lunes, 27 de abril de 2015

Irónica sentencia absolutoria




 Nos aniquila la corrupción.  A diario tropezamos con evidente ausencia de valores, que hace del servicio público inagotable fuente de enriquecimiento ilícito  y de la coherencia institucional una quimera.

 Entre tantos estamentos que integran nuestra estructura constitucional, ningunos debieran caracterizarse más, por la necesaria trasparencia de sus actuaciones, que la Administración de Justicia y las Fuerzas Militares; estas por algo que es de su esencia, el espíritu de cuerpo, ese noble sentido de hermandad que en el combate fortalece, en el dolor estimula, y en el triunfo gratifica; y aquella por ser guardiana del orden jurídico.

 Que a un soldado, cualquiera que fuere su jerarquía porque el título de soldado a todos los enaltece, se le niegue la atención médica, la indemnización oportuna, el sueldo de militar activo o en uso de retiro, o cualquier emolumento lícito al que por ley o reglamento tenga derecho, es algo que debe concitar rechazo ciudadano. Al soldado que arriesga su integridad personal, la tranquilidad familiar, y que muestra permanente disposición a ofrendar la vida en defensa del orden público, no se le puede menguar ni discutir ninguno de sus derechos a vida digna, tratamiento médico adecuado, terapia integral, e indemnización justa.

 Por ello desconcierta que,  entre compañeros, se destruya el talante solidario y justiciero de propiciar el acceso a reconocimientos monetarios en cabales condiciones de igualdad, guardadas, claro está, lógicas equivalencias entre la especialización y responsabilidad de los  cargos  con la legítima  retribución que por su ejercicio se percibe.

 Lamentable la noticia sobre capturas adelantadas por la Fiscalía General de la Nación, bajo cargos de concierto para delinquir, fraude procesal, falsedad documental, entre otros, para disimular probables favorecimientos ilícitos, generar mayores desembolsos y reconocer derechos inexistentes a varios miembros de las Fuerzas Armadas ya retirados del servicio.

 Repudiable que entre los investigados figuren oficiales de alta graduación, médicos y abogados, profesionales, todos, que en las actuales críticas circunstancias del país debieran marcar ejemplares hitos de ética pública.

 Reídos estarán los facinerosos que desde Cuba ordenaron masacrar a valerosos combatientes inmisericordemente abandonados a su suerte, por arte y gracia del pendejismo presidencial.

 Satisfechos celebrarán los cabecillas guerrilleros la desorientación y  desmoralización que ostensiblemente crecen al interior de las fuerzas regulares,  y  que a los efectivos estatales se les expusiera sin justificación estratégica ninguna al incesante fuego enemigo, proveniente de armas convencionales y artefactos explosivos de fabricación artesanal, mientras se les negó indispensable refuerzo aéreo, antes y durante la acción homicida agotada en el norte del Cauca, en las martirizadas vecindades del Naya.

 Complacidos brindarán por el triunfo que para la guerrilla significa ver tras las rejas a muchos militares de carrera, mientras ellos, una pandilla irregularmente uniformada, se resisten a redimir las condenas que la cuestionada justicia colombiana les ha impuesto.

 Felices dispararán en ráfaga su salva de improperios contra la sociedad y el Estado colombianos, ahora que la desparpajada Corte Suprema de Justicia acaba de absolver a "Márquez" y "Timochenko" por la inhumana conducta de reclutar menores para las delincuencias presentes y para las del terrorífico postconflicto.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 26.04.14

sábado, 18 de abril de 2015

Al Cauca herido




 Aquí en el corazón queda el dolor, dolor inmenso propiciado por punzantes esquirlas de metal incandescente. La fragorosa tormenta de insensatez que a despojos quisiera reducirnos y que  indolente arroja su andanada para derramar sangre inocente, es  brutal desenfreno de inclinaciones fratricidas pero nunca mensaje de libertad ni de justicia.

 Desde las carnes destrozadas de los soldados muertos rebrotará  la insumisa pasión por proteger la tierra que a pulso cultivamos, aunque a estruendos de cañón pretendan demolerla quienes en cínico delirio la aturden y la enlutan.

 A las bondades del futuro y a la ingenuidad de la esperanza hemos otorgado vocería para implorar la paz, pero el destino la niega y la retiene. El antiguo memorial para conquistarla y conservarla parece agigantar la maldita voracidad mineral de quienes nos la niegan.

