domingo, 19 de julio de 2015

En blanco es mejor




 No es que no comprendamos la política, no. Lo que sucede es que los empresarios del sufragio, que viven de la contabilidad electoral y se lucran del patrimonio colectivo, amparados en desordenes éticos de los individuos que integran algunas instituciones,  y en la inercia clientelista del electorado, perturban la correcta utilización de valiosas herramientas jurídicas consagradas en pro de inmaculada participación democrática.

 La Constitución vigente teóricamente abarca un conjunto de intenciones saludables, si es que nos atenemos al espíritu del texto aprobado por la Asamblea Nacional Constituyente, esa misma que al arrogarse funciones derogatorias que no tenía, cambió los fundamentos de la vieja República Unitaria regenerada por don Rafael Núñez.

 Es verdad que de buena gana aceptamos el raponazo, el pueblo colombiano acogió la Constitución de 1991, y puso sus esperanzas en un supuesto Estado de Derecho que hasta hoy no ha empezado a funcionar.

 Cuando apenas intentábamos conocer la nueva Carta ya se perfilaban compulsivos afanes por desfigurarla. Antes de que la entendiéramos y  asimiláramos como producto del reposado análisis que ella y sus novísimas instituciones exigían, algunos vivarachos integrantes de la Corte Constitucional, en pésimo abuso del prestigio académico que la sociedad les reconocía, coludidos con calculadoras elites políticas,  en lugar de guardar la integridad y supremacía de la Constitución, que era lo que correspondía, se dieron a la tarea de acomodarla a sus particulares credos y ambiciones.

 Incluso algunos, que ojalá de su agnosticismo gocen, atropellaron fronteras que las  atribuciones jurisdiccionales les demarcaban,  y al usurpar ajena actividad legislativa se convirtieron en verdaderos depredadores de principios fundamentales que estaban obligados a preservar.

 En medio de esos desbarajustes, originados y auspiciados por la Corte Constitucional, no resulta extraño que ahora naufraguemos en tormentoso oleaje de cierta legislación acomodaticia, dúctil y maleable, que a ratos va y a ratos viene.

 Y, sobre todo, no es raro que la predicada independencia de poderes se quedara en eso, en prédica, para derivar hacia un establecimiento amorfo y escurridizo, en que el Poder Legislativo se postra de hinojos ante el prepotente Ejecutivo, y el Poder Judicial se entrega licencioso a los bajos menesteres de la argucia electorera.

 A estas alturas del siglo XXI seguimos sin definir el rumbo. No hemos logrado un régimen judicial serio y honorable; carecemos de un Congreso respetable; el Presidente, con toda suerte de artificios y aterciopelados vocablos,  desdibuja las precisas funciones de la Fuerza Pública;  y los "Partidos Políticos", que más parecen fructíferos consorcios contractuales, montan inexplicables alianzas, convenios y adhesiones en que nada pesa lo que la militancia quiere.

 Si el pueblo, si los ciudadanos de la base, nos tomamos el respiro necesario para probar y demostrar que tenemos poder, sólo se  necesita votar en blanco, sólo eso, pero copiosamente, eso sí, para obtener la mayoría del total de los votos válidos, y forzar la repetición de la próxima votación con nuevos distintos candidatos.  

 Ejerzamos el verdadero libre derecho a elegir y ser elegidos, derrotemos la máquina mafiosa y evitemos que  vuelvan y sigan gobernando quienes nunca debieron gobernar.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 19.07.15