sábado, 5 de noviembre de 2016

Nobleza obliga




 Análisis especializado merece la conflictiva personalidad del Santos que nos deparó el destino, reído Nobel de Paz que engatusa sin sonrojos, dilapida con entusiasmo e incita sin moderación. Igual examen podría recomendarse para quienes hicieron la premiación,  pues los impensables alborotos en que  se mete el galardonado son indicio de lamentable desacierto.

 Es de sobra conocido el contradictorio comportamiento del candidato presidencial y del gobernante en ejercicio,  que con arrogancia enfermiza no ceja en el empeño de hablar y actuar con incendiaria impertinencia.

 Estrambóticamente lapidarios resultan sus demagógicos compromisos de campaña, que públicamente  ofreció esculpir en piedra, sin que los haya cumplido ni muestre voluntad de cumplirlos.

 La promesa  de no aumentar tarifas que incrementaran el costo vital a muchos colombianos reincidentes en el propósito de hacerlo presidente, arruinados ahora y para siempre por el atropello a la regla fiscal, causante del hueco billonario que dejan las almendras, las mermeladas y muchos manjares en mala hora prodigados, es elemental recordatorio de otras ofertas que enmascararon el negro propósito de amancebarse con dictaduras socialistas de moda.

 Vergüenza causa por estas calendas el infame silencio del ejecutivo colombiano frente a los procedimientos antidemocráticos implementados por la tiranía venezolana, que obstruye el referendo revocatorio, manipula los poderes judicial y electoral, y desconoce a la Asamblea Nacional; indignación y sospecha originan su permanente amenaza de retorno al narcoterrorismo por parte del grupo guerrillero con que negocia en Cuba, mientras voceros insurgentes desmienten semejante retroceso; y desconcierto produce el venenoso estilo con que descalificó, ante Isabel II del Reino Unido y el parlamento inglés, legítimos resultados plebiscitarios en que opositores colombianos obtuvieron votación mayoritaria.

 Lo mínimo que debe hacer un premio Nobel de Paz es respetar a conciudadanos que lo derrotaron en las urnas. Pero nuestro mal perdedor, obnubilado tal vez por los vapores del incensario universal, lejos de asumir tan alta distinción con serena humildad y ejemplar prudencia que otros han mostrado, arroja carbones encendidos sobre un siniestro fogón que no termina de enfriarse.

 Bien sabemos que los mal llamados representantes del no, indiscutibles voceros de seis y medio millones de compatriotas que aprovecharon un espacio democrático para expresarse en negativo monosílabo, no andan en el abyecto empeño de enmarañar lo destacable en el acuerdo derrotado, sino en altruista propósito de rescatar lo bueno, y de introducir ajustes viables y procedentes, para delinear un pacto que aglutine, que no disocie, que construya caminos largamente transitables, a cambio de oscuros y mochos callejones propicios para el asalto a la institucionalidad e imperdonable florecimiento de nuevas confrontaciones.

 Con idéntica buena voluntad demostrada por estas personas,  que contribuyen al diseño de mejor y verdadero entendimiento nacional, deben proceder los negociadores del gobierno, que han de serlo de todos los colombianos, para que ánimo y mensaje conciliadores lleguen a la mesa de La Habana sin condicionamientos ni modificaciones interesadas, y para que no se entienda, como a ratos parece, que el señor Presidente de Colombia y algunos de sus cercanos colaboradores marchan en contravía de lo que el pueblo decidió en las urnas.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 05.11.16