sábado, 9 de abril de 2016

Las cosas son como son




 No es necesario quebrarse la cabeza. Un Congreso al que periódicamente llegan algunos personajillos que no debieran llegar, y al que regularmente aspiran vivarachos negociantes de oscura reputación, que además llegan porque los electores no les revisan el historial ni les exigen certificado de buena conducta social, no puede producir noticias distintas de las que lógicamente produce. No se le pueden pedir peras al olmo.

 Emergen entonces las necesarias consecuencias, y pasa lo que tiene que pasar cuando, a las personas que ejercen el derecho a sufragar, se les recomienda que no voten por candidatos de esos que no tienen frenos morales y sí muchas agallas patrimoniales; porque durante las campañas gastan astronómicas sumas que, en cabales condiciones de honradez, no se recuperan con la remuneración de los cargos que obtienen para sí y para sus socios; pero los electores no atienden o no entienden el consejo, y con mayor devoción se precipitan a votar por indeseables o por candidatos que estos financian.

 De una clase política corrupta, que se sabe corrupta y se ufana de serlo, no pueden  esperarse gestos ni hechos deslindados de la corrupción. El círculo vicioso se cierra automáticamente cuando los jefes políticos regionales promueven candidaturas de elementos con quienes, después,  concurren a ejecutar dolosas acciones de diversa naturaleza, que suelen quedar impunes, y para cuya funcionalidad estructuran impenetrables grupos de poder familiar que reparten migajas secundarias  mientras se apropian del pastel principal.

 Definitivamente es cierto que el pueblo alimenta cuervos para que le saquen los ojos. Dirigentes de todos los niveles y todos los colores,  en la completa geografía nacional, ni siquiera cambian el discurso promesero de las décadas idas. Con el mismo cuento, con el mismo baboso caramelo de siempre, les vuelven a endulzar las fauces a los mismos tragones de siempre, para que estos recorran la senda recorrida y levanten los respaldos que perpetúan la infamia.

 Que Rojas Morera Luis, el hijo verbilocuente de Morera Magdalena, ambos empleados del Congreso y alzafuelles incondicionales del congresista García Alexander, resulte capturado mientras transporta en lujoso Toyota oficial miserables seiscientos quince millones de pesos que no se sabe de dónde vienen ni para dónde van, no es más que la puntita de un pequeño escándalo que naturalmente puede crecer, y debe crecer, para que los electores colombianos comiencen a dimensionar la enorme responsabilidad incorporada en el derecho a sufragar.

 Los antisociales disponen a su manera de los bienes del Congreso, que son bienes de todos los colombianos, porque mañosamente logran que el pueblo les ayude a penetrar esos espacios, y en consecuencia, a nombre de ciudadanos engañados, de una sociedad timada que les ha confiado delicados  encargos, van en coche, como coloquialmente se dice, haciendo y moviendo sus fortunas personales mientras abiertamente delinquen con el patrimonio público.

 Para reducir peso y volumen de consabidas caletas servirán los billetes de cienmil pesos que el inepto vulgo nunca acariciará, y algún indecoroso aporte  –no muy altruista-, aguardan  las  sociedades sonámbulas que privilegiados personajes públicos mantienen listas en la fraterna Panamá.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 09.04.16