domingo, 23 de junio de 2013

El desarme




Aventurarse en la disección de los diálogos que suceden en La Habana es un riesgo.

Pocos colombianos conocen de cierto lo que allá se habla, eso lo prueba el permanente discurso aclaratorio que desgasta a la comisión gubernamental cada que la facción irregular se apodera del micrófono. Más que declaraciones concertadas, al final de cada ronda recibimos una descarga de tensiones insolutas y nuevas pretensiones que atiborran la mesa.

Al país se le notifica que es comportamiento normal, en esos  ejercicios dialógicos, tratar de mostrar fortalezas y enviar mensajes sobre el dominio que cada parte ejerza en el debate.

Y así podría ser si nos dieran noticias que descarten la violencia como forma de lucha, pero nadie certifica ni nada indica que el establecimiento legítimo, o la subversión, exhiban allá un cierto carisma que les permita, en cada tiempo y a cada paso, expresar complacencia por avances en lo que ahora se busca, que es frenar el desangre.

Se deduce es que el conflicto no se aproxima al final. No hay pistas sobre semejante aspiración,   al contrario se constata que permanecemos en una contienda armada de largo alcance.

Las evidencias que aparecen en el frente de batalla son peores a las halladas antes de inaugurar los diálogos; los campos minados siguen mutilando y asesinando comunidades vulnerables, como siempre los tatucos caen lejos del objetivo premeditado y cobran víctimas entre la población civil, nuestro ejercito regular sufre emboscadas aleves, la policía es bombardeada en los perímetros urbanos,  los oleoductos saltan en llamas tras estallidos dinamiteros, millares de campesinos continúan abandonando sus casas y sus labranzas, y el impacto ambiental contaminante es cada día más severo en las regiones sitiadas por la delincuencia, allí donde violentamente se explota la riqueza minera, ictiológica y forestal.

En el Cauca no es necesario caminar largo para encontrarse de frente con los vestigios dolorosos de la barbarie continuada.

Pero lo que más deteriora las expectativas ciudadanas de llegar a estadios de entendimiento es la patológica negativa al desarme, insistentemente repetida por quienes dicen aspirar al ejercicio de la política en busca de reivindicaciones sociales, algunas  ciertamente justificables.

En ninguna mente sana es permisible alentar proselitismo armado.

Conquistar respaldo de bases populares, acceder a posiciones de liderazgo social, ganar seguidores para una causa éticamente sustentable porque prometa superación cultural, o mejoras físicas para asentamientos humanos marginales, o garantías para  promover  ideas minoritarias y libertades para defenderlas, es tarea dialéctica, de pura dinámica intelectual,  que no consiente apuntalamiento de bayonetas.

Si quieren darnos certeza de que las nuevas organizaciones  políticas de izquierda, nacidas de los diálogos,  se incorporan a la arena nutridas de sanos bríos programáticos, deben  concretar la entrega de las armas. Permitirles que no lo hagan es legitimarlas para que sigan intimidando, pero no convenciendo,  a negros, indígenas y campesinos en los territorios que pretenden liderar.

Coletilla: ¿alguien sabe cuáles son lo vínculos del espía Edward Snowden con Cuba, Venezuela y Ecuador? … porque las noticias sobre su desembarque en Moscú ligan el periplo a esas dictaduras.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, junio 23 de 2013