Comenzaba la segunda mitad del siglo XX y Morales
estaba más cerca de Cali. Sencillamente el comercio funcionaba mejor con el Valle
del Cauca. El Ferrocarril del Pacífico se escabullía por un costado de la imponente
tornamesa que servía para girar y cambiar de sentido las espectaculares locomotoras
de caldera, en inmediaciones de Suarez, e irrumpía con sus estridencias y
vapores por las vueltas de Jelima, o Gelima como figura en algunos textos, con
viaducto y túnel incluidos, hasta coronar la cuesta en La Toma. Desde allí a la
estación ferroviaria de Morales el viaje se hacía más placentero, el aire
fresco de la Planicie de Popayán y los verdes de la vegetación andina reconfortaban
al deshidratado viajero que hacía ruta desde Buenaventura hasta Popayán, para
aventurarse luego por inciertas trochas que lo llevaran a las cabeceras del
torrentoso Amazonas.
Pero para asomarse a las inmensidades del
conocimiento y la cultura, Popayán estaba cerca de todo el país. Al Seminario
Conciliar de Popayán, al Liceo de la Universidad del Cauca, y a sus facultades
de Ingeniería, y de Jurisprudencia, llegaban jóvenes de todas las regiones
patrias. Naturalmente a Popayán viajaban los pocos privilegiados que terminaban
la primaria en la vetusta escuela municipal, en los vecindarios de la más
hermosa casa que Morales tuvo en toda su historia, la enorme casona de dos
plantas en donde don Julio Mera y doña Benilda Velasco compraron oro para
prestigiosas firmas inglesas.
Entre los de los cuarenta hay un coterráneo que
vino al Seminario donde conoció los fundamentos de la filosofía y se nutrió de
voces griegas y latinas, después terminó el bachillerato en el Liceo, y galardonado
por la Academia de la lengua, gracias a su temprano dominio del español, ingresó
a la facultad de derecho donde se graduó como abogado con honores. Mis padres, que fueron sus padrinos de óleo, recordaban
completas algunas brillantes frases del discurso y la emocionada consagración
que el graduando hizo de su triunfo académico a las gentes comarcanas, mientras
rendía emocionado tributo a la memoria de su progenitor, ya fallecido por aquella
fecha.
Gerardo Antonio Mera Velasco, que curiosamente
lleva los mismos apellidos de la adinerada pareja compradora de oro, no lo trajo
en sus alforjas, simplemente porque sus padres no gozaban de riquezas materiales,
en cambió si, de infinitas riquezas espirituales y de enorme reciedumbre moral,
que sirvieron para que el hijo se disciplinara en el estudio y se consagrara al
servicio de los otros con dedicación quijotesca.
Don José Quiterio Mera y doña Julia Velasco,
respetabilísimas personas que regentaban la botica San Antonio en la calle
central del poblado, con denuedo asumieron
la tarea de educar a los hijos, como muy bien lo hicieron con Ana María,
Gerardo y Margarita Mera Velasco, quienes cursaron estudios superiores en
tiempos difíciles cuando la cima educativa se alcanzaba en quinto de primaria.
Complacidos mirarán los padres, desde sus regiones
metafísicas, el altísimo reconocimiento
que la Universidad del Cauca hace a
Gerardo, cuando le impone la medalla de egresado y profesor eminente.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
12.11.16