Se lee
en el Diccionario de la Real Academia Española que galimatías es un “discurso o un escrito embrollado”, y allí mismo se hace referencia al galimatías
bíblico por la manera en que Mateo, el evangelista, describe la genealogía que
figura al comienzo de su Evangelio, que es un verdadero embrollo, la genealogía
claro está.
Cuando a
una colectividad nacional le dicen que hay acuerdo en torno a un ordenamiento
controvertido por quienes menguan la legitimidad y la validez de las
instituciones existentes, mas o menos le comunican que lo vigente deja de regir
y que, en adelante, lo que impera es el acuerdo.
Surgen
automáticamente múltiples interrogantes; esencialmente referidos a la
constitucionalidad del nuevo régimen, tanto desde el punto de vista formal como
del material; ¿pueden –se pregunta el
pueblo- modificar la estructura jurídica, unos personajes que no tienen
condiciones o calidades de legisladores? ¿Se hace la sustitución del antiguo conforme a
los reglamentos existentes para que el nuevo ordenamiento tenga la fuerza vinculante que a las verdaderas
leyes se atribuye? ¿Pueden los temerarios
reformadores ocuparse de reformar la materia específicamente reglada por ellos?
Pues el cuestionamiento
obedece a que en días pasados el gobierno nacional, sus más encumbrados dignatarios,
la prensa oficialista y los medios audiovisuales, naturalmente con el aplauso
de los mermeladómanos que son hartos, gelatinosos y pegajosos, le comunicaron al
colectivo, al pueblo raso y al no tan raso, que el acuerdo firmado con los
representantes del desorden es algo que transforma, como nunca se había visto
ni pensado, la estructura agraria de esta República dos veces centenaria.
Pero
para creerlo surgen inconvenientes, o dudas digamos para que no nos traten de
enemigos de la paz. Si el Presidente Santos ha venido diciendo que “no hay
acuerdo mientras todo no esté acordado”, entonces ¿de cuál acuerdo nos hablan?
Para
colmo de males, o de dudas para mantener la línea de flotación, uno de los
voceros del narcoterrorismo, pues sobre este calificativo sí no existen dudas,
dice en extenso reportaje que acuerdo no hay, que quedan temas por definir y
que algunos de ellos, los temas del
acuerdo, serán nuevamente discutidos en los próximos diálogos.
Cuando
al pueblo, pueblo, le venden la idea de que las cosas han cambiado sin que nada
pueda cambiar, porque las están cambiando unos elementos legalmente incapaces
para cambiarlas, ¿no será que se están buscando y hasta rebuscando futuras nuevas razones para mantener los desacuerdos
que han conducido al inexistente acuerdo?
Algo
más, si ya hay acuerdo, a pesar de que
no puede haber acuerdo porque todo no está acordado, ¿será que los legalmente
incapaces para modificar las instituciones, con las ganas que tienen de hacer
acuerdos, ya cambiaron la manera de hacerlos? … mejor dicho … ¿será que no nos
han contado que para llegar a cualquier acuerdo, ya no es necesario que todo
esté acordado?
Sería
bueno, si lo de los acuerdos es un engaño,
que nos pusiéramos de acuerdo sobre la magnitud del engaño que estamos
dispuestos a tolerar. ¿Estamos de acuerdo?
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, mayo de 2013