miércoles, 15 de agosto de 2012

Solución sin trampantojos



Espero no engañarlos ni engañarme. Trataré de decir una verdad que coincida con lo que filosóficamente es la verdad,  y no una de esas verdades que siéndolo para mí no lo sea para ustedes, ni al contrario, una verdad que siéndolo para ustedes no lo sea para mí.

El problema es Colombia. Los causantes del problema somos todos, y todos estamos obligados a solucionar el problema que entre todos hemos creado.

La discusión ha sido larga y traumática, sin que aparezca un mínimo de luz o un ápice de inteligencia capaz de frenar el insulto permanente, la calumnia grosera, el invento tendencioso, la agresión innecesaria, el interés creado y el eterno afán de confundir.

Lo que los unos decimos de los otros suele no ser lo que realmente debiéramos decir. Nosotros decimos de ellos y ellos dicen de nosotros sin pausa ni medida, y cada vez afilamos más los malos recursos dialécticos para volver a decirnos lo que siempre nos hemos dicho, y que necesitamos no seguirnos diciendo.

La mayoría de ellos insiste en decir que nosotros somos la extrema, no sabemos de qué, y necesariamente, por ese vertiginoso afán de seguirnos diciendo lo que no nos debemos decir, también nosotros terminamos diciéndoles que la extrema son ellos, vayan ustedes a saber de qué.

En distintos momentos de lucidez, de verdadera lucidez nacional, algunos fueron capaces de ponerse de acuerdo con otros para no volverse a decir lo que siempre se habían dicho, y lograron que las inmensas mayorías, eso que ellos a su debido tiempo optaron por llamar así, entendieran que mayoría eran todos, y todos como mayoría resolvieron darse un abrazo fraterno que, a la postre, se convirtió en entendimiento y después en paz.

Lamentablemente la paz es quebradiza, esquiva, huidiza, endeble, delicada y frágil. Lamentablemente la paz paró en manos de quienes no la podían cuidar, porque nacieron para no conocerla, así como  nosotros nacimos para no disfrutarla. Y en ese cúmulo de equivocaciones sucesivas, de ellos por no conocerla, y de nosotros por no entender que ellos eran incapaces de cuidarla, llegamos al punto de quiebre, a la solución indebida, al cruce de palabras vanas, pedantes y altisonantes, y resultamos disputándonos la paz tirando de ella por los extremos hasta romperla,  hasta  fracturarla de tal manera que no hemos podido recoger los destrozos.

Lo ideal sería que todos nosotros, la sociedad nacional colombiana, dentro del necesario respeto a la claridad de las ideas y a la proporción numérica de quienes las defiendan,  en gesto de aquilatada sensatez, sin dinamita, asistidos por el lenguaje franco, con las manos limpias y el corazón tranquilo, henchidos de fortaleza para no atropellarnos, provistos  de precisión y sensibilidad para no herirnos, plenos de sabiduría para no destruirnos, buscáramos estructurar en un consenso público sin  tapujos, al amparo de  incontrovertible ética legislativa y bondadoso esfuerzo conciliador,  una política social altruista, una contratación administrativa sin bandidaje, una magistratura sin componendas, unos controles públicos  sin atajos, que nos  dejen rehacer el camino de la paz duradera.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, agosto de 2012