Un pariente me censuró con dureza porque
guardé silencio frente al fatídico vuelo que aniquiló esperanzas de jóvenes futbolistas
brasileros en proximidades al aeropuerto de Rionegro, otro, por razón de idéntica
tragedia, dijo que fallé al no exaltar en mi columna el admirable espíritu de solidaridad
de los antioqueños y de todos los colombianos.
Una señora horrorizada por las atrocidades que
en Colombia continúan me sugirió una nota condolida ante el martirio de Yuliana
Andrea Samboní.
Alguien insinuó hablar del niño mutilado por presunta
participación en robos de ganado.
Varios observadores de la perturbadora realidad
nacional me mencionaron el deplorable secuestro de Odín Sánchez, y el no menos
repudiable adelantamiento de juicio en su contra por parte de una pandilla
delincuencial.
Caucanos indignados por la indolencia e
inoperancia del sistema judicial piensan que debo reclamar acciones oportunas
contra conocidos depredadores del patrimonio público regional. Tangencialmente,
en el plano nacional, recordaron
Reficar, Isagen y la inamistosa reforma tributaria.
Otros quieren que proteste por el “avionao”
que Santos arrastró para garantizarse el aplauso nacional en la distante y
desorientada Oslo.
No faltan los que extrañan mis olvidos sobre problemas
de urbanismo en la capital caucana, y en
varios municipios del departamento, donde constructores y autoridades se
desentienden de la protección al medio ambiente y olímpicamente pretermiten la
obligación de respetar y preservar mínimas condiciones de salubridad pública.
Amigos de infancia me recordaron que soy
americano y debo celebrar el regreso de los Diablos Rojos a la primera
división. Y así, en seguidilla, enormes responsabilidades me asignan fieles lectores
que por fortuna persisten en buscar mis opiniones en estas páginas.
A todos muchas gracias por leerme, y por
pensar que de alguna manera puedo interpretar sus sentimientos en tantos duelos
y ante tan pocas alegrías.
Por vía de los reclamos, las insinuaciones y
las quejas, he venido a creer que escribir deja gratas satisfacciones, grandes aprendizajes,
inmensos compromisos cívicos, y una tenue sensación de deberes cumplidos.
Entiendo, claro está, a los amigos que
demandan el análisis de temas puntuales fatalmente adormilados en el tintero, y
no me molesta que lo digan así, directamente y sin dobleces. Todos ellos ayudan
a pensar y aportan su grano de arena para el digno cumplimiento de esta tarea que
tal vez no es fácil, la de generar opinión y tratar de construir senderos
transitables para las generaciones que vienen.
Si quienes asuman el control del periódico a
partir del próximo enero me lo permiten, prometo regresar para seguir en el
oficio de opinar conforme al estilo que me caracteriza.
A mi respetado amigo Manuel Andrés Saa
Caicedo, que con admirable dedicación y entusiasmo encaró el resurgimiento de
este medio escrito, y con paciencia y sabiduría lo ha mantenido a flote en
medio de las tormentas y desiguales competencias, un abrazo de reconocimiento y
gratitud, y los mejores deseos por triunfos rotundos en sus nuevos destinos.
Conservo la ilusión de que la Corte
Constitucional salvaguarde íntegramente la Carta Magna, cercene las alas a las
habilidosas vías rápidas y a las depredadoras leyes habilitantes.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
11.12.16