sábado, 12 de noviembre de 2016

Oro a la inteligencia

  


 Comenzaba la segunda mitad del siglo XX y Morales estaba más cerca de Cali. Sencillamente el comercio funcionaba mejor con el Valle del Cauca. El Ferrocarril del Pacífico se escabullía por un costado de la imponente tornamesa que servía para girar y cambiar de sentido las espectaculares locomotoras de caldera, en inmediaciones de Suarez, e irrumpía con sus estridencias y vapores por las vueltas de Jelima, o Gelima como figura en algunos textos, con viaducto y túnel incluidos, hasta coronar la cuesta en La Toma. Desde allí a la estación ferroviaria de Morales el viaje se hacía más placentero, el aire fresco de la Planicie de Popayán y los verdes de la vegetación andina reconfortaban al deshidratado viajero que hacía ruta desde Buenaventura hasta Popayán, para aventurarse luego por inciertas trochas que lo llevaran a las cabeceras del torrentoso Amazonas.

 Pero para asomarse a las inmensidades del conocimiento y la cultura, Popayán estaba cerca de todo el país. Al Seminario Conciliar de Popayán, al Liceo de la Universidad del Cauca, y a sus facultades de Ingeniería, y de Jurisprudencia, llegaban jóvenes de todas las regiones patrias. Naturalmente a Popayán viajaban los pocos privilegiados que terminaban la primaria en la vetusta escuela municipal, en los vecindarios de la más hermosa casa que Morales tuvo en toda su historia, la enorme casona de dos plantas en donde don Julio Mera y doña Benilda Velasco compraron oro para prestigiosas firmas inglesas.

 Entre los de los cuarenta hay un coterráneo que vino al Seminario donde conoció los fundamentos de la filosofía y se nutrió de voces griegas y latinas, después terminó el bachillerato en el Liceo, y galardonado por la Academia de la lengua, gracias a su temprano dominio del español, ingresó a la facultad de derecho donde se graduó como abogado con honores. Mis padres,  que fueron sus padrinos de óleo, recordaban completas algunas brillantes frases del discurso y la emocionada consagración que el graduando hizo de su triunfo académico a las gentes comarcanas, mientras rendía emocionado tributo a la memoria de su progenitor, ya fallecido por aquella fecha.

 Gerardo Antonio Mera Velasco, que curiosamente lleva los mismos apellidos de la adinerada pareja compradora de oro, no lo trajo en sus alforjas, simplemente porque sus padres no gozaban de riquezas materiales, en cambió si, de infinitas riquezas espirituales y de enorme reciedumbre moral, que sirvieron para que el hijo se disciplinara en el estudio y se consagrara al servicio de los otros con dedicación quijotesca.

 Don José Quiterio Mera y doña Julia Velasco, respetabilísimas personas que regentaban la botica San Antonio en la calle central del poblado,  con denuedo asumieron la tarea de educar a los hijos, como muy bien lo hicieron con Ana María, Gerardo y Margarita Mera Velasco, quienes cursaron estudios superiores en tiempos difíciles cuando la cima educativa se alcanzaba en quinto de primaria.

 Complacidos mirarán los padres, desde sus regiones metafísicas,  el altísimo reconocimiento que la  Universidad del Cauca hace a Gerardo, cuando le impone la medalla de egresado y profesor eminente.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 12.11.16