 Borrar las cicatrices de incontables contiendas se vino a convertir en imposible empresa. A las absurdas motivaciones territoriales de viejas guerras, y a las falaces convocatorias de entendimiento que casi siempre se transformaron en nuevos desajustes políticos, y condujeron a peligrosos desencuentros partidistas, se les vinieron a sumar disparatadas ideas de proclamar repúblicas dentro de la República y luego estados dentro del Estado.

 Y en eso andamos y por eso nos matan. Los parásitos que perforan la geográfica epidermis se resisten a desaparecer. Desde los rudimentarios socavones de épocas remotas, cuando antaño se comenzaron a horadar las entrañas del Macizo Colombiano y las ariscas nervaduras del Chocó, del selvático Pacífico suroccidental, del Viejo Caldas, de la agreste Antioquia, del indomable Boyacá y los rebeldes Santanderes, de nuevo desde esos socavones se asoman los fantasmas de la minería depredadora y esclavista.

 Esta guerra de hoy, la del postconflicto santista, la que hace una semana fracturó el fatídico romance de las élites gubernamentales con las élites delincuenciales, la que quebró la complicidad de los silencios oficiales frente al incesante trajinar de máquinas pesadas por entre desfiladeros y mesetas de la Cordillera Occidental, incluido el necesario tráfico de lubricantes y combustibles requeridos para hacerlas funcionar, descorre el velo que el Estado corrupto tiene tendido para facilitar los nuevos enriquecimientos ilícitos, los nuevos blanqueos de capitales, y el sanguinario acomodamiento de nuevas facciones delictivas, indiscutibles herederas del narcotráfico, que también subsiste, pero que destina las utilidades de la droga a la oscura explotación de minerales preciosos.

 Paradójicamente la esperanza se nos quiebra en la vereda La Esperanza, en cercanos espacios de masacres paramilitares, sobre la ruta del Naya, en donde perversas sentencias judiciales arrebataron a la Universidad del Cauca extenso predio de indiscutible importancia científica, en las laderas del Pacífico, por donde ancestrales pobladores del altiplano payanés, y mi propio abuelo Samuel Cuevas desde el municipio de Morales, trajinaron a lomo de mula la centenaria trocha de Puerto Merizalde  hasta las orillas del mar.

 Agotado el despojo al Cauca, a su Universidad, al equilibrio de la biodiversidad universal,  que por lo menos se proteja a caucanos raizales allá sobrevivientes, que a tiempo se contengan exterminios y desplazamientos. Ya masacraron cinco civiles después de masacrar a los militares.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 18.04.15

domingo, 12 de abril de 2015

Memorándum




 ¿Será cierto que sufrimos disminución de autoestima y mansamente nos dejaremos conducir a la pilastra de castigo?.  ¿Es verdad que tenemos suspendida la función intelectual que permite diferenciar  entre supremos intereses colectivos y mezquinas conveniencias individuales?.  ¿Sumisos inclinaremos la cerviz para que nos opriman con pesados fardos de nepotismo y sobrecargas dinásticas?.  ¿Permitiremos que esta tierra de luchas libertarias y proclamas democráticas sucumba ante el embate de oscuros gamonales atrincherados en el poder?. ¿Nos dejaremos jaquear con alfiles de bolsillo, cuando tenemos la opción de manifestarnos como sociedad erguida y batallar para que la dignidad política del Cauca no se mancille desde los directorios y los pasillos carcelarios?.

 Si los forjadores de tanta grandeza nacional, de esa que mucho presumimos pero poco defendemos, tuvieran la posibilidad de abandonar las urnas funerarias que los contienen en el propio centro histórico de Popayán, si pudieran salir del procero Panteón ahora travestido de madriguera burocrática, y se les dejara revisar las cuentas y balances recientes de la ciudad y el departamento, no quedarían espaldas sin fuetazos entre las tantas que impúdicas se exhiben desde los balcones del poder.

 Quienes ahora destellan como gobernantes, o como fichas de las camarillas gobernantes en el departamento del Cauca, no tienen autoridad moral para postularse como continuadores de políticas públicas que dinamicen económicamente la región y fortalezcan lazos de entendimiento entre los estamentos sociales legítimos. Esas políticas no existen y ni siquiera se insinúa esfuerzo serio por diseñarlas y ejecutarlas.

 El sentido común enseña que el ejercicio del mando implica equitativa gestión social, enmarcada ella en el reconocimiento de igualdad ciudadana frente a la ley, e indiscutible transparencia en el direccionamiento del gasto público, que inevitablemente se hace con fondos provenientes del esfuerzo y del trabajo colectivos mas no de los bolsillos de los ordenadores.

