No es necesario quebrarse la cabeza. Un Congreso
al que periódicamente llegan algunos personajillos que no debieran llegar, y al
que regularmente aspiran vivarachos negociantes de oscura reputación, que
además llegan porque los electores no les revisan el historial ni les exigen
certificado de buena conducta social, no puede producir noticias distintas de
las que lógicamente produce. No se le pueden pedir peras al olmo.
Emergen entonces las necesarias consecuencias,
y pasa lo que tiene que pasar cuando, a las personas que ejercen el derecho a sufragar,
se les recomienda que no voten por candidatos de esos que no tienen frenos
morales y sí muchas agallas patrimoniales; porque durante las campañas gastan astronómicas
sumas que, en cabales condiciones de honradez, no se recuperan con la
remuneración de los cargos que obtienen para sí y para sus socios; pero los
electores no atienden o no entienden el consejo, y con mayor devoción se
precipitan a votar por indeseables o por candidatos que estos financian.
De una clase política corrupta, que se sabe
corrupta y se ufana de serlo, no pueden esperarse gestos ni hechos deslindados de la corrupción.
El círculo vicioso se cierra automáticamente cuando los jefes políticos regionales
promueven candidaturas de elementos con quienes, después, concurren a ejecutar dolosas acciones de
diversa naturaleza, que suelen quedar impunes, y para cuya funcionalidad estructuran
impenetrables grupos de poder familiar que reparten migajas secundarias mientras se apropian del pastel principal.
Definitivamente es cierto que el pueblo
alimenta cuervos para que le saquen los ojos. Dirigentes de todos los niveles y
todos los colores, en la completa
geografía nacional, ni siquiera cambian el discurso promesero de las décadas
idas. Con el mismo cuento, con el mismo baboso caramelo de siempre, les vuelven
a endulzar las fauces a los mismos tragones de siempre, para que estos recorran
la senda recorrida y levanten los respaldos que perpetúan la infamia.
Que Rojas Morera Luis, el hijo verbilocuente de
Morera Magdalena, ambos empleados del Congreso y alzafuelles incondicionales del
congresista García Alexander, resulte capturado mientras transporta en lujoso Toyota
oficial miserables seiscientos quince millones de pesos que no se sabe de dónde
vienen ni para dónde van, no es más que la puntita de un pequeño escándalo que
naturalmente puede crecer, y debe crecer, para que los electores colombianos
comiencen a dimensionar la enorme responsabilidad incorporada en el derecho a
sufragar.
Los antisociales disponen a su manera de los bienes
del Congreso, que son bienes de todos los colombianos, porque mañosamente logran
que el pueblo les ayude a penetrar esos espacios, y en consecuencia, a nombre
de ciudadanos engañados, de una sociedad timada que les ha confiado delicados encargos, van en coche, como coloquialmente se
dice, haciendo y moviendo sus fortunas personales mientras abiertamente
delinquen con el patrimonio público.
Para reducir peso y volumen de consabidas caletas
servirán los billetes de cienmil pesos que el inepto vulgo nunca acariciará, y
algún indecoroso aporte –no muy altruista-,
aguardan las sociedades sonámbulas que privilegiados personajes
públicos mantienen listas en la fraterna Panamá.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
09.04.16