domingo, 11 de diciembre de 2016

Hasta luego




 Un pariente me censuró con dureza porque guardé silencio frente al fatídico vuelo que aniquiló esperanzas de jóvenes futbolistas brasileros en proximidades al aeropuerto de Rionegro, otro, por razón de idéntica tragedia, dijo que fallé al no exaltar en mi columna el admirable espíritu de solidaridad de los antioqueños y de todos los colombianos.

 Una señora horrorizada por las atrocidades que en Colombia continúan me sugirió una nota condolida ante el martirio de Yuliana Andrea Samboní.

 Alguien insinuó hablar del niño mutilado por presunta participación en robos de ganado.

 Varios observadores de la perturbadora realidad nacional me mencionaron el deplorable secuestro de Odín Sánchez, y el no menos repudiable adelantamiento de juicio en su contra por parte de una pandilla delincuencial.  

 Caucanos indignados por la indolencia e inoperancia del sistema judicial piensan que debo reclamar acciones oportunas contra conocidos depredadores del patrimonio público regional. Tangencialmente, en el plano nacional,  recordaron Reficar, Isagen y la inamistosa reforma tributaria.

 Otros quieren que proteste por el “avionao” que Santos arrastró para garantizarse el aplauso nacional en la distante y desorientada Oslo.

 No faltan los que extrañan mis olvidos sobre problemas de urbanismo en la capital caucana,  y en varios municipios del departamento, donde constructores y autoridades se desentienden de la protección al medio ambiente y olímpicamente pretermiten la obligación de respetar y preservar mínimas condiciones de salubridad pública.

 Amigos de infancia me recordaron que soy americano y debo celebrar el regreso de los Diablos Rojos a la primera división. Y así, en seguidilla, enormes responsabilidades me asignan fieles lectores que por fortuna persisten en buscar mis opiniones en estas páginas.

 A todos muchas gracias por leerme, y por pensar que de alguna manera puedo interpretar sus sentimientos en tantos duelos y ante tan pocas alegrías.

 Por vía de los reclamos, las insinuaciones y las quejas, he venido a creer que escribir deja gratas satisfacciones, grandes aprendizajes, inmensos compromisos cívicos, y una tenue  sensación de deberes cumplidos.

 Entiendo, claro está, a los amigos que demandan el análisis de temas puntuales fatalmente adormilados en el tintero, y no me molesta que lo digan así, directamente y sin dobleces. Todos ellos ayudan a pensar y aportan su grano de arena para el digno cumplimiento de esta tarea que tal vez no es fácil, la de generar opinión y tratar de construir senderos transitables para las generaciones que vienen.

 Si quienes asuman el control del periódico a partir del próximo enero me lo permiten, prometo regresar para seguir en el oficio de opinar conforme al estilo que me caracteriza.

 A mi respetado amigo Manuel Andrés Saa Caicedo, que con admirable dedicación y entusiasmo encaró el resurgimiento de este medio escrito, y con paciencia y sabiduría lo ha mantenido a flote en medio de las tormentas y desiguales competencias, un abrazo de reconocimiento y gratitud, y los mejores deseos por triunfos rotundos en sus nuevos destinos.

 Conservo la ilusión de que la Corte Constitucional salvaguarde íntegramente la Carta Magna, cercene las alas a las habilidosas vías rápidas y a las depredadoras leyes habilitantes.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 11.12.16

lunes, 5 de diciembre de 2016

Aguinaldo




 En ocasiones ni siquiera se sabe a dónde ir. Las que fueron instituciones más o menos comprensibles, digeribles, asimilables en juicios elementales de razón, de las que el común de la gente conocía lo grueso, lo evidente, o podía deducir lo útil,  son ahora laberínticas estructuras que nada bueno muestran, poco bien hacen, mucha anarquía engendran, y demasiadas injusticias causan.

 No se trata de acudir al erróneo esquema de lo viejo bueno y lo nuevo malo para catalogar lo existente, ni de eliminar bondadosos grises de la postmodernidad para volver al blanco y negro de las bellas épocas, ni mucho menos de incentivar confrontaciones, pero sí de exigir unas definiciones, un respeto a las delimitaciones para precisar qué es cada cosa, a qué se dedica, cómo se rige, cuál es su función,  y cómo se puede aprovechar de la mejor manera en beneficio de todos, para que el panorama nacional no se convierta en informe amasijo de colores donde, al final del camino, nada se saque en limpio.

 Con tanto instituto, con tanto gerente, con tanto director, con tanto jefe y con tanta parafernalia burocrática inepta, ningún ciudadano sabe a dónde recurrir con certeza para buscar solución adecuada a sus necesidades, inquietudes o dudas.

 Mayor es el pasmo cuando recorridos los pasillos, desandadas las oficinas, solicitadas las citas y separados los turnos, el último que atiende confirma que todo el trámite agotado era innecesario y que lo indicado hubiera sido que el primer consultado pusiera un sello, imprimiera una copia, o abriera una puerta, para que el daño causado no creciera, o no se agudizara, o no se produjera.

