martes, 24 de mayo de 2011

No queremos más negocios con bandidos.


En Colombia no terminamos de escribir una versión de historia patria,  cuando aparece otra que la quiere corregir, aunque todos sabemos que  ella es incorregible.

Cada día se gestan nuevos episodios históricos que complican su interpretación, nunca  hecha desde el mismo  ángulo ni con los mismos lentes.

Pero ni así es aceptable que el que manda mande aunque mande mal.

Es doloroso, incomprensible para no ser trágicos, que el pueblo otorgue mandatos para mandar bien, y los mandatarios resuelvan mandar mal.

Los colombianos casi todos, con algunas  excepciones, nos volcamos a las urnas en las  últimas presidenciales, para entregarle a Santos,  contra la voluntad de Chávez y Correa, las banderas de la seguridad y de la lucha contra la delincuencia organizada.

Pero, a poco andar, los de la fiesta han sido aquellos que no votaron por Santos, y los inicialmente contrariados con su  elección como Presidente de Colombia.

Razonable que se perturben nuestros sentidos, nos duelan las rodillas y nos  queramos amputar la mano con que marcamos el tarjetón, si es que recordamos el aparente triunfo electoral  en que dejamos temblando a Mockus.

Votamos porque quisimos, a nada nos obligaron, pero qué equivocación.

Teníamos guerrilla sí, siempre la hemos tenido, y la teníamos al filo del suicidio,  pero hasta hoy ningún guerrillero se ha  suicidado.

Jojoy, gracias a viejas operaciones de inteligencia y acorralamiento que tenían su propia dinámica militar,  terminó  aplastado en la madriguera y no se murió diabético como parecía ser su sino, y con eso tuvimos la mejor de todas las alegrías.

Pero nos quedamos esperando el resto, y nos quedaremos esperando, gracias a los buenos oficios de la astuta Piedad que, con coordenadas falsas, contribuyó para que Cano burlara el cerco militar que las fuerzas de Uribe le habían tendido en el Cañón de las Hermosas.

Ahora los enemigos declarados de Colombia y de sus instituciones vuelven a ser las fuerzas oscuras, que creíamos muertas y sepultadas, pero siguen vivitas sosteniendo el freno de mano sobre las tropas oficiales, y vendiéndonos el cuento de la paz por los caminos de la reconciliación.

Cómo cambia la gente de un agosto a otro.

Las preguntas que nos hacemos los colombianos son: ¿con quién nos vamos a reconciliar? y ¿con quién vamos a rubricar la paz?

Anticipadamente sabemos que no será con la Farc, ni con toda esa estructura criminal de narcotraficantes enriquecidos  desde mucho antes del Caguán.

Tantos y tan variados intentos, para  que depongan las armas y nos permitan vivir en paz, nos enseñan que las Farc no detienen la inercia de guerra, engaño y bandidaje. No son sus cabecillas los que van a entregar cuentas en dólares, cultivos, laboratorios y rutas.

Los colombianos no queremos más negocios con bandidos. Ellos no se entregan por amor a una patria que no tienen.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 24.05.11

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