domingo, 20 de diciembre de 2015

Francachela jurisdiccional




 Farragosa la carta de intenciones que las familias de  Santos y "Tirofijo" dieron a luz en Cuba.

 Documento profuso que, en aras de sana convivencia política y necesaria corrección idiomática,  debió tamizarse y hacerse menos prolijo.

 Como mensaje jurídico informativo  al pueblo raso, que con esa finalidad debió difundirse, pudo limpiarse de demagogia, para facilitar su comprensión  a comunidades que escasamente saben leer,  y difícilmente desbrozarán la carga de profundidad que lo satura, máxime cuando será sometido a plebiscito.

 Las circunstancias que rodean tal certamen electoral, su proximidad y la densa sustitución constitucional que conlleva, harán que los colombianos voten por algo desconocido en su letra y alcances.

 Repetitivo el texto, contiene largos recordatorios del universo ciudadano que experimentará y sufrirá espurios desplazamientos de Normas Fundamentales y competencias procesales. Fatiga con esa cantaleta incluyente que feminiza la terminología convencionalmente masculina, e impone una semántica poco legal.

 Pero el engaño no está en la cáscara sino en la almendra. De nada sirven propósitos de enmienda, cuando la tendencia guerrillera marcha en contravía.

 Hablan de una justicia que no propician y de antemano eluden. No hay en el horizonte penas privativas de la libertad para la chusma, y aunque ese sapo es digerible, no lo es tanto cuando se intuye que la comandancia tampoco irá a prisión. La ausencia física de cabecillas en diversos escenarios criminales, muchos extraordinariamente inhumanos, los libera de responsabilidad penal.

 Pulula un sonsonete formal de reparación que no encuentra respaldo en declaraciones públicas de negociadores guerrilleros. De dientes para afuera dicen que repararán víctimas, pero frecuentemente  anuncian que su organización ilegal no tiene dinero. Así navegamos en un mar de promesas para  encallar en los arrecifes del conejo.


 Mientras el Estado, por intermedio de organismos competentes, no se aplique a ocupar bienes y congelar fondos controlados por testaferros de los terroristas, las víctimas quedarán en mera ilusión de recaudar reparaciones efectivas.

 Peor aún, y supremamente peligroso, es que la promesa de dejar las armas no comprende limpia voluntad de entregarlas.

 Mucha diferencia existe entre dejación, que ellos equiparan a  encaletamiento en lugares de su confianza, y la necesaria entrega incondicional de material bélico, si es que de buena fe estuvieran en este enredado proceso de paz.

 Imposible que florezca la paz cuando los armados ilegales, desalmados gestores del desangre, montan tribunales a su gusto y medida, mutan penas por leves sanciones, trazan procedimientos dirigidos a la absolución y la impunidad, ingenian restricción de libertades  en amplios territorios de puertas abiertas para ellos pero cerradas para las instituciones, instituyen reparaciones inanes, y se reservan la potestad de reactivar sus arsenales.

 Y para colmo de males arriesgamos caer en la enredadera de Baltazar Garzón, convicto por corrupción, y en la de su jauría internacional de burocrática pelambre. En el Tribunal para la paz, que estará por encima del sistema judicial ordinario, y sentará jurisprudencia,  si es que en el plebiscito  no imponemos el NO, obligatoriamente van a devengar cuatro magistrados extranjeros, y las comisiones que sea necesario integrar incluirán jueces extranjeros. ¡Vade retro! juristas colombianos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 20.12.15