Cumplidos
dos años de gobierno del Presidente Santos, prenden motores los grupos
interesados en sucederlo.
En
las democracias es así, ocurrida la posesión de un nuevo mandatario comienzan las
reestructuraciones y acomodamientos enfilados a recuperar el poder perdido, o a
conquistar el que no se ha tenido. Así se relevan roscas y camarillas.
Los
meses quemados en implantar nuevos esquemas y estrategias de lucha, contra problemas endémicos, fueron escasos para
mostrar otra imagen nacional. Se agotaron los trayectos de ascenso, y viene el descenso
cada vez más corto y vertiginoso.
Pasar
bien a la historia, ingresar al club de los mejores, obtener medalla de excelencia no es fácil, e indefectiblemente la
valoración se hace anticipada.
Ya
quisieran gobernantes y seguidores que
se califiquen sus ejecutorias sobre periodos vencidos, sobre mandatos
concluidos, pero no, los pueblos nunca esperan porque el futuro es ahora, y
porque las soluciones ofrecidas y deseadas debieran estar en plena florescencia.
Se
sabe que en distintos aspectos, en temas cruciales, nos quedaremos con los
crespos hechos y ya lo que fue, fue.
Marchitas
las flores de la celebración queda el salón vacío, y los barrenderos empuñan
sus escobas, no sólo para sacar la basura, sino para empujar a los borrachitos
despistados que todavía no sospechan el final de la fiesta.
A
Santos no le ha ido mal en las actuales circunstancias, frente a las enormes
dificultades económicas y sociales que a diario oscurecen el panorama político,
puede darse por satisfecho si pasa raspando con un tres escueto. El cinco
aclamado pasó a la historia hace muchos
años, y el sobresaliente cuatro se hace esquivo y distante, sobre todo en
tiempos de dudas.
Y
eso fue lo que sembró Santos en el arranque, terribles dudas que rompieron
esperanzas, dudas que crecieron a la sombra de un discurso ambiguo, en el que
no se dijeron las cosas como debían decirse, obviamente porque no se hicieron
como debían hacerse.
Cuando
se tiene lucidez mental uno quiere que le digan las cosas al derecho y como
son, sobre todo cuando la silueta del tapado es identificable bajo la capa con
que se le cubre.
Desde
ahora el entramado se modifica, los actores del sainete actual deben recoger
sus bártulos, aplausos y rechiflas, y marcharse al camerino para darle pista a
la nueva función.
Atentos
estamos para que se nos diga con honradez cómo es el tejemaneje futuro del
conflicto, ya mayores de edad que somos, y curtidos como estamos de vivir a la intemperie,
sometidos a las más dolorosas pruebas de supervivencia y de humillación,
necesitamos líderes sinceros que no nos engañen, que utilicen la palabra franca
para cantarnos la verdad de sus aspiraciones e intereses, que nos muestren la
baraja sin marcas, y que nos aseguren la correcta interpretación de nuestros
anhelos. Esa es la música que nos gusta, la real, la genuina, la de la claridad en el
decir y en el obrar.
A
Santos, si no nos hubiera mentido, le habría ido mejor. No hay tiempo de
llorar.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
agosto 7 de 2012