lunes, 25 de marzo de 2013

Semana de contrición


En  días de contrición y enmienda, tiempo propicio para airear y sacudir los anaqueles de la conciencia  individual y colectiva,  alentamos a Popayán y al Cauca  a repasar la lista  de perversas conductas  que caracterizan el presente y el pasado, con el propósito de evitar torcidos rumbos que nos sepultan en el caos.
Innegable que todos tenemos velas en este entierro. Por nuestra irresponsabilidad a la hora de sufragar somos causantes de  indelicadezas ejercidas contra las arcas oficiales, y la consecuente apropiación de dineros públicos que pasan a bolsillos particulares.
El Cauca y su ciudad capital agonizan bajo el cáncer de la desfachatez.  Las competencias y atribuciones disciplinarias y de naturaleza punitiva no funcionan aunque las denuncias se presenten oportunamente, todo porque las conveniencias burocráticas asfixian los derechos comunitarios.
Las contralorías, antiguos entes de control que garantizaban la pulcra ejecución del presupuesto departamental y municipal, también del nacional, eluden o ignoran su función de vigilancia y a nadie impiden despilfarrar el patrimonio y los ahorros colectivos.
La  Procuraduría, la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía General de la Nación, en buena medida secundan la desidia, el desinterés, la cobardía o la silenciosa complicidad de los controladores frente al continuado saqueo que protagonizan los ordenadores del gasto.
La inacción, la mora, la dilación, la preclusión y la prescripción son los caminos que conducen a la impunidad, mal entendidas por la ciudadanía como señales inequívocas de absolución y de perdón.
Horrorizan las llagas que carcomen nuestra piel territorial, a la vista pública están expuestas las profundas heridas propinadas por el terrorismo en los puentes vehiculares  de Piendamó y Ovejas, sin que las comunidades protesten frente al abandono del alto gobierno o de su centralizada tecnocracia.
El ímpetu de las bandas criminales estalla su dinamita contra los débiles y desposeídos, y derrama sangre de soldados y policías, de niños campesinos y de humildes labriegos, en el estéril propósito de doblegar las convicciones cívicas y torpedear los resentidos engranajes del orden constitucional.
Los conductores citadinos, ajenos a cualquier sentimiento humanitario, empuñan  los timones de sus artefactos contaminantes como si fueran instrumentos de combate, y  agreden a los caminantes de carne y hueso, que difícilmente logran eludir el impacto de pesadas máquinas con las que ahora se asaltan los andenes, corredores y franjas asignadas al desplazamiento peatonal.
Las zonas de dominio público permanecen  invadidas por malabaristas y vendedores de salpicón. Y distinguidos propietarios de costosos inmuebles se roban los andenes y las calles, tal como vistosamente acontece con las denominadas vías lentas de Popayán, que, entre la piedra del sur y la del norte, han sido cercadas con alambres de púas, cercenadas por muros, interrumpidas con gradas,  convertidas en parqueaderos, transformadas en antejardines y paulatinamente mutadas en locales comerciales de pésimo gusto y peor destinación.
Curadores,  jefes de planeación, inspectores de obras y burócratas anejos,  debieran   impedir el  deterioro urbanístico y desautorizar la construcción de aparatosas pajareras como la que hoy están montando en lote vecino al hotel San Martín por la glorieta de Catay.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, semana santa de 2013