 Un lego cualquiera, nutrido de noble voluntad para ayudar, puede resultar más sabio que el doctor arrogante e insensible.

 Pareciera, a ratos, que a las élites se les agotó el sentido común, se atiborraron  de ínfulas que las inutilizan y las hacen despreciables.  

 Hay muchísimas soluciones que simplemente nacen de la buena voluntad e infinitos males que se pueden evitar con espíritu de servicio. En lo que hoy tenemos se hacen innumerables las filas que sobran y son fácilmente previsibles las ventanillas que faltan.

 Maravilloso sería que a la gente la oyeran en la angustia, la auxiliaran en la confusión, la orientaran en la desesperanza, la llevaran de la mano en la ignorancia, y le atendieran con prontitud múltiples reclamaciones fácilmente solucionables, esas peticiones mínimas que en otras  personas o en otras circunstancias no son problema, no alteran el ánimo, ni se transforman en factor de violencia.

 El ambiente navideño que a muchos nos alegra y estimula, es apropiado para volver por los fueros de la simplicidad, la sencillez, la humildad, la solidaridad. Es tiempo de plantar generosidad en los corazones, limpieza en las almas, bondad en las acciones, honradez en las funciones y rectitud en los pensamientos.

 Se acercan meses de dura contienda, de agria censura y de justísima reivindicación, meses de alta sensibilidad política y de peligrosa explosividad emocional. Elevemos por ahora el nivel del debate y pidámosle al Salvador del mundo un futuro mejor.

Miguel Antonio Velasco Cueva

Popayán, 05.12.16

domingo, 27 de noviembre de 2016

A otros muertos




 Los fanáticos de Fidel Alejandro Castro Ruz tienen derecho a llorarlo, y después a olvidarlo, porque las lágrimas alivian las crueles coyundas, pero también sustentan la esperanza, el llanto siempre aligera las cargas del espíritu, sin importar si  fluye en los ruinosos regímenes comunistas, en las tramposas narcodemocracias santistas, o en los desiguales imperios capitalistas.

 Al fin y al cabo el llanto lava el dolor que campea en todas partes,  y ambos, dolor y llanto,  son componentes esenciales de la condición humana, sin que nadie pueda afirmar que los dolores de la izquierda sean más legítimos que los de la derecha. En los dos hemisferios universales los muertos duelen igual y las lágrimas tienen el mismo sabor.

 Déjenlos llorar, ya les pasará, y entonces tendrán genuina libertad para entender que las kilométricas jornadas oratorias de su ídolo caribeño no eran otra cosa que aburridas actuaciones circenses, sistemáticas repeticiones del único discurso posible en una isla triste, que en eso se convirtió Cuba a partir de la inhumana vigencia del paredón, el peor de todos los sanguinarios métodos de reingeniería social.

 Los continuados atropellos de Fidel contra el pueblo cubano de los años sesenta, y contra las generaciones posteriores, que aún en estos tiempos se aventuran en frágiles artefactos navieros para buscar progresos  materiales y satisfacciones morales en otras playas, son hechos criminales que la humanidad nunca olvidará.  

 El estilo de Castro, con esa lengua suelta para cubrir de improperios a los americanos del norte, y a los del sur, y a todos los habitantes del planeta que censuraban sus redadas homicidas, no dejará de ser el del típico tirano tropical que acribillaba con el plomo y con el verbo, que engañaba con reiteradas acusaciones contra el vecino de mejores alcances, era el mendaz  estilo del santero que hipnotizaba con su catálogo de milagros inexistentes a una masa impotente para romper el oprobioso yugo de la dictadura.

 Es costumbre inveterada de sátrapas almibarar la prosa para disimular las puñaladas, y eso hizo Fidel durante sus oscuros años de autoritarismo megalómano. Gracias a esa retórica perversa de pintar pajaritos en el aire, y de enseñarle a otros a dialogar con ellos, en la fantasmagórica Cuba no faltaba nada mientras faltaba todo. El ego agigantado del comandante disparaba contra todo lo que no fuera el trapo rojo de una revolución que perdió a Cuba.

 Algunos turistas arriesgados, antes de los recientes coqueteos castristas con el Imperio del norte, en medio de groseras restricciones a todas las libertades tuvieron oportunidad de esquivar  a los esbirros del régimen para escuchar macabros testimonios, constatar inhumanas condiciones de subsistencia, y observar con tristeza el físico derrumbamiento del patrimonio arquitectónico de Cuba.

 La pesada herencia socialista que Castro le deja a la América Latina son las humillantes colas para adquirir paupérrimas raciones alimentarias.

 Honores y reconocimientos sólo se les deben a  verdaderos héroes cubanos, millares de disidentes anónimos que murieron  fusilados por órdenes del régimen, y a otros conocidos que se consumieron en las cárceles con los huesos forrados en la piel.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 27.11.16