Espero
no engañarlos ni engañarme. Trataré de decir una verdad que coincida con lo que
filosóficamente es la verdad, y no una de
esas verdades que siéndolo para mí no lo sea para ustedes, ni al contrario, una
verdad que siéndolo para ustedes no lo sea para mí.
El
problema es Colombia. Los causantes del problema somos todos, y todos estamos obligados
a solucionar el problema que entre todos hemos creado.
La
discusión ha sido larga y traumática, sin que aparezca un mínimo de luz o un
ápice de inteligencia capaz de frenar el insulto permanente, la calumnia
grosera, el invento tendencioso, la agresión innecesaria, el interés creado y
el eterno afán de confundir.
Lo
que los unos decimos de los otros suele no ser lo que realmente debiéramos
decir. Nosotros decimos de ellos y ellos dicen de nosotros sin pausa ni medida,
y cada vez afilamos más los malos recursos dialécticos para volver a decirnos
lo que siempre nos hemos dicho, y que necesitamos no seguirnos diciendo.
La
mayoría de ellos insiste en decir que nosotros somos la extrema, no sabemos de
qué, y necesariamente, por ese vertiginoso afán de seguirnos diciendo lo que no
nos debemos decir, también nosotros terminamos diciéndoles que la extrema son
ellos, vayan ustedes a saber de qué.
En
distintos momentos de lucidez, de verdadera lucidez nacional, algunos fueron
capaces de ponerse de acuerdo con otros para no volverse a decir lo que siempre
se habían dicho, y lograron que las inmensas mayorías, eso que ellos a su
debido tiempo optaron por llamar así, entendieran que mayoría eran todos, y
todos como mayoría resolvieron darse un abrazo fraterno que, a la postre, se
convirtió en entendimiento y después en paz.
Lamentablemente
la paz es quebradiza, esquiva, huidiza, endeble, delicada y frágil. Lamentablemente
la paz paró en manos de quienes no la podían cuidar, porque nacieron para no
conocerla, así como nosotros nacimos
para no disfrutarla. Y en ese cúmulo de equivocaciones sucesivas, de ellos por
no conocerla, y de nosotros por no entender que ellos eran incapaces de
cuidarla, llegamos al punto de quiebre, a la solución indebida, al cruce de
palabras vanas, pedantes y altisonantes, y resultamos disputándonos la paz tirando
de ella por los extremos hasta romperla,
hasta fracturarla de tal manera
que no hemos podido recoger los destrozos.
Lo
ideal sería que todos nosotros, la sociedad nacional colombiana, dentro del
necesario respeto a la claridad de las ideas y a la proporción numérica de
quienes las defiendan, en gesto de aquilatada
sensatez, sin dinamita, asistidos por el lenguaje franco, con las manos limpias
y el corazón tranquilo, henchidos de fortaleza para no atropellarnos,
provistos de precisión y sensibilidad
para no herirnos, plenos de sabiduría para no destruirnos, buscáramos estructurar
en un consenso público sin tapujos, al
amparo de incontrovertible ética
legislativa y bondadoso esfuerzo conciliador, una política social altruista, una contratación
administrativa sin bandidaje, una magistratura sin componendas, unos controles
públicos sin atajos, que nos dejen rehacer el camino de la paz duradera.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
agosto de 2012