jueves, 8 de septiembre de 2011

El vacío de los partidos



La dura realidad del Partido Conservador  Colombiano  exige la convocatoria de sus militantes históricos, de sus juventudes y de las bases campesinas,  para tratar de reanimarlo y evitar su deceso.

Nadie ignora que el fervor partidista, entendido como entusiasta disponibilidad para defender principios, valores, orden, equidad y justicia, pasaron al olvido, mientras vergonzosas trapisondas lo hacen ver como un partido triste, sin vocación de poder ni autoridad moral.

El reciente incidente con un proyecto que pretende resucitar la inmunidad parlamentaria es penosa muestra de la debilidad ideológica, del desajuste interno en una colectividad que en el pasado hizo del honor su  norma y de la rectitud su bandera.

El conglomerado azul ya no resiste la ausencia de liderazgo limpio, auspiciada desde sus propios cuarteles directivos, donde todo se ha vuelto conveniencia personal, acomodamiento burocrático y lamentable partija de piltrafas.

En quince largos años no ha tenido un líder nacional, una cabeza respetable que lo dinamice y lo promueva como opción de mejoramiento social, mucho menos como alternativa de fortalecimiento nacional para combatir el crimen y el vandalismo.

El brutal asesinato de  Álvaro Gómez Hurtado, instrumentado desde las entrañas del régimen, dejó estupefacto al país y huérfano al conservatismo que en él tenían su bastión ético. De allí en adelante el Partido Conservador ha sido un cascarón vació y a la deriva.

En las cuatro últimas elecciones presidenciales faltó fuerza ideológica,  mística de partido y coherencia histórica, y así sigue el conservatismo, enmarañado y envilecido por arte y  maña de quienes se consideran sus voceros.

Las muestras mas frescas de inconsistencia y desatino corren por cuenta de las candidaturas a la Alcaldía de Bogotá y a la Gobernación del Cauca, en las que pusieron unos individuos que no le mueven la aguja a nadie, que pueden tener algunos amigos en los directorios, pero que no significan nada en la doctrina, en las luchas, ni en las aspiraciones democráticas de los electores.

Dragacol,  Chambacú,  Invías,  AIS,  DNE,  y otros entuertos de burócratas conservadores que abarcan la Fiscalía, el Consejo de la Judicatura, las notorias Notarías y muchas otras llagas mal curadas, que siguen lacerando  la conciencia nacional, no pueden olvidarse y requieren tratamientos profundos para que renazca la fe.

De seguir así, sin timonel ni rumbo, se le estará abriendo permanente brecha a la indisciplina social, al desbarajuste institucional, al saqueo presupuestal que quebranta a todos los colombianos, e irremediablemente se cavará la fosa del olvido para un ideario que merece mejor curaduría.

Es razonable que las fuerzas populares del conservatismo se duelan y se quejen, frente a la liviandad de actuales dirigentes que deslustran la gesta patriótica protagonizada por brillantes antecesores, quienes para nada acudieron a los meandros de la corrupción y marcaron pautas de concordancia entre el discurso y la acción.

Correlativamente,  a los respetados contradictores del liberalismo colombiano, a quienes les duele lo mismo porque les tallan las mismas mataduras, también les corresponde hacer algún esfuerzo para acallar la cháchara y reavivar la idea.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 08.09.11