bases
populares.
Sólo un verdadero varón electoral puede correr
ese riesgo, y en eso va el coraje del expresidente Álvaro Uribe Vélez, que en
una sola apuesta pone todo su prestigio
político y su acervo doctrinario a disposición de quienes no se han jugado por
una idea, ni exhiben méritos personales distintos
a la estrecha amistad con quien los escogió. Esa es una movida que puede resultar
maestra o arruinar al puro centro democrático. Va por todo o por nada.
Gran reto además para otros partidos que aún
no definen sus alineaciones y sufren la
deserción de sus huestes hacia la aventura centrista.
Coletilla: Los conservadores de la derecha,
ayunos de poder por tantos años, seguimos firmes esperando convención nacional,
listas y candidatos que nos entusiasmen.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 21.09.13