Para muchos, afirmar escuetamente
que las Farc no existen, podría significar la simple exteriorización del deseo, pero,
bien vistas las cosas, esa es una verdad tajante.
Siempre se nos dijo que en sus
comienzos, reclamando la restitución de semovientes y aves de corral, alias
Tirofijo pretendió reivindicar derechos y pertenencias que estéril
confrontación partidista les había
arrebatado a campesinos colombianos.
Y el largo aliento vital de
Tirofijo, sembrando dolor y odios en los
campos colombianos, hizo que el mundo equiparara la longevidad del bandido a la
permanencia y continuidad de su alzamiento.
Sin embargo, las acciones de
facinerosos sumados a sus filas marcaron pautas y dejaron huellas que desdibujan el prístino objetivo de
una revolución popular.
El grupo armado, definitivamente ajeno a las
luchas sociales, se enriqueció con el producto del secuestro y la extorsión, a
lo que sumó el control de mercados negros, no sólo de drogas ilícitas, sino de oro, esmeraldas, uranio, y otros minerales irregularmente
explotados en territorio colombiano y zonas fronterizas.
Dolorosamente algunos sectores,
desheredados de la sociedad colombiana, confundían el negocio del secuestro con
gestos de caridad guerrillera, que dizque buscaban quitar a los ricos para dar a
los pobres, y multitudes creían que la guerrilla erradicaría desigualdades, latrocinios y
corruptelas.
Hasta cuando el pueblo colombiano
comprendió los verdaderos propósitos delincuenciales y terroristas de esa banda
armada que, respaldada por Cuba y la Unión Soviética, gestionaba su reconocimiento
universal como ejército insurgente.
Pretendieron venderle a la
humanidad un Caballo de Troya, con arreos de alzamiento popular, en el que se
ocultaba la amarga pesadilla de un imperio mafioso.
Lo que hoy hay allí no es un
ejército del pueblo, ni eso tiene un mando
narcoguerrillero unificado, una supuesta
salida negociada desactivaría algunos
frentes delictivos, mientras otros harían tránsito a nuevas bandas criminales
dispersas por la geografía nacional, como ya sucedió con el sometimiento de los
carteles y el paramilitarismo.
El cobarde fusilamiento de
secuestrados a manos de sus captores “trogloditas”, bien denominados así por el
sobreviviente Luis Alberto Erazo, desenmascara para siempre a la organización
mafiosa en que se transformó la cuadrilla de Tirofijo.
Los duros términos utilizados por
alias Timochenko en su airado reclamo por la baja de alias Cano, traslucen las
lamentables malformaciones ideológicas en que la barbarie criminal pretende atrincherarse, para sustentar su engañosa prédica de las
reivindicaciones sociales.
Algo más que “amenazante y
brutal” resultó el propio Timochenko, quien “salvajemente” mató a cuatro seres humanos, con “métodos
notoriamente desproporcionados”, para señalarnos, al Presidente Santos, a todos
los colombianos, y particularmente a quienes aún permanecen cautivos tras sus
alambradas de púas, que nos dará “el mismo tratamiento”. Pero no nos dejaremos amedrentar de ese modo Timochenko, no nos dejaremos
amedrentar.
Coletilla: Apartes del citado
reclamo pueden consultarse en http://www.eltiempo.com/colombia/otraszonas/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-10799385.html
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 30.11.11