Me inquieta que los ecos que percibo
correspondan a la tempestad que relampaguea sobre tu cielo, ese cielo que ayer
mirábamos apendejados e ingenuos, nítido y suave pero traicionero y mojigato
como los barrizales en que se arrastra tu adormecida capital.
En mis tardes, que no son como las que antaño
contemplábamos por entre cortinas de arrebol, camino por los callejones en que
se desmayaban geranios y violetas, pero regreso asqueado para decirte verdad,
pues como mis ojos poco ven, en compensación natura ha exacerbado mi sentido
del olfato, al punto que no soporto larga marcha por entre la pestilencia que
esos callejones expelen.
Algunos samaritanos me auxilian si me
encuentran tratando de avanzar sin detallar el horizonte, porque sólo atino a dar
pequeños pasos, me toman del brazo, me animan a levantar la vista y a mirarle
la cara a los que pasan, como para que reconozca entre la multitud algunas personas
de fiar -así decían nuestros abuelos cuando
querían referirse a gentes honestas y pulcras que andaban los caminos ¿recuerdas?-
pero rápido se nota que esas personas escasean.
Cuando puedo madrugar para ir a bañarme en el
río me siento melancólico y menguado, ya no me dejan emprender sólo la marcha
por los bosques amigos; las cosas que suceden en ellos resultan aterradoras y
desconcertantes, hace unos días oí que los niños regresan amputados a sus
casas, cuando regresan, y que a las niñas les roban la inocencia; y que en
algunos casos, a unos pobres viejos, más viejos y mas pobres que nosotros
apreciado Cauca, nos llevan a empellones por los bancos y notarías a entregar hasta
lo que no tenemos, y todo lo que tenemos
claro está, por lo que me toca aguardar que mis hijos vayan conmigo al baño,
digo al río, para que mientras me zambullo, ellos custodien las escasas monedas
que conservo para mañana junto con la cajita de medicamentos que mi salud
reclama.
Te cuento estas cosas como advertencia, para
que ampares el magro patrimonio que te queda, tanto el material como el moral, para
que salvaguardes tu integridad territorial, no sea que en una aventura terminen
rapándote el sobrante, porque, y esto es algo que me dijo alguien que te conoce
bastante, se sabe que vas a estar ligero de fondos, y que, también me lo dijo
el tipo, dizque hace unos días, o años -los
jueces ya no se angustian por las medidas del tiempo- dizque te metieron las manos al cajón y te
dejaron tembloroso, debilucho y sin esperanzas.
Pues bien querido Cauca, no te dejes endulzar
el oído de tantos bribones que por allí aparecen con afanes de inversiones
fabulosas, los dineros de tu salud, y de la educación de tus nietos, y los de
mantener transitables los caminos son sagrados, pero también resultan los más
apetecidos.
Si el tiempo me da
tiempo, te volveré a escribir para decirte qué dicen de los amigotes que te andan
buscando.
Un abrazo empobrecido Cauca,
yo cumplo con avisarte, pero eres tú el que debe defenderse.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 28.03.15