 Las tareas del gobernante, quien quiera que sea y cualquiera que fuere su filiación política, no pueden fundarse en  preferencias individuales, grupales o territoriales, ni desconocer las necesidades generales de los pueblos acogidos a su jurisdicción.

 Los vínculos terrígenos y genéticos del gobernante necesariamente ocupan una condición subordinada frente a las aspiraciones de reconocimiento y atención estatal que regularmente animan a los ciudadanos corrientes para participar en la contienda electoral.

 Las responsabilidades administrativas frente a la sociedad impiden diferenciar para preferir, y exigen amalgamar en cambio de diluir. El predominio matemático de un nombre en el conteo de votos solo debe servir para determinar al responsable de la convivencia ciudadana, pero no para privilegiar a unos y excluir a otros. La sociedad como tal nunca puede perder porque la gestión para el mejoramiento y el progreso de los pueblos no deja  distinguir entre adeptos y adversarios.

 Pero lo que ha ocurrido en el pasado próximo, y lo que se atisba para el futuro inmediato, es marcada inclinación a favorecer el reducido elenco de aportantes que apalancan empresas electorales para esquilmar el tesoro público.

 El Cauca como unidad territorial y social debe reclamar solución efectiva a las necesidades comunitarias y repeler el asalto a los principios y valores democráticos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 12.04.15 

viernes, 3 de abril de 2015

Cauca unido




 Se notó baja afluencia turística en la semana pasada, que a su vez correspondió al mayor acontecimiento ritual del pueblo católico en el orbe.

 Las causas del bajón pueden fijarse desde ópticas diferentes, que pasan por la mengua en el compromiso con la fe, las dificultades económicas que asedian a los colombianos, la creciente tendencia a recogerse lejos del tráfico y las bullarangas citadinas, y la que indiscutiblemente pesa y manda en cuanto corresponde a Popayán y al Cauca: el marcado deterioro del orden público y social.

 Si las denominadas dirigencias populares, incluidas las decadentes camarillas regionales, y si los potenciales electores anhelan próspero futuro, en el que evidentes desigualdades y exclusiones del presente encuentren soluciones responsables y no el acostumbrado contentillo que se nutre de contratos leoninos, encargos burocráticos ambiguos, nóminas paralelas, becas miserables y subsidios infrahumanos, ya es tiempo de parar el recreo y  otear el horizonte para marcarle derroteros nítidos y honorables a las políticas públicas.

 A todo el Cauca lo debemos convocar para que asuma su destino con la misma reciedumbre de carácter con que lo asumieron nuestros ancestros, quienes en condiciones adversas fueron capaces de generar ingresos, educar familias numerosas en ambientes sanos y respetables, formar rectamente a sus vástagos e infundir en ellos altruista sentido del deber ciudadano, inculcarles valores de caballerosidad, rectitud, y respeto en el desempeño social, y de cumplida probidad en el manejo de lo público.

 Aunque lo que ahora se estila es diferente; a las gentes del común y a los funcionarios públicos les inoculan la idea de entrar a saco en el tesoro, de lucrarse sin control ni medida en la partija de bienes que, siendo comunes, debieran cuidarse y utilizarse con decoro; a los áulicos del régimen se les incita a devastar sin contemplaciones el patrimonio nacional. La absurda tendencia a enmermelarlo todo rebaza las fronteras de la decencia gubernamental e irrumpe en la defenestración de la ética y de la regla fiscal.

 Si a eso le agregamos inconvenientes retozos indigenistas sobre la carretera panamericana, que de madrugada en madrugada también acusa el estallido destructivo ordenado por la cuadrilla de La Habana, pues tendremos deplorables resultados económicos y financieros en el inmediato porvenir.

 La enrarecida demagogia de estas horas fatales reclama el concurso de quienes aquí sobrevivimos. A los campesinos puros, a los negros, a lo indios, a los jóvenes, a los desposeídos, a los desempleados, a los discapacitados, y necesariamente a los más inteligentes y capaces, a ellos se les necesita para conformar un haz de voluntades transformadoras, para abrirle fronteras al desarrollo productivo del departamento, todos nos necesitamos amalgamados en el sumo propósito de derrotar la compraventa del voto  y la mendicidad electoral, para instituir un modelo mancomunado de superación colectiva, en el que nuestras tierras feraces se integren a la producción intensiva de alimentos, incorporando modernas tecnologías que nos aproximen al mundo de la industria agropecuaria, en la que exhibimos lamentable retardo.

 Juntos tenemos obligación de aprovechar las ventajas naturales, y los inmensos mercados  que nos ofrecen las rutas del Pacífico.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 04.04.15