martes, 24 de mayo de 2011

La disolución del Cauca.



Bajo el amparo del majestuoso Puracé, desde su cima excelsa, divisó el conquistador un  paraíso que Dios creó para la convivencia.

La imponente planicie, que entre nubes avanza desde la abrupta  pendiente de Coconuco hacia las riveras bajas de Munchique  y Pico de Aguila, se entregó generosa a los protagonistas de la historia, para que hicieran de ella una campiña de prosperidad, y no un nido de codicia agenciado por vesánicos aventureros que todo lo mancillan y pervierten.

Hambre, lujuria y poder se concitan ahora en las vertientes del caudaloso Cauca,  y  a paso largo nos hundimos en la degradación, el estropicio y la violencia.

Desde siempre, incesantes rumores  de batallas, bizarras unas y demenciales otras, tejieron un manto de hombría y autoridad, de valentía y patriotismo, de honor y ardentía para conservar un territorio que fue extenso, pero también para  cultivar valores de libertad, principios de orden e ideales de paz.

Caldas y Torres, Obando y Arboleda, Mosquera y López, son figuras señeras de la vida nacional que con virtudes y falencias, con aciertos y equivocaciones, con brillos de sublimidad y lastres de humanidad marcaron un rumbo que tenemos perdido.

La altiplanicie de Popayán,  epicentro primordial del Gran Cauca, cuna de Próceres y troquel de gobernantes, se nos escapa entre los dedos y se diluye en mares que no nos pertenecen.

Carteles y bandolas se reparten ahora los territorios ancestrales de un departamento que tuvo la inteligencia como escudo, la dialéctica como bandera, y el trabajo honrado como instrumento eficaz para impulsar progreso.

Delincuencia organizada, frentes guerrilleros, reductos paramilitares, bandas emergentes, y criminales de la peor laya se confunden y camuflan entre campesinos, comerciantes, líderes sociales y servidores públicos para urdir y tramar la disolución del departamento y la ruina de la sociedad limpia.

El pavoroso espectáculo nacional de rapaces funcionario oficiales aliados con agentes de corruptas empresas particulares, para escamotear los dineros de la salud, saquear las arcas de obras públicas, alzarse los fondos destinados a indemnizar víctimas de la violencia, cargarse los recursos de la educación y montar fachadas financieras para darle apariencias de legalidad a ruines componendas, está perfectamente replicado al interior de nuestras fronteras departamentales.

Pequeños presupuestos de municipios pobres y grandes flujos de dineros oficiales que debieron aplicarse al saneamiento sanitario, a la electrificación rural, a la apertura, mejoramiento y sostenimiento de vías que faciliten el transporte de productos agrícolas hacia los centros de consumo, han sido mañosamente despilfarrados y astutamente convertidos en dineros de bolsillo que nunca retornarán a las cuentas públicas.

Ad portas de finalizar sus mandatos, pocos administradores públicos caucanos  pueden mostrar obras físicas, construcciones reales, inversiones palpables que guarden equivalencia con el monto de los dineros  girados desde sus tesorerías, aunque repletos van los sacos de sus ignotos testaferros, y de esos modernos financieros de la política que con dinero ilícito impulsan campañas electorales.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 17.05.11

No queremos más negocios con bandidos.


En Colombia no terminamos de escribir una versión de historia patria,  cuando aparece otra que la quiere corregir, aunque todos sabemos que  ella es incorregible.

Cada día se gestan nuevos episodios históricos que complican su interpretación, nunca  hecha desde el mismo  ángulo ni con los mismos lentes.

Pero ni así es aceptable que el que manda mande aunque mande mal.

Es doloroso, incomprensible para no ser trágicos, que el pueblo otorgue mandatos para mandar bien, y los mandatarios resuelvan mandar mal.

Los colombianos casi todos, con algunas  excepciones, nos volcamos a las urnas en las  últimas presidenciales, para entregarle a Santos,  contra la voluntad de Chávez y Correa, las banderas de la seguridad y de la lucha contra la delincuencia organizada.

Pero, a poco andar, los de la fiesta han sido aquellos que no votaron por Santos, y los inicialmente contrariados con su  elección como Presidente de Colombia.

Razonable que se perturben nuestros sentidos, nos duelan las rodillas y nos  queramos amputar la mano con que marcamos el tarjetón, si es que recordamos el aparente triunfo electoral  en que dejamos temblando a Mockus.

Votamos porque quisimos, a nada nos obligaron, pero qué equivocación.

Teníamos guerrilla sí, siempre la hemos tenido, y la teníamos al filo del suicidio,  pero hasta hoy ningún guerrillero se ha  suicidado.

Jojoy, gracias a viejas operaciones de inteligencia y acorralamiento que tenían su propia dinámica militar,  terminó  aplastado en la madriguera y no se murió diabético como parecía ser su sino, y con eso tuvimos la mejor de todas las alegrías.

Pero nos quedamos esperando el resto, y nos quedaremos esperando, gracias a los buenos oficios de la astuta Piedad que, con coordenadas falsas, contribuyó para que Cano burlara el cerco militar que las fuerzas de Uribe le habían tendido en el Cañón de las Hermosas.

Ahora los enemigos declarados de Colombia y de sus instituciones vuelven a ser las fuerzas oscuras, que creíamos muertas y sepultadas, pero siguen vivitas sosteniendo el freno de mano sobre las tropas oficiales, y vendiéndonos el cuento de la paz por los caminos de la reconciliación.

Cómo cambia la gente de un agosto a otro.

Las preguntas que nos hacemos los colombianos son: ¿con quién nos vamos a reconciliar? y ¿con quién vamos a rubricar la paz?

Anticipadamente sabemos que no será con la Farc, ni con toda esa estructura criminal de narcotraficantes enriquecidos  desde mucho antes del Caguán.

Tantos y tan variados intentos, para  que depongan las armas y nos permitan vivir en paz, nos enseñan que las Farc no detienen la inercia de guerra, engaño y bandidaje. No son sus cabecillas los que van a entregar cuentas en dólares, cultivos, laboratorios y rutas.

Los colombianos no queremos más negocios con bandidos. Ellos no se entregan por amor a una patria que no tienen.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 24.05.11